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  • 4 mayo, 2021

De Dante a Darío: armonía eterna de imaginación y esperanza


En memoria de Francisco Arellano Oviedo
“Y entonces salimos a volver a ver las estrellas”.
 (E poi siamo usciti per vedere di nuovo)
 El Paraíso, Divina comedia.

En estos tiempos de pandemia y explosiva desinformación virtual, aturdidos por la incertidumbre, sofocados por el encierro global, angustiados por el restringido contacto humano, frente al riesgo relativo y el irracional miedo inducido (“El temor ha helado tu alma”…), contaminados por el virus del egoísmo capitalista de exclusión, acaparamiento y consumo desmedido, ante “lo que no conocemos y apenas sospechamos” como dijo en Lo fatal el autor de Azul… con sentido de infinito y esperanza, adquiere actualidad el último verso de la Divina comedia escrito en 1321: “Y entonces salimos a volver a ver las estrellas”. ¡Salgamos a verlas todos entonces!

El Poeta supremo y Padre del idioma italiano, el florentino Dante Alighieri (¿29 mayo, 1265? – 14 septiembre, 1321), personaje cumbre de la literatura universal, cumple 700 años de fallecido, y su obra más celebre, la Divina comedia, extenso poema religioso, ético, político, histórico y literario, escrito en el exilio entre 1304 y 1321, alcanzó siete siglos (1321-2021).

Cuando decimos “dantesco”, según el Diccionario de la Lengua Española, entendemos dos conceptos: perteneciente o relativo a Dante o su obra, y referido a una imagen, escena o situación que causa espanto. En el segundo, lo “dantesco” es tenebroso, precisamente por las escenas dramáticas que, desde el simbolismo mítico medieval y occidental describe en la primera de las tres partes (cada una con treinta y tres cantos) de la obra: el Infierno.  Inicialmente el autor la llamó “Comedia” porque al concluir era un final feliz (el escritor Giovanni Boccaccio –autor de la primera biografía de Dante- le agregó, por su connotación religiosa: Divina), por que las dos partes siguientes: el Purgatorio y el Paraíso, presentaban los beneficios de una vida y acciones virtuosas, el destino de los bienaventurados…, aunque la primera parte, muestra los tormentos y las penas eternas de los condenados por los pecados, delitos o injusticias cometidas.

Al final, en el Paraíso, se encuentra con Beatriz, el amor idealizado, eterno y fugaz, más allá de todo, en la felicidad de Dios.  En los dos primeros estados el autor es guiado por el poeta Virgilio, autor de la epopeya latina la Eneida (siglo I), quien, en “continuidad” a los poemas épicos atribuidos a Homero (La Ilíada y la Odisea), por encargo del emperador Augusto, tomando como punto de partida la guerra de Troya, pretende mostrar el origen mitológico del creciente imperio romano para glorificarlo.  En la Eneida se cuentan las hazañas de Eneas, personaje de la mitología grecorromana de quien se dice descienden Rómulo (primer rey) y Remo, fundadores de la ciudad de Roma (21 de abril de 753 a.C.). Virgilio, en el Libro VI, lleva a Eneas al Averno o Infierno lo que sirvió, en las postrimerías de la edad media doce siglos después, de inspiración literaria al escritor italiano.

La obra pionera de Dante no fue escrita en latín sino en toscano, lengua vulgar de la región de Toscana, precursora del italiano moderno que se impuso a las demás lenguas y dialectos expandiéndose, varios siglos después, como nacional en la península itálica. Escribieron en toscano, entre otros, Dante, Petrarca, Boccaccio y Maquiavelo.

El idioma castellano desde el medieval condado de Castilla se expandió en Hispania a partir del latín que llevaron los romanos desde la ocupación en el siglo III a.C., cuyos primeros textos conocidos, “las Glosas Emilianenses” datan del año 1009. El toscano, fuente del italiano actual, cuyo texto primigenio conocido “Placiti Capuani” se remonta al año 960; desde esa región del centro-norte -cuya capital es Florencia-, al norte de Roma, se expandió en Italia y con la unificación en 1861, fue asumido como idioma oficial. Ambas son lenguas romances hermanas, derivadas del latín.

En ocasión de las honras fúnebres a Rubén Darío en León, entre el 6 y el 13 de febrero de 1916, los promotores de la parafernalia de aquella ocasión pretendieron imitar o imaginar en el rostro del Padre del Modernismo el conocido retrato del autor de la Divina comedia elaborado en 1495 por el pintor florentino Sandro Botticelli (1445-1510). La crónica del diario La Noticia de Managua dijo: “Allí estuvimos a ver el cadáver amortajado en un albo sudario de seda. El rostro descubierto era, con su guirnalda de laureles a la frente, de una exactitud extraordinaria al rostro de Dante Alighieri que todos conocemos”. El diario Patria Libre de Costa Rica publicó: “Darío duerme su sueño amortajado de blanco, envuelto en sábanas con sólo la cabeza de fuera, coronada de laurel. Tiene semejanza con el Dante ese rostro triste”. Y el Diario Nicaragüense: “Recordaba al Dante o a Virgilio. Cuando la fúnebre procesión llegó a la puerta mayor de la Catedral, el Canónigo Jarquín avanzó y tendió la bandera episcopal para que el cadáver pasara sobre ella.”

La obra más célebre del poeta italiano medieval-renacentista fue traducida en América por el estadista, historiador y escritor argentino Bartolomé Mitre -bienhechor de Darío-, quien publicó la versión completa en Buenos Aires en 1894. Darío llegó a Buenos Aires en agosto de 1893 y conoció esa versión de primera mano. El académico italiano Giovanni María Bertini (Barcelona, 1900 – Turín, 1995), comenta que “Dante no se puede leer sin percatarse de la indivisible unión de los valores divinos y humanos, religiosos y estéticos”, y que “el genio ha producido semejante armonía de realidades”. Afirma que “es precisamente Rubén Darío, el innovador de la poesía de lengua española, quien encabeza esta última búsqueda nuestra en torno de la fortuna del sumo vate de Italia”. Dante -señala- “entra en la experiencia rubendariana alrededor del año 1885, cuando el poeta nicaragüense compone las dos colecciones de poesías Epístolas y Poemas”, afirma que, “su fantasía creaba en su empuje arrebatador, que provenía de las lecturas de los grandes de la humanidad”. En Canto errante, el “período de continuo bucear en su propia alma”, la imitación de Dante aparece más clara y definitiva, sobre todo en Visión. Darío “vive todo el arte de Dante, siente toda su grandiosidad, su misión de vengador de las injusticias humanas” (Bertini, pp. 159-170). El poeta argentino Arturo Marasso Rocca (1890-1970) y el crítico chileno Arturo Torres-Rioseco (1897-1971), identifican que: “En los últimos años Darío lee mucho a Dante y lleva la Biblia en su equipaje” (1949). En un artículo en prosa escrito en 1892 (En el mar), el poeta nicaragüense escribió: “Bendito sea el que manda a Tobías el arcángel, a Colón los líquenes de América, a Dante la soberana figura del dulce Virgilio”.

Según Giuseppe Bellini (Italia, 1923), la presencia de la literatura italiana en Darío viene en primer lugar de Dante y Petrarca, entre los contemporáneos de su época de D´Annunzio y Carducci. Este último está presente en Cantos de vida y esperanza, en particular en Oda a Mitre, que según el argentino Arturo Marasso (1890-1970), “recuerdan sus dísticos modernos”, estrofas de dos versos, forma métrica del verso en español que imita una forma clásica compuesta por hexámetro y un pentámetro. En carta a Luis Berisso (Cartas desconocidas de Rubén Darío), Darío escribió: “No deje de remitirme en cuanto pueda, el trabajo sobre Carducci cuya dedicatoria agradezco” (1895), y “Espero ver Carducci en La Quincena, adonde enviaré hoy o mañana, si estoy mejor, la introducción al trabajo de Jaimes Freyre” (1895).  El escritor, profesor de literatura y poeta italiano Giosué Alessandro Giuseppe Carducci (1835-1907), Premio Nobel de Literatura 1906, intelectual radical y masón que en su obra reflejó su anticlericalismo militante.

En ocasión del VII centenario de la muerte de uno de los más notables precursores de la lengua italiana, el Papa Francisco emitió una carta apostólica (15.03.2021): Candor lucis aeternae (Luz inaccesible: toma uno de los versos finales de la obra ante la presencia de Dios en el Paraíso: es la luz más radiante de todas) con la que se suma a la conmemoración del hombre y poeta, reconociendo en Dante al “profeta de esperanza y testigo de la sed de infinito”, reconoce “la belleza de la poesía, la profundidad del misterio de Dios y del amor” y la “altísima expresión del genio humano que es fruto de una inspiración nueva y profunda”. Otros pontífices lo reconocieron como “un poeta cristiano que cantó con acentos casi divinos los ideales cristianos”, según Benedicto XV (1921), y Pablo VI dice: “el poema de Dante es universal, en su gran amplitud abraza cielo y tierra, eternidad y tiempo, los misterios de Dios y las vicisitudes humanas, la doctrina sagrada y la extraída de la luz de la razón, los datos de la experiencia personal y los recuerdos de la historia”.

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