Detalles del momento: 14 años y vamos por más
Por | Moisés Absalón Pastora
Los últimos 14 años que los nicaragüenses hemos vivido han pasado a la misma y sorprendente velocidad de la inobjetable revolución que ha vivido el país y lo planteo necesariamente como una expresión no solo política o ideológica, sino como como una fuerza centrífuga que desde su centro interior hasta su borde exterior ha sido una energía con un paraguas de cobertura gigantesca que ha protegido y tratado todo el temario de aquellos inmensos pernos que el neo liberalismo depredador nos dejó en calidad de enemigo, la pobreza extrema.
Yo estoy absoluta y totalmente convencido que a partir del 10 de enero de 2022 el Presidente Daniel Ortega y la Vicepresidente Rosario Murillo retomarán un nuevo quinquenio de gobierno gracias al multitudinario voto de confianza y reconocimiento, que la inmensa mayoría de los nicaragüenses que realmente amamos a este país les conferiremos este cercano 7 de noviembre.
El 10 de enero de 2022 el partido de gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, a la cabeza de la Alianza Unida Nicaragua Triunfa literalmente llegará para alcanzar coronar éxitos y consagrarse como un partido, un generador de sumas y multiplicaciones, que por un periodo más pondrá la primera magistratura del país en las manos de un Daniel Ortega Saavedra, que desde la revolución de 1979, hasta nuestros días, ha sido el rostro y los hombros de una identidad política marcada en la historia de su existencia por las cicatrices que dejaron sus muchas batallas perdidas y que desde la perseverancia de sus ideales se tradujeron en victorias que maduraron una voluntad ideológica que hoy lo consagra como el mejor presidente de Nicaragua en toda su historia.
La década de los ochentas, conceptualizada por el FSLN, como la primera etapa de su revolución, fue toda una mezcla de ideales, procacidades y contradicciones donde el afloro de la conciencia política y social fue una realidad en muchísimos aspectos, pero también de errores que hicieron mermar el misticismo revolucionario que terminó polarizando a la sociedad.
Faltaría a la verdad si expresara que todos los que luchamos contra Somoza desde el mismo Frente Sandinista de Liberación Nacional nos mantuvimos fieles al liderazgo de aquel momento donde la existencia de nueve cabezas, la llamada “Dirección Nacional” halaba cada quién por su lado para anarquizar un proyecto que desde el ideal tenía propósitos nobles, pero que en la práctica derivó en desviaciones que terminaron siendo malas concejeras.
Por esas mismas razones muchos que nos desencantamos nos fuimos otra vez a la guerra y asumimos un papel denunciante contra aquellos errores que negaban la democracia revolucionaria por la que habíamos luchado y que por desviarse puso en bandeja de plata el argumento perfecto para que Nicaragua se convirtiera en el más disputado centro de la coyuntura geopolítica de aquellos tiempos y donde la guerra fría entre la Casa Blanca y el Kremlin hizo de nuestro propio conflicto una negociación que terminó con la guerra que nos habían impuesto pero, que para bien, abrió procesos electorales que hoy son los que determinan que ese es el único camino para poner y quitar gobiernos.
Después de aquella década de los ochentas el primer gran logro efectivo de la democracia fue el reconocimiento que el FSLN, y de quien decidió echárselo encima, Daniel Ortega Saavedra, hicieron de su derrota electoral ante la Unión Nacional Opositora. Daniel Ortega Saavedra entonces cargó sobre sus hombros toda la soberbia, la arrogancia, los errores y las desviaciones políticas y morales, de varios de sus camaradas qué, habiendo sido parte de los desaciertos y de las decisiones, mientras estuvieron en el poder, al perderlo optaron, siendo varios de ellos flamantes comandantes de la revolución y comandantes guerrilleros, por abandonar el barco, saltar de él como ratas, conspirar contra un sandinismo al que querían acabar y encarnar desde su nuevo rol, aquel papel de Poncio Pilatos y así lavarse las manos por el crimen que estaban cometiendo.
Por aquellos tiempos eran muy pocos los que daban un centavo por el Frente Sandinista. Sus traidores, sus Caínes, agazapados como carroñeros depredadores, habían, desde el recién conformado MRS, asestado un golpe tan mortal, que dejaron al FSLN, solo con tres diputados en la Asamblea Nacional.
Muchos que estábamos en ese tiempo en el PLC apostábamos a que el frente sandinista quedaría reducido a una sigla y francamente lo deseábamos porque en los ochentas se cometieron errores que negaban la esencia de la democracia y fueron errores que habían sido cometidos por individuos que desde el MRS o como ahora le quieran llamar, de sandinistas nunca tuvieron nada, que de vender o regalar la patria tienen mucho y que jamás fueron capaces ni de reconocerlos y menos aún de pedir perdón, lo que sí hizo Daniel Ortega cuando decidió tomar en sus manos los fragmentos dispersos de lo que quedaba de su organización, para junto a ella, comenzar a nadar contra corriente en 1996 y en el 2001. En el 2006, las elecciones donde el anti sandinismo ya era historia, como consecuencia de las marcas impuestas por las políticas neoliberales de Violeta, Arnoldo y el ingrato y tristemente célebre de Mister Henry, fueron a tres bandas, lo que hizo posible la victoria de Daniel Ortega que había pedido la oportunidad de gobernar en paz, de hacer una verdadera revolución en paz y aunque muchos no lo creímos la mayoría que votó por él sí y de eso no quedó duda alguna.
Con esas características me llegó el 2016 y para entonces aquel corazón duro de quien les habla, que ya había sido tocado por Jesucristo, algo que, por supuesto cambió la visión que de la vida tenía y miraba un enorme progreso por todo el país, aplaudía el rumbo económico que se le daba a la nación y me enorgullecía escuchar a los organismos internacionales alabar nuestro crecimiento y desarrollo y empecé a ver el surgimiento de nuestros potenciales turísticos, las carreteras de primer mundo, los pasos a desnivel, los hospitales, los centros educativos, las estructuras deportivas, las ferias, cómo la gente a la que se le caía la casita o se le incendiaba inmediatamente era acuerpada, cómo los bonos sociales le ayudaban a las personas y se atendía a mucha gente que moría por no tener un seguro médico y hasta era enviada afuera para salvarle la vida, mientras constitucionalmente la gratuidad de la salud y la educación era real y palpable y mientras con pocos recursos se hacía mucho, la distribución de nuestras pocas riquezas era algo más que un discurso o una promesa, sino que en la acción se estaba combatiendo al verdadero enemigo; la pobreza que abundaba antes del 2007.
Es decir, Daniel Ortega hizo lo que los liberales no pudimos desde el poder, mientras el decidió gobernar para todos y así ganarse a la gran mayoría de los nicaragüenses, hoy el liberalismo o cualquier expresión política que pretenda representar al oposicionismo sigue en lo mismo perdiéndose en las contradicciones de las que no pueden salir.
Una máxima política sostiene que el ejercicio del poder con el tiempo te gasta y efectivamente pasa, pero no es el caso de Daniel Ortega que ha ganado, incluida la del 2006 tres elecciones, aunque tras cada una sus adversarios o enemigos nunca hayan sido capaces de reconocer sus derrotas sino que prefirieron el camino corto de la descalificación per se ante la imposibilidad de competir con un partido que como el FSLN sí ha hecho desde el poder, sí está organizado y sí es una maquinaria para ganar elecciones y en esa ruta avanza hacia el 7 de noviembre y que de esto no le quede duda a nadie porque hasta sus más encumbrados enemigos externos, junto a los lacayos nacionales que sirven a nuestros agresores, lo reconocen y admiten que no hay quien aquí le meta las manos al líder sandinista.
Como liberal doctrinario soy revolucionario. Me gusta la dinámica del avance y la transformación. Creo que un país empobrecido como el nuestro por la politiquería mereció siempre seguir el curso que traíamos hasta antes del 18 de abril que los enemigos viscerales de Daniel Ortega se confabularon con el imperio para tumbárselo a través de un golpe contra el estado, porque por la vía electoral, que es el único camino legítimo para la alternabilidad del poder, no pueden, como tampoco pudieron con la hiperbólica locura y bestialidad de que aquella mesa del Seminario de Fátima no era de negociación sino de rendición y que como tal Daniel Ortega se iba y los que se fueron y regresaron con la cola metida entre las patas fueron otros. Se enredaron porque Daniel Ortega se quedó y no tengo duda qué si esto le hubiese pasado a Violeta Chamorro, a Arnoldo Alemán o Enrique Bolaños, hubieran durado en el poder lo que una cucaracha dura en un gallinero o lo que una mazorca de maíz en las tapas de un chancho porque estos fueron gobiernos que nunca tuvieron bajo sus pies una base popular con conciencia social no solo para recibir, sino que también para dar.
Daniel Ortega logró sostenerse en el poder por lo que hizo a lo largo de los últimos 14 años, porque hasta antes de abril de 2018, gobernando en paz, había logrado concebir la revolución gestada en 1979 y eso se lo reconoció el ciudadano que después de sentirse utilizado y engañado por los golpistas se dio cuenta del inmenso daño que la politiquería le hizo al país.
Es tan grande la transformación que de la estructura nacional hizo Daniel Ortega y de la profundización social y humana que aplicó en sus decisiones que ni el poder de las mentiras, producidas por sus enemigos internos y externos, lograron hacer pestañar ni al ejército, ni a la policía, ni a ninguno de los poderes del estado y menos a un pueblo sandinista que le fue leal y agradecido y que ahora está alerta para que no le vuelvan a poner tranques, ni lo vuelvan a asesinar, ni torturar, ni ver sus bienes quemados, ni sus hogares e hijos amenazados, ni sus policías muertos, ni sus universidades destruidas, ni los negocios saqueados ni nada de eso que gracias a Dios es parte de un pasado que jamás regresará porque ni las leyes de la república ni el pueblo que lo sufrió lo permitirán.
Hoy por hoy la realidad nos dice que 14 años después de haber retornado Daniel Ortega al poder, este enfrenta nuevos retos y circunstancias sobre las cuales hilar muy fino y con mucha delicadeza y como mandatario y líder que es debe llenarse de sabiduría, paciencia y tolerancia para recomponer el estado actual de la nación.
Si el golpismo tuvo mucho éxito en esta asonada terrorista pagada por Estados Unidos y ejecutada por sus lacayos nacionales, es por haber logrado unir a un sandinismo que por acostumbrarse a gobernar en paz se durmió en sus laureles y nunca imaginó hasta donde podía llegar el odio de las gárgolas mutantes.
Agarrado de la mano de ese pueblo el Presidente Constitucional Daniel Ortega Saavedra, junto a la vicepresidenta Rosario Murillo, una ayuda idónea extraordinaria, deben conducir al país bajo lo que expresamente dice la constitución y consumar un nuevo proceso electoral a través del cual seamos los nicaragüenses quienes decidamos qué queremos para nuestra nación y que ese deseo se escuche en todos los confines de la tierra.
En el antes sin embargo hay que seguir creando todos los espacios posibles que puedan surgir del espíritu de la paz y la reconciliación porque en esa misma medida el Presidente Ortega y su esposa Rosario Murillo, tendrán en sus manos el cómo demostrar que con voluntad y determinación se puede vencer al mal y así continuar más allá de estos catorce años levantando al país, en esta coyuntura como el ave fénix, alza el vuelo desde la ceniza que dejó el golpe terrorista contra el estado.
Esta más que una elección es una decisión por el futuro y lo certificaremos éste 7 de noviembre acudiendo desde muy temprano a las urnas para sumar a lo largo de la luz de todo ese día las multitudes que se constituirán en una histórica montaña de votos que legitimarán la fortaleza de un nuevo periodo de gobierno donde vamos de lo bueno a lo mejor y de lo mejor a la excelencia.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.