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  • 27 enero, 2020

Entre el Águila y el Guardabarranco no debe interponerse ninguna serpiente


Por: Edwin Sánchez  

La consigna y los instrumentos elaborados en algún taller del infierno para ejecutarla eran espeluznantes, pero ovacionados por una legión de demonios: “La economía, la economía… es el costo que hay que pagar”.

El “Plan de Gobierno 2018” que adelantó la derecha fascista fue letal. En tres meses intentaron retrogradar a Nicaragua, como diría Rubén Darío, al “país enfermo y agotado” que fue bajo la “inorgánica democracia” de la era neoliberal.

Cuando se llega a ese estado de descomposición humana, la Patria, el Himno y la Bandera son los que menos importan. Y este desprecio a los símbolos patrios se traduce en la vileza completa de despreciar a la gente trabajadora que cada día echa mano de sus virtudes para sacar adelante a su familia.

¿Nicaragua merecía que la trataran así, totalmente al revés de cómo en verdad debe amarse a la tierra donde Dios nos favoreció nacer?

Nada justifica que alguien odie su suelo natal y se arrastre ante un gobierno extranjero para lograr sus ofídicos propósitos. Puede haber, si se quiere, un descontento contra algún partido, empresas o religiosos, pero eso no es ningún motivo para arrasar a su propia nación.

Después de la borrasca diabólica de 2018, de los que aplaudieron la horca laboral –en tanto buscaron a todo tranque arruinar el país– nadie quedó colgado. Ningún miembro de la casta y del gran capital, ningún banquero u oportunista, ninguna abortista y ningún cuello blanco o clerical quedó sin su abolengo, su empresa, su banco, sus acciones, sus siglas “políticas”-oenegé-negocio, su alto cargo o su catedral.

Es al pueblo laborioso al que le ha tocado pagar, con sacrificios y penurias, la enorme factura de la barbarie perpetrada por una desalmada cúpula que se agenció de violentos antisociales para destruir el país por ambiciones y/o rencores de vieja data.

Aparte de las inexcusables pérdidas de vidas, 157 mil 900 nicaragüenses fueron despojados de sus trabajos y lanzados a la incertidumbre de cada día; la población enfrenta ahora las secuelas de la abrupta caída de la economía, proyectada para alcanzar el 5% de crecimiento en 2018.

¿Quién es el interesado en desgraciar a una sociedad? ¿Y cuándo los agentes de la calamidad asumirán sus responsabilidades?

Dios lo sabe.

Nadie puede honrar a su nación, devastándola. Eso no es ser ni patriota, ni político, ni cristiano. Y no se puede ser ferviente convencido de la Democracia, sin someterse a la obligada consulta constitucional a través del voto. Porque los tranques, la imposición foránea, el grotesco ruego del serpentario de demandar sanciones o cualquier otra “genial” idea satánica de ese desorden, nunca serán las vías legítimas ni morales para obtener el honor de dirigir Nicaragua.

El apóstol Pablo fue claro para quienes aún se mercadean con “apariencia de piedad”: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”. 

La política es arte: es el arte de lograr en la comunidad diversa, la convivencia, la paz y el pleno desarrollo socioeconómico de la nación. 

Y en el sensible tema de la soberanía, no hay pueblos de primera y pueblos de segunda.

El mismo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al empezar 2020, dijo: “Tengo un respeto profundo por el pueblo iraní. No buscamos un cambio de régimen”.

Cuando los paladines de la inanidad buscan el alero de Washington para “cambiar” a las autoridades constitucionales de Nicaragua, significa que estos politiqueros irrespetan profundamente al pueblo nicaragüense.

De acuerdo a las leyes de los Estados Unidos de América, ¿de qué se acusaría a políticos de ese país que viajasen a México para reunirse, hipotéticamente, con el Ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, en la embajada de la Federación Rusa, a fin de tratar la situación de EE.UU.?

¿Cuáles serían los cargos por presentarles sus selfi-fake-news como preámbulo y pedir sanciones contra la Casa Blanca, secretarios del gabinete y funcionarios del FBI y la CIA?

¿Qué pasaría si solicitaran una injerencia en los asuntos internos que solo competen al territorio de las barras y las estrellas?

¿Qué pasaría si ese grupo demandara una intervención electoral?

¿Cómo tomaría el Congreso la supuesta respuesta del canciller Lavrov de “corregir” el sistema del Colegio Electoral de 538 electores a favor del voto directo del pueblo estadounidense?

Si no es bueno para el Águila, ¿cómo va a serlo para el Guardabarranco?

El titular norteamericano debe saber que el cuadro mediático que el pseudo periodismo y la politiquería cuelgan en el mundo como “Nicaragua” es infame. 

Ese “país” pintado con la bilis en sus diferentes formatos, incluido el “pastoral”, nada tiene que ver con la nación real. Es la vil transgresión politiquera del magisterio eclesiástico, de los fundamentos esenciales de la política y del periodismo.

La política no es para abolir a una nación, sino para aunar todos los esfuerzos en pro de la patria y las familias.

La libre determinación de Nicaragua es un bien supremo. No es ninguna declaración de guerra contra ningún Estado ni constituye una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos.

Es una proclamación de Paz, de Justicia y Cooperación.

Esta voluntad está rubricada por la Tríada del Decoro Nacional: el Genio Irrepetible de la Creación Castellana, Rubén Darío, y la sangre y el pensamiento de dos Generales de la Libertad: Benjamín Zeledón y Augusto César Sandino.

II

La política no es para instalar el desencuentro ni leer a Rubén Darío al revés: “Si pequeña es la patria, uno con la Doctrina Monroe la sueña”.

No es político ni demócrata, quien resuelve por sí y ante sí que su autoritaria narrativa es la que debe prevalecer por encima de los demás.

No es político el que alienta los enfrentamientos, la aversión a quien no piensa como él, y al que desconoce los principios de la convivencia social.

La última encuesta de M&R marca las consecuencias de esa ineptitud de entender y hacer  política. Porque esta no viene de Marte ni de cualquier parte, sino que debe reflejar los valores judeocristianos del nicaragüense grande: la capacidad de respetar el derecho del prójimo; la tolerancia y el diálogo; y la suficiente energía espiritual para resplandecer frente a los que tratan de rendir a Nicaragua ante los poderes de la oscuridad.

Por decencia básica, ningún político auténtico expulsaría de sus trabajos a casi 158 mil empleados, ni demandaría un cerco económico, financiero y comercial para boicotear la recuperación de estas fuentes de ingreso, mandar más familias a la extrema pobreza y frenar el avance sostenido del país.

Vale señalar que el surgimiento de “rostros nuevos” durante su anómalo debut en la barbarie del año antepasado, no aportó ningún aire fresco a la nación más que la contaminación ambiental provocada por las llantas quemadas y las almas envenenadas; destrozos de bienes públicos y privados, incendios, etc.

Triste. Entraron por la sentina de la historia, ahí donde van a parar los pérfidos de toda laya.

El culto al desorden, la violencia, la traición, la egolatría, y una prodigiosa “magia contable”, incluso con los fondos de organismos extranjeros para financiar descaradamente el Golpe de Estado al gobierno constitucional, no es parte de la cultura nacional. Por eso la desaprobación masiva a los que han hecho del odio, la patraña y el resentimiento parte de su insalubre agenda.

La población urge políticos de verdad, no una irracional chanfaina opositora. Por eso el 81.8% les plantean “Concentrarse en su organización y participar en espacios de diálogo y negociaciones con el gobierno”.

La declaración de los endemoniados de: “No importa que los tranques impidan que la gente vaya a su trabajo, no importa que los tranques impidan trasladar mercadería, no importa que se dañe la economía porque ese es el precio que debe pagar la población para derrocar al gobierno sandinista”, recibió una apabullante condena.

El 92.2%, la plenitud de la moral nacional, rechazó la abominable obra del averno que tanto alabó el obispo Silvio Báez y sus acólitos.

Solo el 6.2% estuvo de acuerdo en reducir a Nicaragua en un suburbio del Infierno.

Es evidente que estas siglas vacías de buena voluntad, propuestas, valores y pueblo son parte del atávico lastre que por siglos le negó a Nicaragua alcanzar el esplendor de su bendecido destino.

III

En su Enciclopedia de la Política, Rodrigo Borja puntualiza: “Lamentablemente, a la política contemporánea en el mundo entero le falta una dimensión ética y una dimensión estética. Demasiadas cosas sucias y poco elegantes se hacen a su nombre. La política en muchos lugares ha llegado a ser una mala palabra. Hay crisis de valores, ausencia de principios y, con frecuencia, falta de autenticidad en las posiciones. Los lugares del escalafón político nunca permanecen vacantes. Si los mejor dotados, los mejor intencionados, los más honestos fugan del escenario de la política, porque suponen que es una actividad de aventureros, sus lugares serán inmediatamente ocupados por los menos capaces y por los menos honestos. Así puede explicarse la crisis de conducción que sufren muchos de los pueblos del mundo. Resulta indispensable reivindicar el carácter misional de la política, reconciliarla con la ética y proscribir la corrupción en todas sus manifestaciones”.

No hay tal “carácter misional de la política” al financiar misiones al exterior para negarle a Nicaragua el derecho simple de ser Estado Nacional.

Tampoco hay una “dimensión ética” cuando los extremistas de derecha maquillan su saña en “hazaña”, sin reconocer el sadismo cometido y más bien, en el colmo del cinismo, culpar a los sandinistas de sus perversidades.

Y qué decir de los peligrosos fake news.

Qué decir del uso de las redes sociales como vertedero de inmundicias.

Qué decir de las ciudades humeantes por el desastre provocado.

Enmanuel Swedenborg (1688-1772) parece que en una visión profética vio la hora de las tinieblas sobre Nicaragua en 2018, y lo que sus operarios continúan haciéndose. Porque la descripción presenta el mismo aspecto del Infierno que Jorge Luis Borges transcribe en su lúcida disertación sobre este hijo de Suecia:

“Son zonas pantanosas, zonas en las que hay ciudades que parecen destruidas por los incendios; pero ahí los réprobos se sienten felices. Se sienten felices a su modo, es decir, están llenos de odio y no hay monarca en ese reino; continuamente están conspirando unos contra otros. Es un mundo de baja política, de conspiración. Eso es el infierno”.

A pesar de ello, la luz del Señor y sus bendiciones sobre Nicaragua pueden más que la Serpiente Antigua y sus vástagos… En el nombre de Jesús, Único Intermediario entre la humanidad y Dios.

Sí. Entre el Águila y el Guardabarranco, no debe interponerse ninguna serpiente.

Así sea.

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