Ser hecho invisible
Por: Stephen Sefton, Tortilla con Sal
Hace más de treinta años, el filósofo Alasdair MacIntyre* señaló que la incapacidad de apreciar y valorar de manera honesta las maneras de pensar de otras tradiciones culturales e intelectuales rivales incapacita gravemente a los defensores de la tradición moral e intelectual que no lo hace. Ese banal tipo de fracaso crítico fundamental siempre ha caracterizado a las sociedades de las potencias imperialistas occidentales, en todas las esferas de la vida intelectual y moral. Puede que fuera menos evidente antes del actual advenimiento de un mundo multipolar desafiante, pero la crisis resultante del poder y el prestigio de las elites occidentales ha puesto de relieve su innata bancarrota moral e intelectual como nunca antes.
Cualquiera que desafíe la mala fe moral e intelectual de los intereses arraigados de las élite corporativas occidentales es atacado o hecho invisible. Varias personajes, por lo demás muy conocidas, que defienden a Julian Assange contra los esfuerzos de los gobiernos de los países de la OTAN aliados y de los Estados Unidos para destruirlo, han experimentado esta realidad, encontrándose atacados o marginados aún más que de costumbre. Un poco diferente, pero en última instancia igual de siniestro, ha sido el tratamiento de docenas de científicos muy eminentes que cuestionan la sabiduría recibida sobre el actual brote de COVID-19 en el mundo. En ambos casos, la justicia y la libertad de expresión son importantes temas subyacentes.
Julian Assange
A pocos les sorprende que los defensores de Julian Assange contra el sistema de injusticia del Reino Unido sean tergiversados o excluidos por los gobiernos de los países imperialistas apoyados siempre por todas los medios de desinformación que controlan los oligarcas de sus países. Sin embargo, los defensores de los eminentes científicos que cuestionan la política pública sobre COVID-19 se encuentran marginados no sólo por la opinión liberal dominante sino también por la mayoria de la opinión progresista. Científicos eminentes como John Ioannides, Sunetra Gupta, Sucharit Bhakdi, Alexander Kekulé, Dolores Cahill y decenas de otros se encuentran en efecto, si no desaparecidos, ciertamente excluidos en general de la discusión pública.
La gran mayoría de los liberales y los progresistas occidentales no tratan de una manera seria, y mucho menos refutan de manera creíble, los argumentos de este muy importante y excelentemente calificado cuerpo de opinión científica. Tampoco valoran debidamente el salvaje ataque de clase encubierto como política de salud pública sobre COVID-19 que busca imponer un reajuste económico capitalista corporativo a los pueblos de América del Norte y Europa. De manera similar, los medios de linchamiento y desinformación de Occidente han tergiversado el caso contra Julian Assange, mintiendo sobre los hechos y difamándolo injustamente a cada paso, mientras que también entierran el demoledor ataque sobre la libertad de expresión que representa su probable extradición a los Estados Unidos.
En general, las falsedades recetadas se propagan e imponen no solo a traves de los medios de comunicacion corporativos de noticias y entretenimiento, sino tambien por casi todas las principales fuentes de informacion internacional. Entre ellas se encuentran prácticamente todas las organizaciones internacionales no gubernamentales de alto perfil y prácticamente todas las instituciones internacionales del sistema de las Naciones Unidas, la Unión Europea o la Organización de Estados Americanos. Los testigos sinceros de la verdad tienen pocas o ninguna posibilidad de sobrevivir intacto en estas organizaciones y sistemas moral e intelectualmente corruptos.
Leonard Peltier, Ana Belén Montes, Mumia Abu Jamal
El siniestro poder político y el dinero corporativo asfixian y sofocan los esfuerzos por desafiar el cínico y mendazante statu quo. Ejemplos históricos extremos en los EE.UU. incluyen los asesinatos de Malcolm X y Martin Luther King y la subsiguiente persecución del movimiento de las Panteras Negras. Un gran número de héroes antiimperialistas como Leonard Peltier, Mumia Abu Jamal, Ana Belén Montes o Simón Trinidad, entre muchos otros, permanecen injustamente encarcelados. Entre los ejemplos actuales de la perfidia informativa occidental destacan la farsa de juicio de Julian Assange, el escándalo de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas y la prolongada pantomima del Russiagate.Cada persona tendrá su propia experiencia de esta realidad. Por ejemplo, los esfuerzos para suprimir la película “El Planeta de los Humanos” destacaron cómo el dinero corporativo moldea, manipula y acorrala la opinión a favor de un falso Nuevo Pacto Verde que ambientalistas como Cory Morningstar han desafiado durante años contra la supresión sistemática de sus argumentos. Los ambientalistas liberales y progresistas excluyen en su mayoría el análisis incisivo de la conciencia de clase, mientras celebran las paparruchas pseudo-progresistas que apoyan la agenda ambiental del capitalismo corporativo. En general, la desinformación sistemática socava deliberadamente el proceso democrático al negar a la gente poder acceder a una evaluación y análisis completa de los hechos. Personas bien informadas que presentan pruebas bien atestiguadas se encuentran efectivamente desaparecidas del debate público.
Nada de esto es nuevo para las poblaciones de los países vićtimas de la agresión de las potencias imperialistas norteamericanas y europeas. En la mayoría de los reportajes o informes occidentales sobre sobre países como Rusia y China, Irán y Siria, Venezuela y Cuba, la honestidad intelectual y moral está notablemente ausente. En el mundo mayoritario, la experiencia de ser hecho prácticamente invisible se extiende a pueblos enteros. A la mayoría de la gente de América del Norte y Europa apenas le importa la gente de países lejanos, normalmente muy diferentes culturalmente. Muy pocas personas saben lo suficiente para poder desafiar eficazmente el interminable engaño difundido en la mayoría de los oficiales reportes o informes occidentales sobre los acontecimientos en esos países, que son el blanco de las oligarquías norteamericanas y europeas y de los gobiernos que dirigen.
En América Latina y el Caribe, Haití es quizás el ejemplo más atroz, o quizás podría ser Honduras, o quizás Bolivia… lo que sí es incuestionable es el odio vicioso y psicopático que propagan los medios de comunicación, las ONG y las instituciones occidentales contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. Estos son los tres últimos gobiernos revolucionarios latinoamericanos que quedaron en pie después de la ola de golpes de estado y ofensivas pseudo-legales de “lawfare” promovidas por los Estados Unidos y la Unión Europea en los últimos quince años. En el caso de Cuba, el odio se disfraza ocasionalmente como un reconocimiento a regañadientes del gran ejemplo de solidaridad internacional y amor entre los pueblos de la Revolución Cubana, encarnado de muchas maneras, pero sobre todo por su incomparable asistencia internacional durante los brotes del ébola y de COVID-19.
Si los influyentes medios de comunicación, las ONG y las instituciones internacionales de Occidente admiraran realmente el ejemplo infinitamente más allá de su alcance de amor y solidaridad humanos de Cuba, harían una campaña implacable exigiendo el fin de las criminales medidas coercitivas de los Estados Unidos que atacan el bienestar básico del pueblo cubano. Por supuesto que no lo hacen, porque son unos cínicos hipócritas que detestan el compromiso revolucionario de Cuba con la persona humana y su defensa como centro y foco del desarrollo nacional del país. Lo mismo ocurre con Venezuela y Nicaragua. En estos dos países, los medios de desinformación occidentales, las ONG occidentales transnacionales y las instituciones internacionales dominadas por Occidente han llegado a extremos hasta ahora desconocidos de criminalidad y falsedad odiosa.
A pesar de todo, Venezuela sigue resistiendo la violación abierta de los principios básicos de la ONU por parte de las élites norteamericanas y europeas que han dirigido los regímenes gubernmentales e instituciones de sus países para robar la riqueza de Venezuela y atacar al pueblo del país, tal como lo hicieron con éxito en Costa de Marfil y Libia durante años hasta el desenlace final del año 2011. Han intentado hacer lo mismo con Irán, sin éxito. A pesar de todos los indicios de lo contrario, creen en la falsa ilusión de que, destruyendo Venezuela, tendrán más posibilidades de derrocar las revoluciones cubana y nicaragüense y aplastar para siempre el impulso nacionalista revolucionario en la región. Apenas pueden tolerar las versiones socialdemócratas de ese impulso en México y Argentina.Nicaragua se encuentra todavía en la fase inicial de los intentos occidentales de atacar a su pueblo para debilitar el apoyo al gobierno sandinista del país dirigido por el Presidente Daniel Ortega. Es probable que eso cambie en el curso del 2021, que es un año de elecciones aquí en Nicaragua. En el caso de Nicaragua, la gran mentira es que el país es una dictadura brutal que no ha logrado proteger a su pueblo de COVID-19. Precisamente lo contrario es la verdad. Nicaragua ha sido el país más exitoso de América Latina y el Caribe en la protección tanto de la salud de su pueblo como de su bienestar económico durante la crisis internacional de COVID-19. De igual manera, es la oposición política del país, financiada, entrenada y organizada por el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea, la que ha atacado brutalmente al pueblo nicaragüense. Lo hicieron utilizando la violencia armada en 2018 y lo han hecho exigiendo cada vez más medidas económicas coercitivas ilegales contra su propio país tanto a los Estados Unidos como a la Unión Europea. Asimismo, promueven una interminable guerra de desinformación internacional.
Ninguna ONG internacional de derechos humanos ni ninguna institución internacional de derechos humanos ha investigado la experiencia de las miles de víctimas de la violencia de la oposición en Nicaragua en 2018. Ni Amnistía Internacional, ni Human Rights Watch, ni la Federación Internacional de Derechos Humanos, ni la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ni la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ni ninguna institución de la Unión Europea, ninguna de ellas lo ha hecho. Hacerlo revelaría la gran mentira de que las protestas de la oposición fueron pacíficas. Todas y cada una de esas instituciones han afirmado falsamente que el gobierno nicaragüense reprimió brutalmente las manifestaciones pacíficas en 2018. Todos los medios corporativos occidentales y los medios de información alternativos que cubren los asuntos internacionales han repetido esa mentira. La verdad sobre Nicaragua y los acontecimientos de 2018 está disponible en textos, material audiovisual y testimonios como estos, producidos independientemente:
Hasta ahora, prácticamente nada de este material sustancial o de otro material facilmente disponible ha sido abordado públicamente o analizado seriamente por ningún académico, en ningún lugar, comparando, contrastando y valorando las versiones oficiales, el testimonio de los testigos y las pruebas audiovisuales y documentales. Prácticamente todos los escritos académicos sobre Nicaragua se han satisfecho con regurgitar las mismas mentiras y tergiversaciones difundidas por todos los medios de comunicación, ONG e instituciones occidentales. Ellos se han apoyado de forma absolutamente exclusiva en las fuentes de la oposición financiadas por el Gobierno de los Estados Unidos. Ninguno de ellos ha hecho una investigación original y honesta sobre el tema de la violencia de la oposición. Ni una sola. Todo el abundante material que documenta la verdad de lo que pasó en Nicaragua en 2018 se ha hecho invisible.
Que los medios de comunicación occidentales, las ONG y los académicos lo hagan invisible no es nada nuevo. Sólo significa que ha sido sumergido en la centenaria experiencia de las masas anónimas del mundo mayoritario que las élites occidentales siempre han saqueado, masacrado, abusado y violado. En vez de enfrentar esta realidad, la abrumadora mayoría de la gente en América del Norte y Europa tiene la irracional y en última instancia autodestructiva creencia de que ellos son moralmente superior a los pueblos visto por el Occidente como rivales. Para asegurarse de que se aferran a esa falsa creencia demencial, sus clases dominantes trabajan constantemente para desaparecer la verdad, ya sea en el caso de un individuo rebelde como Julian Assange o de todo un país, como en el caso de Cuba, Nicaragua o Venezuela.