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  • 27 marzo, 2023

Detalles del Momento: Civilización en Evolución


Moisés Absalón Pastora

La razón siempre será la fuente inagotable de la civilización y digo razón no para ubicar a quien pueda estar diciendo la verdad necesariamente, sino para invocar la facultad del ser humano de pensar, de reflexionar para poder aterrizar ideas destraumatizadas o de formar juicios sobre una determinada situación o cosa serenamente hablando.

La razón, dependiendo de cómo se invoque puede tener muchas aristas, pero al final siempre será el argumento que una persona alega para probar algo y persuadir a otra porque es la causa determinante del proceder y de los hechos.

Por supuesto que tener la razón requiere también de bases intelectuales, pero su esencia, su practicidad, descansa en el pedestal de la sabiduría y conocimiento natural del ser humano que es en esencia el sentido común.

La razón es un conocimiento sobreentendido, que no está escrito en ninguna parte, simplemente lo tenemos imperceptiblemente, desde el mismo día que nacemos. Este conocimiento de sentido común es algo que aprendemos por experiencia y curiosidad, sin ser consciente de ello. Y el volumen de conocimientos de este tipo que acumulamos a lo largo nuestra vida es muy considerable y es lo que al aplicarlo se convierte en razón.

Puedes golpear, gritar, mentir, para imponer por cierta una mentira, pero la razón y el sentido común jamás convertirá la violencia de tu acción en una verdad. Puedes hacer uso de medios tecnológicamente poderosos y tener presupuestos inagotables para comprar conciencias y construir monumentos gigantescos a la falsedad, pero no por eso se te dará la razón. Puedes hacer intentos por negar la realidad de un país y sus ciudadanos, puedes lograr externamente manchar la imagen de tu nación y esta ser pasto de la desinformación que creaste, porque desde afuera se cree en lo que se dice y no en lo que es, pero eso de ninguna manera incide en los que valen, que somos los de adentro.

Los cambios amigos, en tiempos tan contemporáneos como los que vivimos, se logran por la razón que se tenga y no por la imposición que se pretenda y lo digo porque solo el enemigo de la humanidad, el imperio norteamericano, Estados Unidos, se quedó atrapado en el siglo XX en la política del “Gran Garrote”, aquella que impuso el emperador Franklin Delano Roosevelt para realizar negociaciones y pactos con sus adversarios internos y externos, pero siempre mostrando la posibilidad de una actuación violenta como modo de presión. Aquella insolente frase mostraba que el régimen de Roosevelt podía presionar a los países latinoamericanos, particularmente los ribereños del mar Caribe con una intervención armada.

Bajo ese pretendido América Latina comenzaría una ola de dominio político y económico estadounidense justificado en la pretendida extensión del “derecho” de Estados Unidos a intervenir en asuntos de otros países en defensa, dicen, de los intereses de ciudadanos estadounidenses, que al final solo eran mamparas del apetito neo colonial norteamericano.

Bajo la política del gran garrote o de esa proclama invasiva de “américa para los americanos” o de que “Latinoamérica es el patio trasero” de Estados Unidos, el mundo, pero particularmente el continente de la resistencia indígena, América Latina, ha sido pasto a sangre y fuego de quienes a nombre de la libertad y la democracia han sido peores que los Nazis porque aquellos fueron una mancha en la historia del planeta en tanto duró la segunda guerra mundial, pero el imperio norteamericano lo ha sido a lo largo de toda nuestra historia en calidad de enemigo de la humanidad.

Precisamente por la necesidad de cambiar esos patrones de conducta de quienes por sus pistolas imperialmente se erigieron como el “dómino” del mundo sin que nadie se lo pidiera o los llamara, es que la civilización está imponiendo desde métodos pacíficos los cambios necesarios para reducir a la embriagada estupidez de los norteamericanos, que son la causa del mal causado en tantos y tantos pueblos agobiados por la sed de sangre y saqueo de todo inquilino que ha pasado y llegado a la Casa Blanca o Casa Negra.

Los métodos de cambiar las cosas ya no son los que antes decidía el Departamento de Estado de los Estados Unidos; ya no es la CIA la que con el concurso de los traidores nacionales generaba condiciones para que la infantería de marina, desde las sedes diplomáticas del imperio en cada uno de nuestros países actuaba para derrocar a los gobiernos que con dignidad se atrevían a golpearles la mesa.

No, hoy los pueblos hemos tomado la decisión de interpretar y definir la naturaleza de nuestras propias contradicciones y lo hacemos levantando como estandarte la razón, el sentido común, la ley, el orden, la estabilidad y por encima de todo, privilegiando el derecho de las mayorías por encima de aquellas minorías que desadaptadas por no respetar las reglas del juego, a través de elecciones como único medio para poner y quitar gobiernos, ante su visible incapacidad, lo que hacen es coludirse con el agresor, en este caso Estados Unidos, para ser cómplices ejecutores de golpes de estado que siempre dejaron en nuestros países heridas muy difíciles de cerrar.

Actualmente hay una reacción contra esas políticas del gran garrote, no solo por parte de los pueblos en sí o hasta de gobiernos que han sido aliados del imperio en “x o y” circunstancias, sino que es una repulsa entre los mismos círculos de poder de los Estados Unidos que hace un poco más de dos atrás recordaban con horror como la rabia creada por ellos había llegado a tomarse el mismísimo congreso en Washington.

En el contexto de terribles protestas populares recientes el primer ministro de Canadá Justin Trudeau, ante actos de violencia y desestabilización decía; “Los Canadienses tienes derecho a protestar, a estar en desacuerdo con su gobierno y hacer oír su voz. Siempre protegeremos ese derecho. Pero seamos claros no tienen derecho a bloquear nuestra economía y nuestra democracia ni la vida cotidiana de nuestros ciudadanos. Tienen que parar”.

Aquí en Nicaragua el terrorismo durante tres largos meses destruyó el país en el 2018 y lo y fueron amnistiados por eso y por querer seguir haciéndolo en el 2019 y 2020, aun con la pandemia encima, fueron procesados, juzgados, sentenciados y finalmente desterrados para que fueran a su verdadera patria, Estados Unidos, a quemarla si quieren, pero no la nuestra.

Me llamó poderosamente la atención en uno de esos momentos violentos que hace unos dos años atrás lanzaron a médicos y enfermeros catrachos a las calles a protestar por el derruido sistema de salud que tenían, además de las pésimas condiciones sociales, escuchar al Cardenal Óscar Andrés Rodriguez de Honduras decir que su país, a propósito del nuevo contexto político, que es indudablemente una “una nueva etapa”, que los cambios no se conseguirán con gritos ni quemando neumáticos en protestas, escuchen bien ni con gritos, ni quemando neumáticos, mientras aquí los terroristas detonaron literalmente una bomba nuclear.

El Cardenal Catracho dijo en aquel entonces; “Estamos comenzando una nueva etapa en Honduras, pero no la podemos comenzar atados a más de lo mismo: más egoísmo, más sectarismo, más exclusión y marginación; tenemos que construir en profundidad conforme a los valores, a los mandamientos de la ley de Dios”. El religioso indicó que “no se puede construir algo duradero de cualquier manera. No se puede pensar que se van a crear fuentes de trabajo donde no hay, y entonces lo que hay que hacer es que haya para que se pueda trabajar, pero no es con los gritos ni con llantas quemadas”. Agregó que los gritos y la quema de neumáticos “daña el ambiente y daña nuestra vida, porque eso es construir sobre el odio y no sobre el diálogo y la fraternidad”.

Lo expresado fue un llamado a la calma dirigido a empleados de la salud, educación y del sector eléctrico que protestaron en Honduras exigiendo el pago de salarios atrasados y acuerdos de nombramientos que no lograron con la pasada Administración y que la exigían a la entrante de Xiomara Castro que en medio de una gran complejidad asumir su mandato. Qué distinto el mensaje del Cardenal hondureño Óscar And0rés Rodríguez de aquel que aquí envían, aun, algunos religiosos que ahora sí saben que también son hombres comunes y corrientes.

Por posiciones como esas, que se pretenden disfrazar desde las falsas santidades que visten algunos bajo una sotana, que están por supuesto plenamente identificados, es que los templos católicos se mantienen aquí vacíos y apenas visitados por beatas y beatos que asisten a los sotanudos y que en total soledad hacen bulto en las iglesias para rezar sin entusiasmo un Rosario sin la fe y pasión de otros tiempos.

La iglesia católica planetariamente hablando atraviesa su peor crisis, pero en algunos países por el papel o rol político asumido por individuos que conforman el clero el problema es más profundo y el Papa Francisco, Mario Bergoglio lo sabe tanto que impactó recientemente cuando en una especie de mea culpa señaló:

“No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual, pero no religioso. No es necesario ir a la iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”.

Qué reflexión más sentenciosa la que hace el Papa Francisco y es tan profunda, pero tan profunda que muchos, hartos de la hipocresía del clero nicaragüense, nos convencemos más y más de sentirnos en un verdadero estado de confort tras haber renunciado al catolicismo por el cual fuimos bautizados por nuestros padres sin darnos el derecho a aceptarlo.

En lo personal no objeto que el clero nicaragüense examine la situación política del país de manera amplia, pero sí me indigna que asuman políticas partidarias, me molesta que sean parte de las políticas agresivas del enemigo imperial contra nuestro pueblo y que en vez de evangelizadores hagan de candidatos desde un púlpito que no enseña la palabra de Dios sino el interés cuasi electoral de los que disfrazados tras una sotana se manifiestan delictivamente proclamando el odio y solamente el odio.

Yo quisiera ver en los representantes del clero católico nicaragüense a profesionales de la fe comprometidos verdaderamente con la paz. Yo quisiera que fueran puentes de unión y no paredes que se levantan contra la esperanza de un pueblo que siempre quiso para sí la dignidad humana que ahora tiene. Yo quisiera ver en un cardenal, en un obispo o en uno de esos sacerdotes, que tras bambalinas son acaudalados empresarios, a un pastor que propugna por verdadera opción preferencial por los pobres.

Lamentablemente nada de eso sucede en el clero católico de nuestro país. Por el contrario, cada día y con mucha tristeza, los vemos dando patadas contra el aguijón resistiendo desde las trincheras de odio que asumieron los cambios que siempre deben procurarse por la vía de la civilización, del diálogo, del entendimiento y de la humanidad que todos nos deberíamos conferir en beneficio del mismo país que nos vio nacer para que nunca jamás ruja la voz del cañón ni se tiña con sangre de hermanos el glorioso pendón bicolor.

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA

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