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  • 16 mayo, 2022

El nuevo orden mundial multipolar


Por: Fabrizio Casari

El 24 de febrero, con el inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania, comenzó también una nueva fase del orden internacional. No tanto por la invasión de Ucrania, en sí misma desde el punto de vista del derecho internacional no más grave que la invasión de Siria, Afganistán, Irak o la guerra en la antigua Yugoslavia. Más bien porque el denominador común de cada una de estas guerras es el papel de Estados Unidos, que se encuentra a decenas de miles de kilómetros de distancia pero donde ha creado directamente  las condiciones para sus conflictos a pesar que nunca se viò amenazado por las vicisitudes políticas de cada uno de los países implicados.

El supuesto del que surgió el actual es el ocaso del mando unipolar del planeta a manos de Estados Unidos y sus aliados, desencadenado en 1989 tras la caída del campo socialista. Un ocaso nunca aceptado ni siquiera parcialmente por Washington, pero resultado inevitable de un marco internacional que, con la irrupción de China en el primer lugar de las economías y la tecnología internacionales, el crecimiento de la influencia política de Rusia y la fuerza del euro en los mercados financieros, exige una gobernanza diferente para el liderazgo político, económico y militar del mundo.

Para Estados Unidos, que atraviesa una crisis socio-económica sin precedentes y una división política polarizante, tampoco hay mucho que alegrar en materia de política exterior. Los reveses militares sufridos en Siria y Afganistán han puesto en duda incluso su liderazgo militar y la nueva ampliación de la OTAN y el consiguiente conflicto en Europa sirven para asegurar su presencia encubierta en Europa, útil para contener y aislar a Rusia y para seguir manteniendo su mando militar.

La creación, primero, de una alarma irracional y generalizada y, después, de operaciones bélicas contra cualquier país que no se pliegue a su voluntad se ha convertido en la esencia de facto de la política exterior estadounidense. Han abandonado toda modestia e imagen política y se proclaman los únicos depositarios del modelo económico, político y militar permitido. Desatan guerras comerciales, diplomáticas, políticas y militares contra quienes no comparten una idea del mundo como una gigantesca periferia de Estados Unidos; el lugar donde saquea la riqueza y extrae el poder político para mantener -y de hecho reforzar- su mando global.

Cambios en la economía

El primer cambio significativo que se produjo fue provocado por las medidas punitivas que adoptó Occidente, que produjeron la reacción de Rusia y también de los países que no estaban de acuerdo con estas sanciones. La votación en la ONU indicó claramente que la inmensa mayoría del planeta no seguirá las sanciones contra Rusia. Occidente está aislado, no Rusia.

Pero lo más importante es que si hasta febrero de este año el comercio internacional se regulaba mediante el uso del dólar estadounidense, ahora hay varias monedas que cumplen la misma función: el yuan, el rublo y la rupia se han unido de hecho al dólar y al euro. En este contexto, es especialmente significativo el pago en yuanes que Ryad acepta de Pekín por el petróleo y el pago en rublos que Nueva Dheli acepta por el petróleo y el gas rusos. El pago en rublos por el suministro de hidrocarburos rusos a Europa es también un símbolo de la desvergüenza de los sancionadores. La negativa inicial de la UE a pagar en rublos, fue pronto sustituida por la apertura de dos vías paralelas de pago, una en rublos y otra en euros, más pragmáticas. Una ayuda considerable para la valoración de la moneda rusa.

El primer gran error de Washington fue pensar de bloquear el acceso de Rusia al mercado internacional: se creyó que sólo podía moverse en el ámbito regional y con los países de habla rusa, en todo caso pertenecientes a la zona de la antigua URSS, ya que a Pekín también le habría resultado más conveniente adherirse a las sanciones de hecho para aliviar la presión sobre Taiwán y al mismo tiempo debilitar a Moscú.

En cambio, Pekín no sólo no se adhiere a las sanciones ni en hecho ni en derecho, sino que las condena amargamente y profundiza aún más los proyectos conjuntos con Rusia, desde la formación del Banco Internacional hasta el comercio, desde la alianza política hasta la colaboración militar. Rechazan la interrupción de las relaciones comerciales con Moscú la India – un coloso que EE.UU. consideraba irrelevante y cuya alianza estratégica con China forjó el término Cinindia– y también países que han sido históricamente aliados de EE.UU., entre ellos Arabia Saudí, Turquía, Pakistán, México y Brasil, por citar los más importantes en volumen global.

Es previsible que Moscú desvíe el mayor flujo de sus exportaciones hacia el este y hacia Sus, y que pague un precio por la imposibilidad de operar libremente en todos los mercados, pero la solidez de sus reservas de oro, la extraordinaria capacidad de producción de fuentes de energía, de cereales y de sistemas de armamento, la sitúan en una posición relevante desde el punto de vista del comercio internacional y, por tanto, suficientemente resguardada del riesgo de aislamiento. El impacto más fuerte de la decisión de bloquear comercialmente a Rusia será para Europa, que pagará un precio enorme al renunciar a los suministros energéticos y alimentarios rusos y, al renunciar a North Stream2, pierde toda posibilidad de reconvertir su estructura industrial abandonando progresivamente el extractivismo fósil.

El bloqueo del acceso al código Swift y el embargo de las cuentas en el extranjero del banco central ruso (como también ocurrió con el venezolano), de los depósitos y de los bienes muebles e inmuebles de las empresas y de los ciudadanos individuales rusos, además de haber introducido el modo de represalia ciega en las relaciones internacionales, equiparando a los Estados con los gobiernos y los pueblos en la cadena de responsabilidad (una monstruosidad jurídica) han representado el primer efecto boomerang real para el bloque que obedece a los intereses estadounidenses.

De hecho, muchos países que, habiendo tomado nota de la despreocupación con la que los gobiernos occidentales, por razones de interés político, están dispuestos a anular la neutralidad del sistema crediticio y los propios acuerdos internacionales que deberían protegerlo, ya han actuado (o están considerando hacerlo) para retirar todos o casi todos los depósitos y reservas internacionales de los bancos europeos, estadounidenses, canadienses, australianos y japoneses.

Parece esta ser la única respuesta posible a un auténtico robo de activos y depósitos que retrotrae al planeta a la época colonial, y la incertidumbre sobre la salvaguarda de los valiosos depósitos de divisas. Esto determinará la decisión de no asignarlos a países en los que la voluntad política de Estados Unidos se impone al derecho internacional, a los acuerdos comerciales y al respeto de la neutralidad del sistema financiero. Lo que, para los bancos occidentales, es una pérdida aterradora, teniendo en cuenta la progresiva reducción de las reservas. A ello se sumará la posible insolvencia de los valores rusos depositados en los bancos europeos, lo que agravará la ya difícil exposición debido a los valores incobrables.

El fin de Europa

El aspecto político que destaca es el fin del proyecto europeo que, aunque imaginado en alianza con Estados Unidos, había sido concebido como el diseño de una comunidad política, económica y militarmente autónoma en el escenario mundial. La genuflexión de Bruselas ante Washington, apoyada por la quinta columna estadounidense en la cúpula de la UE (von der Layen, Draghi, Sholtz, Borrell) pero compartida sobre todo por los países bálticos y Polonia, cierra para siempre la historia de la UE hasta ahora conocida. Esto también se pone de manifiesto en la intención de revisar el mecanismo de toma de decisiones por unanimidad, formalizando dos niveles diferentes en el seno de la misma organización. Esto es necesario no para permitir una mayor autonomía del organismo frente a los vetos cruzados internos, sino para una adhesión más rápida a las exigencias estadounidenses en el terreno político, financiero o militar. Europa, que era colonizadora, se convierte en colonia.

Cambia el escenario militar

La guerra por delegación de Estados Unidos que se libra en Ucrania muestra hasta qué punto Kiev estába y estás completamente subyugada a los intereses estadounidenses. Han salido a la luz el entrenamiento de su milicia nazi y del ejército regular, la formación de sus servicios de inteligencia, el saqueo de sus recursos minerales y la utilización de su territorio para instalar laboratorios de guerra bacteriológica, peligrosos en su país, pero excelentes cerca de Rusia. Es esta sólo una parte de la inminente y embarazosa presencia de Estados Unidos en la organización económica, política y militar de Ucrania, funcional a la estrategia estadounidense de utilizarla como peón clave en la provocación militar contra Moscú.

Al fin y al cabo, aunque sólo sea teniendo en cuenta las inversiones, como dijo la congresista demócrata de Missouri, Cori Bush, “Estados Unidos ha destinado más ayuda militar a Ucrania que a cualquier otro país en las últimas dos décadas, y el doble del coste anual de la guerra de Afganistán, incluso cuando las tropas estadounidenses estaban sobre el terreno”. El hecho de que uno de los principales receptores de fondos estadounidenses para Ucrania sea Raytheon, donde el secretario de Defensa Lloyd Austin formaba parte del consejo de administración antes de acudir a la Casa Blanca llamado por Biden, o que Hunter Biden sea el principal beneficiario de la minería en Ucrania, son obviamente meras coincidencias.

Rusia tenía todas las razones para creer que el nazismo ucraniano era una verdadera amenaza para su seguridad nacional. Los intentos de golpe de Estado en Bielorrusia y Kazajstán, que en las intenciones de Washington debían cercar a Rusia, y las maniobras militares que tuvieron lugar hasta unos cientos de kilómetros de la frontera rusa, fueron la aplicación directa sobre el terreno de la cumbre de la OTAN de junio de 2021, en la que los gobiernos de Moscú y Pekín fueron definidos explícitamente como enemigos y su alianza como una “influencia creciente a la que hay que oponerse”.

En este nuevo escenario, la decisión de Suecia y Finlandia de ingresar en la OTAN, poniendo fin a su historia de neutralidad, altera el equilibrio militar en Europa. Aunque siempre han sido países asociados a la Alianza Atlántica, con la que han realizado regularmente maniobras conjuntas y a la que han tenido acceso a suministros militares, el ingreso formal en la OTAN supone el fin de la zona de neutralidad que había dado lugar a los “Acuerdos de Helsinki”. Sólo Austria e Irlanda permanecen fuera de la OTAN, pero incluso aquí se trata de aspectos formales más que sustanciales.

Se puede suponer que con la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN, Rusia ha aumentado el número de sus enemigos, pero esto sería una lectura superficial y el resultado de una coyuntura a corto plazo. En realidad, mirando con más perspectiva, esto sólo cambia el papel de los dos países árticos a nivel formal, pero servirá para producir una profunda modernización/revisión de la doctrina militar rusa y una acentuación del enfoque de Pekín sobre el papel de la OTAN, hecho aún más agresivo por la administración Biden.

Desde el punto de vista militar, no se trata de una decisión ordinaria, ya que se trata de dos potencias del Ártico que refuerzan su ya considerable peso estratégico debido a los cambios climáticos que se han producido en los últimos 30 años, que han convertido en parte el Ártico en una salida navegable.

Es obvio que Moscú reaccionará, tanto con instalaciones militares tripuladas en tierra como con bases aéreas y y Suecia y Finlandia se convertirán en objetivos militares. Queda por ver si Helsinki y Estocolmo aprovecharán el hecho de dejar la neutralidad para convertirse en un blanco.

Ambos países comparten una frontera de 1.340 kilómetros con Rusia, que sin embargo con la base militar de Kalinigrad, controla el Báltico y el Antártico. De hecho, Kaliningrado se encuentra en una posición clave por dos razones: por un lado, el puerto del Mar Báltico que alberga la base de la flota naval rusa está situado en una de las pocas zonas en las que el mar no se hiela y alberga al sistemas Iskander, es decir, misiles balísticos tácticos de corto alcance capaces de llevar ojivas nucleares, con un alcance de hasta 500 kilómetros; claro que los submarinos y misiles pueden golpear cualquier lugar de Europa. Por otro lado, mediante el control del corredor de Suwalki – que conecta el oblast con Bielorrusia y, al mismo tiempo, es el único paso por tierra entre Polonia y los países bálticos – Moscú podría aislar de un solo golpe a Letonia, Estonia y Lituania e imponerse fácilmente a Varsovia.

Tampoco los europeos ocidentales deberìan alegrarse de este nuevo esquema: Kalinigrad constituye una parte del territorio ruso en medio de la Unión Europea: con una extensión de 15.000 kilómetros cuadrados y enclavado entre Lituania y Polonia y es un importante puesto militar ruso ubicado a 1.400 kilómetros de París y Londres, 530 de Berlín y 280 de Varsovia. En resumen, en contra de lo que podría parecer al hacer la adición matemática, la entrada de Suecia y Finlandia no representa en absoluto un mayor nivel de seguridad, sino un mayor riesgo de conflicto, y el nuevo acuerdo balístico de Rusia aumentará la fragilidad militar de Europa.

El nuevo equilibrio militar que se está formando nos regresa a los bloques, solo que ahora son tres y ya no dos. Pone fin a una época en la que la idea de distensión y seguridad colectiva se formalizó con acuerdos como los de Helsinki en 1975, los tratados Salt 1 y Salt 2 de 1972, o el Acuerdo sobre la seguridad de los cielos de 1992, todos ellos formalmente destrozados por Trump y sustancialmente por Biden.

Podría decirse que a esto se refería Estados Unidos cuando aplaudió el fin de la Guerra Fría: al comienzo de la caliente.

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