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  • 24 abril, 2023

Control neocolonial o desarrollo genuino – modalidades de la deuda externa


Stephen Sefton

El pasado mes de marzo Kristalina Georgieva, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, visitó a la República Popular China. Entre los temas que abordó con la dirigencia de la política económica china fue la reestructuración de la deuda externa de los países en vías de desarrollo. La señora Georgieva ha aseverado que alrededor de 60% de los países de bajos ingresos del mundo o están con problemas para pagar su deuda externa o corren el riesgo de tenerlos. Además, dijo que alrededor de 25% de las economías emergentes del mundo mayoritario enfrentan un alto riesgo de no poder mantener al día los pagos de su deuda externa.

La situación actual de la deuda externa a nivel mundial resulta de múltiples factores. El contexto de nuestra historia contemporánea es que la época del dominio económico occidental ya caducó. En los últimos ochenta años la función fundamental de la deuda externa, acompañada por fuertes condiciones de parte de los acreedores de los países ricos, ha sido de contrarrestar la independencia y sabotear el desarrollo de las antiguas colonias de los países occidentales en el mundo mayoritario. El economista Michael Hudson argumenta que la deuda externa ha sido la arma preferida de los países occidentales para remplazar la conquista  por medio de una abierta agresión militar.

Sin embargo, prácticamente toda discusión de la deuda externa excluye precisamente ese factor principal que es el poder geopolítico. Tampoco jamás aborda el tema de reparaciones por los crímenes cometidos por los gobiernos occidentales, por ejemplo la indemnización de US$16 mil millones ordenada por la Corte Internacional de Justicia en el caso de la agresión estadounidense contra Nicaragua, o la justa recompensa por perdidas y daños ambientales ni, mucho menos, las reparaciones por los siglos de la práctica de la esclavitud. Su control absoluto de la deuda externa ha permitido a los países acreedores occidentales tener un super-abundante flujo de ingresos a sus centros financieros, facilitar acceso de sus corporaciones transnacionales a los recursos naturales del mundo y también a dictar los términos del comercio internacional al mantener el mundo mayoritario en un estado de efectiva dependencia neo-colonial.

El tema de la deuda externa es íntimamente ligado al tema de la cooperación para el desarrollo, un concepto que ha servido a los poderes imperialistas como coartada para su criminal explotación de las ventajas económicas logradas por ellos en base al genocidio y la esclavitud. En general, los países desarrollados nunca cumplen con los compromisos adquiridos bajo los acuerdos para aumentar los fondos disponibles en apoyo a los países más empobrecidos en vías de desarrollo, sea en relación a los Objetivos de Desarrollo del Milenio o sea en relación al Cambio Climático. Hace más de 50 años en 1970 la ONU acordó que los países desarrollados deben de aportar no menos que 0.7% de su PIB a la cooperación para el desarrollo. En todo ese tiempo los únicos países que han cumplido la meta, en sí extremadamente pinche, han sido Suecia, Noruega, Luxemburgo, Dinamarca y Holanda.

La mayoría de los países empobrecidos en vías de desarrollo sufren de los continuos cambios volátiles en los precios de sus exportaciones y, de manera creciente, de los desastres naturales provocados por el cambio climático. Así que es imposible para sus gobiernos planificar de manera segura un esquema de pagos de la deuda externa. La profunda injusticia de las relaciones internacionales por medio de las cuales se gestiona la deuda externa está acentuada por la ausencia de un mecanismo independiente y neutral para valorar las políticas del manejo sostenible de la deuda de los países endeudados. Tampoco existe un mecanismo independiente y neutral para el arbitraje de disputas.

Este es el contexto histórico y contemporáneo en que todavía otra crisis global de la deuda externa se está desarrollando. Han habido casi 15 años de bajas tasas de interés aplicado para rescatar las elites occidentales y garantizar el valor de sus activos durante y después del colapso financiero de 2008 y 2009. Durante ese tiempo las elites occidentales podían acceder al crédito con una tasa de interés de prácticamente 0%. En cambio en los mercados internacionales, los países en vías de desarrollo tenían que pagar tasas de interés de 7% o 8% o más. Ahora los bancos centrales, liderados por la Reserva Federal estadounidense han subido las tasas de interés de tal manera que están estresando la capacidad de pago de los países de bajos ingresos.

La alza en las tasas de interés ha sido la respuesta de los bancos centrales occidentales a un aumento en la inflación a nivel mundial. Ese aumento es el resultado de los drásticos cambios provocados por las medidas implementadas en 2020 y 2021 a nivel mundial contra el Covid-19 y también por los efectos de las medidas coercitivas aplicadas contra la Federación Rusa por motivo de su operación especial militar contra Ucrania. Las políticas contra el Covid-19 causaron una tremenda reducción en la actividad económica internacional, y el efecto global forzó a muchos países en vías de desarrollo de asumir más deuda externa. La desestabilización de los mercados se acentuaron todavía más con las masivas medidas coercitivas aplicadas contra Rusia, especialmente en relación a la energía y los alimentos.

En este contexto actual, una clara prioridad de los poderes occidentales ha sido de defender su dominio financiero y así proteger su poder, especialmente relativo a China y Rusia. Esto confirma la suprema importancia del poder geopolítico en relación al tema de la deuda externa en un momento en que la reestructuración de la deuda sigue siendo un asunto clave y controvertido. El tema de la reestructuración de la deuda ha llegado ser mucho más complejo que en el pasado, por motivo de la proliferación de instrumentos financieros derivados y de mercados secundarios en los mismos.

También los recursos para el desarrollo global invertidos por la República Popular China, entre otras nuevas fuentes de crédito, han disminuido el anterior férreo control de los tradicionales países acreedores occidentales. Esto ocurre en un momento en que se ha iniciado el complejo proceso de la llamada desdolarización a favor de intercambios comerciales y financieros en las monedas nacionales, por ejemplo entre Brazil y Argentina, entre China y Rusia, entre la India y Rusia y entre Brasil y China, par mencionar los casos más conocidos.

En relación a la re-estructuración de la deuda externa, ahora existe una fuerte discusión entre los acreedores occidentales y China sobre quien debe de asumir la reducción de las deudas re-estructuradas. El vocero de la República Popular China, el compañero Wang Webin ha comentado “Nuestra posición consistente ha sido que las instituciones financieras multilaterales y los acreedores comerciales que tienen la mayoría de la deuda de los países en vías de desarrollo deben de participar en los esfuerzos para aliviar la deuda.”

Esta posición china va directamente en contra de la práctica del FMI, la cual ha sido de ofrecer reestructuración de la deuda que a menudo incluye añadir más deuda al monto original para así poder garantizar los intereses de acreedores occidentales privados, tanto nacionales como internacionales. Quizás Argentina ha sido el caso más notorio de esta cínica política de parte del FMI, tan sádica en sus efectos sobre las poblaciones más vulnerables. La posición de China resalta la necesidad de mecanismos para manejar las las situaciones de bancarrota a nivel internacional para proteger los intereses de las poblaciones y garantizar su bienestar.

Y esto implica una atención adecuada a las circunstancias geopolíticas junto con  un manejo sensato de las diversas intereses posiblemente en conflicto en cada caso. También implica una gira dramática hacia la democratización del sistema financiera internacional, especialmente en términos de su transparencia y hacia la solidaridad como su principio fundamental moral. Como nuestro Canciller de la Dignidad, el Padre Miguel d’Escoto, siendo presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, comentó en abril del 2009, a una reunión de los ministros del Movimiento No Alineado:

“…Todo parece estar en crisis y en el mundo entero hay mucho temor e incertidumbre. Pero las crisis no necesariamente tienen que convertirse siempre en tragedias humanitarias. Pueden y deben tornarse en coyunturas que nos convocan a tomar medidas correctivas para re-encarrilarnos en la dirección de la Solidaridad y, así, garantizarnos un futuro promisorio para nosotros y las generaciones venideras.

La crisis actual ha dejado claro, hasta para quienes se obstinaban en no reconocerlo, que la lógica del capitalismo además de perversa es también suicida; que el dólar no puede seguir siendo la moneda para las reservas internacionales o el intercambio comercial; que el tercer mundo no puede seguir subvencionando el demencial concepto y práctica de “desarrollo” del primero; que Estados Unidos, y el llamado “primer mundo” en general, podrán seguir siendo todo lo fiscalmente irresponsable que deseen pero que tendrán que pagar las consecuencias de su propia irresponsabilidad y no seguir devaluando la moneda de las reservas internacionales mediante interminables impresiones de dólares, sin ningún respaldo, con el objeto de financiar sus guerras genocidas.”

Vale la pena notar que el Padre Miguel dijo esto hace casi 15 años y es muy importante ahora ver, teniendo en mente sus palabras, el significado de las recientes visitas del Canciller Serguei Lavrov de la Federación Rusa y del compañero Luo Zhaohui, Presidente de la Agencia China de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Son precisamente Rusia y China que están promoviendo re-encarrilar el mundo hacia la Solidaridad en estos momentos de temor e incertidumbre alrededor del mundo. El tema de la deuda externa en relación al poder geopolítico es un elemento importante en la formación de un nuevo mundo de Paz, Justicia y Solidaridad en que Nicaragua y nuestro gobierno sandinista juegan un papel altamente constructivo y visionario reconocido por los Presidentes Vladimir Putin de Rusia, Xi Jinping de China y todos los gobiernos de buena voluntad del mundo mayoritario.

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