Detalles del momento: “La Poliqueria”
Por: Moisés Absalón Pastora.
Con la reciente reforma a la Constitución de la República, por cierto, muy amplia, Nicaragua da un paso gigantesco hacia la refundación de la nación. Evidentemente desde la Asamblea Nacional hemos hecho un cambio profundo a nuestro gran pacto social y político porque avanzamos tanto en temas de desarrollo y economía, de seguridad y paz, de derechos y deberes, que había que armonizar toda la estructura del estado con el fin de pelear con armas jurídicas y legales la guerra que libramos contra la pobreza.
Pese al escenario dantesco al que nos quiso conducir la politiquería en este país y que ahora ladra desde afuera donde se quedará para el resto de lo que a puchilandia le quede de vida, nosotros aquí decidimos ser consecuente con el rescate que hicimos del país cuando se lo arrebatamos de las garras al Águila Imperial una vez que sus sirvientes se lo habían entregado a cambio de un poder que nunca tendrán.
Reformar ampliamente la carta magna, la que nos rige a todos en calidad de la más alta ley del país, es responder a los saltos cualitativos y cuantitativos que hemos dado desde muchísimas esferas, que a la altura de este agónico 2024, nos empuja hacia un año nuevo hipersónicamente activo y dinámico. Ese paso es fundamental y elemental para adecuar no solo a Nicaragua a sus venideros tiempos sino para afianzar la seguridad, el orden y la paz como condicionantes para que el inversionista extranjero y nacional tengan la plana convicción de que su capital, como generador de empleo y riqueza, está seguro y que nadie que tenga corroído el cerebro por falta de uso o porque nunca lo uso, se le ocurra que puede repetir el baño de sangre de 2018 y para esos tenemos un mensaje muy claro que es importantísimo que entiendan.
Una cosa es hacer política y otra hacer politiquería. La política es arte, es ciencia, es encontrar salidas a los tranques, soluciones a los problemas, es ser tan pragmáticos como tener los pies bien puestos en la tierra para no perder el norte. La politiquería es todo lo contrario, es amorfa, carece de sentido común, es una pared contra la que gente buena ve estrellas sus ilusiones, es cultivo de controversias, es un cachinflín que se dispara sin saber para donde va y ante todo es miserablemente hipócrita.
He vivido a lo largo de mi vida experiencias extraordinarias que me han llenado de satisfacciones y otras que me han quebrado la espina dorsal y que me han llevado del encanto al extremo del desaliento total. Por decisiones que tomé desde muy joven o por los avatares y circunstancias del destino me he involucrado en tantas cosas, en el campo de la política y de la politiquería que terminaron siendo la mejor universidad en mi existencia porque me permitieron determinar, con solo observar, quien camina cristianamente en los zapatos de la nobleza y quien en los espinados caites del diablo.
En la vida uno no nace aprendido porque siempre vamos haciendo la ruta andando y en ese caminar nunca dejamos de aprender, por muy viejos que nos volvamos, pero de jóvenes, dependiendo de los nutrientes que hayamos sido capaces de absorber, de los valores con que nos formaron, llagamos a creer, desde la nobleza ingenua de la nueva sangre, que nos será fácil conquistar el mundo, que todas las personas a las que nos acercamos o se nos acercan son buenas y muchas veces, aunque de nosotros haya salido entregarnos por entero a una causa o a un ideal, no faltan aquellos que con pretensiones de líderes, te utilizan y aprovechándose de tu candidez te manipulan como marioneta, te exaltan, te dicen que eres la mamacita de Tarzán, que eres el mejor, que no hay nadie como vos y todo ese bla, bla, para que sin chistar, uno creyendo en la franqueza de esos halagos, sucumbas al verdadero interés de quien te canta como sirena con la intensión de embrujarte.
Esta escena o pasaje estoy seguro que no les ha pasado a pocos, muchos lo hemos experimentado en carne propia. Sucede en todos los estamentos de la vida, alguna vez alguien anduvo sobre esas brazas y terminó hecho papillas porque la conclusión final es que fuiste traicionado por alguien que abusó de tu confianza, que te usó, que te fue desleal, que no correspondió a la franqueza y colaboración con que te entregaste en la empresa o dentro del espíritu de un ideal o de una lucha compartida por el interés nacional que finalizó con una puñalada trapera en la espalda que sin duda son dolorosas pero con el lado amable de que aprendiste de eso.
Por saber y venir de todo eso puedo hablar con propiedad del tema. En este oficio del periodismo, desde muchísimo antes de comenzar a ejercerlo hace 42 años, porque nací, me críe y viví entre periodistas, escuchaba a grandes señores que llegaban a mi casa para hablar, entre otras muchísimas cosas, de los cuchillos largos de sus tiempos y así oír, en esas ruedas bohémicas e intelectuales, los nombres de los politiqueros de turno que los afectaban y que ahora qué hago el repaso a la vuelta del tiempo son los mismos de hoy en sus miserias humanas.
Esos grandes del periodismo de los que hablo, a pesar que no padecían las limitaciones de los periodistas de hoy, pues eran otras circunstancias porque para empezar eran pocos, pero espesos, compartían cómo la politiquería de sus tiempos los usaba para que proyectasen la imagen o el interés de personas o grupos y al final terminaban sintiéndose utilizados o en el peor de los casos traicionados porque aquel a quien por simpatías o supuesta amistad habían servido, después de haberlos utilizado los escupían como bagazos.
Siempre he dicho que mi origen es sandinista, luché contra Somoza como un joven sandinista y que desencantado por cosas que no me parecieron estuve en ARDE con Edén Pastora, después en la Resistencia y tuve muchas afinidades con sectores liberales y desde el 25 de abril de 1990, hasta el 10 de enero de 2007, que concluyeron tres administraciones supuestamente “demócratas” me relacioné con mucha gente que se disfrazaron de “libertadores y salvadores de la patria”, las mismas que compondrían el mundo que Nicaragua vivía, un discurso que me atrajo, porque para mí era la esperanza del progreso y del desarrollo que siempre quise para mi país y en ese afán vi que Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y el infame, ingrato y tristemente célebre de Enrique Bolaños Gueyer se fueron para nunca más volver, pero sin pena ni gloria, con más reclamos que promesas cumplidas y en medio de las más tenebrosas historias de corrupción jamás conocidas en la vida pública nacional y ninguno de ellos hizo nada por condescender con la dignidad que les reclamó siempre el país.
Hay muchas cosas conocidas de esos tiempos. Me acuerdo cómo muchos que llegaron a los ministerios, a los entes autónomos, a las curules parlamentarias y a las alcaldías a tomar posesión de sus nuevos cargos, cargos jamás soñados, inmerecidos porque nunca lucharon por ellos, que llegaron a valer hasta 10 mil dólares mensuales y que ocuparon inicialmente hasta con camisas prestadas, fue, para esos que se presentaron a sus elegantes oficinas con las bolsas volteadas, mostrando que entraban pobres, lo que al final les resultó el gordo, no de la lotería, sino el gordo de la vida, porque muchos cuando salieron se fueron cargando costales de oro ya no por los jugosos salarios sino por lo que adicionalmente robaron y a manos llenas, y para esos fue la mejor de todas las épocas de su existencia.
Mi periodismo en esos tiempos creía estar apoyando sinceramente la cusa de la democracia, pero esa democracia solo era para los oportunistas, para los que yo había servido de escalera para que llegaran a enriquecerse y lo paradójico es que cuando los buscaba para pedirles un favor nunca estuvieron, pero eso sí cuando me miraban en las conferencias de prensa o en las recepciones, cuando andaban con su botella de Whisky entre pecho y espalda, me decían que yo si los tenía bien puestos, que me rendían el charro, mientras yo pasaba dificultades de salud, no tenía con qué pagar el alquiler de la casa, no podía componer la carcacha que andaba, tenía problemas para llevar el pan nuestro al hogar y así otras limitaciones que contrastaban con la politiquería de aquellos que nos usaban a los periodistas para el interés de sus ansias de poder y al final nunca te volvieron a ver.
Digo esto porque recientemente se me acercó alguien con el que hace un tiempo atrás coincidíamos en condenar el asqueroso uso que la politiquería hace del periodista, no del dueño del medio con el que sí se entiende muy bien porque es al que paga, pero sí con el reportero, con el corresponsal, con el redactor que por ser asalariado y tener pocas opciones tiene muchas veces que aceptar y hasta penosamente justificar que lo mal traten.
Hay algunos periodistas que pusieron el prestigio que alguna vez tuvieron al servicio de la destrucción y de la traición a la patria y decidieron irse para seguir haciéndolo desde afuera porque existiendo ley en Nicaragua, desde adentro, no iban a poder seguir en las mismas. Claro esos se fueron financiados y aunque son pocos están muy bien pagados por lo que hacen y no es que tengan una convicción propia sobre el crimen que consuman todos los días, sino que ellos rezan el guion que les ponen a leer sin que les importe el daño que puedan causar a un país que como el nuestro está en pie y al que no regresarán porque por traidores dejaron de ser nacionales.
Pues bien, esos periodistas, perdón microfoneros, utilizados por la politiquería, que bravuconamente dicen cualquier barbaridades desde Miami o San José, dónde tienen sus centros de operación, están bien, viven cómodos, tienen buenos ingresos y además hasta reciben premios que Estados Unidos les concede a través de sus agencias satélites para vender de cada uno de ellos que son los Pulitzer del periodismo nicaragüense, allá esos y que gocen mientras puedan el mundo falso y cobarde que decidieron habitar.
Pero mientras aquellos que ya conocemos viven al otro lado de nuestras fronteras como prófugos de la justicia, hay otros, que habiendo sido más ácidos que los que salieron en desbandada, se encuentran totalmente abandonados, olvidados y desempleados porque esos dueños de medios de comunicación que siguen estando muy bien, los corrieron y los mandaron a la calle con el cuento que nos les está entrando publicidad, aunque sí gruesos fajos de dólares que antes llegaban a sus manos a través de algunas valijas “diplomáticas” que baipaseaban a los otrora Organismos No Gubernamentales que en algún momento fueron grandes lavanderías y fuentes inagotables de la corrupción que a nombre de la “democracia” hicieron aquellos que fueron investigados traición a la patria, lo que por supuesto en su momento les fue plenamente comprobado y hasta por confesiones de ellos mismos.
Los seres humanos nos organizamos en la sociedad a partir de modelos políticos basados en ideas, en principios y en costumbres y quienes nos dedicamos a la actividad política o periodística podemos hacerlo con dos enfoques posibles: para servir a la ciudadanía a la que representamos o defendemos o a través de actitudes ruines y mezquinas que se envuelven con una maraña de mentiras, manipulaciones, dolo y estafa y es precisamente esto último lo que representa la politiquería que al primero que trata de poseer es al periodista.
Los periodistas debemos tener dignidad, darnos a respetar. Podemos estar en una u otra acera, podemos compartir ideas y proyectos con personas o grupos, pero de lo que debemos estar convencidos es si realmente estamos en sintonía de trabajo y propósito con aquel o con aquellos que como nosotros quieren hacer por el bien común.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.