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  • 30 abril, 2024

¡El Derecho Humano de no volver atrás!


por:  Edwin Sánchez

La poesía es memoria.

Salomón de la Selva

I

Debo

un país que le dejé a otros

creerla, quererla y crearla República.

Debo

un tiempo que debió

ser un agradable recuerdo.

Debo

lamentar

una tarde de lluvia veraz

que no cayó

en el suelo feraz

ni desplegó

en los tacotales el Arcoíris de la Paz,

sino que todo se desperdició

entre los pedregales del alma íngrima, donde jamás

ya, caerá la salubérrima brisa de Dios.

Debo

una flor que por temor

adolescente no entregué a lo nuevo

para mí… Un inocente amor,

en realidad, amor imposible,

mas tenía el valor, el sabor,  aquella flor,

la forma de un popsicle

jinotepino de donde el buen señor,

don Benicio Herrera, allá por la Normal de Varones

Franklin D. Roosevelt, prestigioso centro forjador

de robles docentes. Corazones

todoterreno que no perdieron su prístino fulgor

de vitales campeones.

 

II

Debo,

por respeto al idioma náhuatl,

a la cultura chorotega

y al poeta, pintor y narrador

Fernando Silva, insistir

que El Güegüence no es el nombre

comercial y deformado Güegüense, tampoco

gentilicio de “nicaragüense”.

El Güegüence, Güegüetzin,

es con “C”, de Tzin, partícula que dignifica

al Güegüe o viejo,

que no es uno más, sino El Viejo:

El gran Güegüence. El original.

Lo demás no está a la altura

de Nicaragua. Es copia, ignorancia

y menosprecio a nuestras culturas

madres originarias, que enriquecieron,

y amalgamaron,

y nunca empobrecieron,

a nuestra lengua madre bien nacida

allende de los mares y nuestros mapas:

el castellano florecido y enaltecido por el Panida

Rubén, aquel muchacho de Metapa.

 

III

Debo

una milpa

que nunca me atreví a cultivar,

pero sí a gozar  sin derecho, de la bendita industria

nicaragüense del deleite…

Sí.

De la tortilla, del yoltamal,

de la revuelta,

del perrerreque, del nacatamal

de la güirila,

de la cosa de horno,

de la hojaldra, de la rosquilla,

del tamal pisque,

del chingue, del pinol,

del tiste,

del pinolillo, del atol.

del tibio con todo y chingaste,

del pozol,

de la chicha, del chilate,

de la cususa… hasta el que, en su Alea iacta

est, cumple su beber de altos quilates

con el deber de Morir Soñando en Camoapa.

Debo

agradecer todo ese inmenso trabajo

del agricultor por hacer posible

nuestra sazonadísima gastronomía,

y al cálido arte de la cocina mayor,

de la cultora y del cultor

del gusto,

a sabiendas de que, aparte de la mejor miel,

y fuera de la mies del Señor,

también hay paladares de hiel…

Es el que se opina superior

y solamente es una deshabitada piel.

Tal V.I.P. de la ingratitud

hoy puede disfrutar de su postizo Paraíso,

aunque en los músculos faciales de la amargura

ya esté

cincelado, al hierro vivo,

el para eso les pago,

esa es su obligación,

son mis impuestos,

antes era mejor,

es su deber,

gran cosa…

Debo

reconocer a los artistas de la cocina

y de los alambiques criollos,

como si contara con la autoridad

de un chef náhuatl,

de un infalible sumiller chontal,

una maestría ladina en Pinol de iguana

y un doctorado chorotega en Indio Viejo.

 

IV

Debo

una canción

que no pude componer

pero con Víctor M. Leiva, Abelardo Pulido,

Camilo Zapata, Otto de La Rocha,

Leo Dan, Roberto Carlos,

Julio Iglesias, Chicago y Juan Pardo,

ya lo demás,

aunque suene a herejía,

sobraba. ¿Estás seguro?

 

V

Debo

una inexcusable omisión

al no contarle a Leonardo Favio
que aquel jovencito del Partido Socialista

—que vivía por El Cementerio

de Jinotepe,

que era alegre,

que por eso mismo se enfrentó a la desdicha

instaurada y a la tristeza armada

llamadas dictadura de Somoza-

Guardia Nacional;

que cayó en combate el 25 de marzo de 1979—

no entonaba canciones de protesta.

No.

El cantaba con tono de barítono,

Fuiste mía en verano.

Debo

aceptar, Marvin,

Marvin Alemán, que…

otra vez ya no será…

Pero aquí lo digo ahora, y conste

cuánto te costó

esta Nicaragua Grande.

 

VI

¿Debo

perdonar, sin tomarles en cuenta,

los estragos causados al país

los que aprovecharon, durante los ochenta,

la  sangre de mártires como Marvin? Su raíz

alimentó la Revolución que pusieron a la venta

los mismos usurpadores con el matiz

de una culta disidencia

que fue la parte oculta de la peor parte de la infeliz

putrefacción fermentada en los noventa.

Eran los “revolucionarios”

que maldecían la “democracia burguesa”,

porque nosotros-los-proletarios

no necesitamos de las chochadas esas.

¡No a las urnas!,

vociferaban los ásperos “viajeros

de la oportunidad” que con hábitos de alcurnia

gozaron del poder entero.

(La frase es del doctor Rafael Casanova)

 

¿Perdonarlos?

Sería como adorar a esos

que se movían como un ídolo sin elegancia

en el tablero de mando. Tiesos, muy tiesos,

en su vanidad y su arrogancia.

Sería

perdonar a los que nunca pidieron

perdón al pueblo,

y más bien aplaudir el extremo descaro

de la perfidia en pleno,

cuando en coro, pájaros

de alto vuelo,

dijeron: ¡Adiós muchachos!

Debo,

pues, mis disculpas,

de nuevo,

porque no se puede librar de culpas

a quienes ciegos

de ambiciones, con su oportunismo

y sus devastadores egos,

echaron mano, sin escrúpulo alguno, del ismo

que se amoldara a su juego de doctos chagüiteros

para amparar su inmaculado cinismo.

 

VII

Debo

admitir que en el Diccionario de la Historia

de la Decencia, las palabras que más suman vigores,

Gratitud y Lealtad, abrigaron la gloria

de ser completadas con la noble

acepción épica de carne, poesía y memoria:

Tomás Borge.

Lágrimas, guerrillas y victorias.

¡El Derecho Humano de no volver atrás!

 

VIII

Debo

un perdón, o dos

(¿docenas?), ya no sé, que no me atreví

a pedir por orgullo.

Debo

la práctica

de la religión dominical

que encubre

mi nihilismo semanal y mi ateísmo

con dormida adentro.

Debo

tanta sinceridad

porque me eché mis técnicos eufemismos,

a veces al strike cantado,

como-toda-la-gente,

y brindé una que otra hipocresía en las rocas.

como-toda-la-gente.

Debo

todas esas palabras auténticas

del alma

que nunca saqué

a asolear ni a la acera.

 

IX

Debo

no haberme regocijado más

con la gente buena,

que no se las da, pero se da a los demás.

Debo

mi admiración a esa gente de brío

que viene de muy abajo,

humilde, pero no por tener unos cuantos sencillos

en la Caja Fuerte del Digno Trabajo.

Humilde porque vos sos, él, ella, todos los antónimos

en cuerpo y alma que tipifica la Real Academia:

del vano, del engreído, del espíritu mínimo,

del soberbio en el bárbaro grado de pandemia.

Héroes integérrimos…

Argamasa

de los hombres y mujeres de Buena Voluntad.

Vos, ellos, ellas, sello de la verdadera raza

superior de la Humanidad.

Vos, ellas, ellos, nunca serán

portadas en People,

Forbes, ni ¡Hola! , mas estarán

en los titulares de Sol

entre las  celebridades del Cielo.

Y aquellos que alcanzaron el Nirvana

de su gusano interior, con el detestable anzuelo

de sus vanidades, les está reservada la primera plana

del Olvido Mayor, debajo del mausoleo

fastuoso que no verán, ni el tañido de campanas

que tampoco oirán, en medio de tanto clamor. Allí, donde, creo,

París bien vale lo que en el desierto la amarga retama…

Ni una misa que sirva de consuelo.

Debo

tratar de entender

por qué

algunos se tragan dogmas inútiles

que lastran la fe

y se congestionan de odio.

 

X

Debo

la mirada

que no debió apartarse de aquellos

formidables contornos

femeninos, lo que es justificable.

Debo

reprobar a la zafia

canalla que se le va los ojos,

sin vergüenza, tras la hermosa Patria

del prójimo,

de los que con plata

ponen su corona de abrojos

para sangrar el mapa

soberano, marcado por esos lobos

como tierra de robo y desalojo, sátrapas

que con la moral en saldo rojo

al adueñarse de su fascinante silueta, expanden su Atlas

infame a su gusto y antojo, de puros despojos.

Apoderarse, los miserables

—vaya meta final—,

de sus encantadoras vetas y otros codiciables

recursos, en los que se afanan, hasta el abuso del mal,

los del Cuarto Círculo insondable,

que al poseer las tentadoras fronteras, lograrán el brutal

éxtasis de la abyección total, lo que no es justificable.

 

XI

Debo

una mejor plática

de aquel vino descorchado

sin razón alguna.

 

XII

Debo,

porque me fui en el bus,

un viaje nocturno en el Ferrocarril del Pacífico,

desmantelado con todo y Nicaragua

por el mismo linaje que descarriló la nación

en los 90 y lo intentó de nuevo

en abril-julio de 2018,

por exceso de desprecio a la gente sencilla

y falta de amor azul-blanco-y-azul.

 

XIII

Debo

un abrazo al Mombacho,

a su activa presencia lejana y azul,

porque en su demorada ladera

de diciembre, bajaba en una tarde elaborada

de cafetales. Una tarde de verdes banderas

rebosantes de júbilo rojo que después

ondearían su humeante aroma,

al reencontrarme

con el amor que solo el Niño Dios

podía regalarme.

 

XIV

Debo

una taza de amistad

a la altura del café de Nicaragua,

Perla de la Paz

que alumbra desde el Centro de las Américas.

 

XV

Debo

dar gracias por el Betseller Eterno,

Libros de los Tiempos.

Libros que son la Historia de un Pueblo

y de los hijos de los hombres.

Una Cruz, una Agonía, una sola Redención.

Un Único y Sumo Pontífice:

Jesucristo Hombre.

Insustituible, Indestructible,

Inmutable Puente entre Dios y la Humanidad.

Debo,

porque debo, y necesito,

dejar

de ser un religioso en tránsito

por este mundo, un rigioso más,

donde habito con el hábito

del infinito engaño del rebaño hético que detrás

va de heréticos ritos, oficios y mitos.

Debo

leer la Biblia

con mis hechos,

para no deberle tanto a la vida…

 

                                                                                 Edwin Sánchez

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