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  • 19 septiembre, 2022

Samarcanda, en el centro del mundo


Fabrizio Casari

Las crisis internacionales, el estancamiento del sistema económico occidental, la exacerbación de los problemas de reorganización económica internacional tras la pandemia y como consecuencia de los diversos conflictos que amenazan la paz mundial, fueron los temas sobre los que se desarrolló el debate y la confrontación entre los países miembros de la OCS. Fundada oficialmente en junio de 2001, la OCS es la alianza regional liderada por China y Rusia, que incluye a Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, India y Pakistán, a los que ahora se suma Irán. Los Estados observadores son Afganistán, Bielorrusia y Mongolia, mientras que los socios del diálogo son Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Nepal, Turquía y Sri Lanka. Se trata de un mecanismo de cooperación que lleva diez años activo en Asia Central y cuya relevancia, especialmente desde el punto de vista geopolítico, no deja de crecer.

Creada para facilitar la resolución de disputas territoriales entre los seis países miembros -China, Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán-, la organización se ha ido institucionalizando gradualmente, intensificando la cooperación entre sus miembros en cuestiones de seguridad y en ámbitos como la economía, la energía y la cultura.

El plan militar y de seguridad de la organización es sin duda el más relevante, bajo la bandera de la voluntad común de los miembros de contrarrestar tres fenómenos que se identifican como las principales amenazas para la seguridad regional: el terrorismo, el extremismo y el separatismo, tal y como se recoge en el primer documento oficial de la organización, la “Convención de Shanghái sobre la lucha contra el terrorismo, el separatismo y el extremismo”.

Según algunos observadores, la OCS se creó con la intención de contener y equilibrar la presencia estadounidense en Asia Central: una interpretación que se reforzó en 2005, cuando una cumbre de la OCS pidió a Washington que programara la retirada de sus instalaciones y soldados de Asia Central.

Precisamente para debatir las cuestiones de seguridad internacional puestas a prueba por las políticas de desestabilización planetaria dirigidas a los gobiernos que no son súbditos de Estados Unidos y de la UE, así como las necesarias medidas correctoras en la cadena comercial internacional, ante las dificultades que representa un sistema de sanciones unilateral, ilegítimo e ilegal puesto en marcha por Occidente para corregir la competencia con Oriente a su favor, se celebraron en Samarcanda dos días de reuniones bilaterales y colectivas.

La impresión que produce la presencia de Xi, Putin y Modi es la de un bloque que representa a dos continentes y que supone un paso más en la búsqueda de una identidad común para el bloque oriental. Un planteamiento que incluso supera antiguos contrastes como los de India y Pakistán en aras de un diseño del orden planetario más equilibrado y conveniente para el desarrollo de todo Oriente.

La Cumbre de Samarcanda marcó una nueva frontera entre Oriente y Occidente, profundizando aún más el surco no tanto entre dos sistemas económicos como entre dos modelos de gobernanza. Modelos que reflejan un enfoque diferente del Derecho Internacional, una centralidad diferente tanto en la lectura de los fenómenos sociopolíticos dentro de cada país individual como en el complejo de las relaciones internacionales.

Es precisamente a la política de sanciones de Estados Unidos, paradigma de una concepción distorsionada e irrespetuosa del Derecho Internacional, que causa graves daños a las poblaciones y a la propia idea de equilibrio y razonabilidad en el examen de los contrastes internacionales, a la que se han dirigido las críticas más duras. “Todas las sanciones económicas, excepto las adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, son “incompatibles con el derecho internacional”. Un mensaje a EE.UU. y a la UE por las sanciones decididas contra Moscú por la guerra de Ucrania que desmiente las predicciones de los analistas atlantistas que imaginaban una Rusia aislada, apretada entre las exigencias de paz de China e India, por un lado, y el fin de las relaciones con Occidente, por otro.

La cuestión fundamental, que vuela por encima de todas las demás, tiene que ver con la democratización de la economía mundial y el equilibrio militar consecuente que debe sustentar la gestión multipolar de la gobernanza planetaria. Según el dirigente ruso -que subrayó que “la guerra relámpago económica contra Rusia ha fracasado”- “se están produciendo transformaciones fundamentales en la política y la economía mundiales, y se trata de cambios irreversibles” que ven “el crecimiento de nuevos centros de poder que cooperan entre sí”, dijo.

Una tesis que también compartió el presidente chino Xi Jinping, quien llamó a “remodelar el orden internacional” como el último desafío declarado a la influencia global de Occidente. Los líderes, dijo Xi, deben trabajar juntos para promover el desarrollo del orden internacional “en una dirección más justa y racional”, alejarse de las “revoluciones de colores”, mantener el “respeto mutuo” y la “no injerencia en los asuntos internos”. El mundo actual “no es pacífico”, añadió, “la competencia entre las dos orientaciones políticas de unidad y división y entre cooperación y confrontación se ha hecho cada vez más evidente”, dijo Xi Jinping, y “esto tiene un impacto decisivo en la paz y la estabilidad del mundo”.

La referencia de XI a las “revoluciones de colores” es obviamente una acusación a Estados Unidos y a la Unión Europea y a su práctica en países que desean desestabilizar por intereses geopolíticos y económicos. La construcción de redes en los distintos países de forma ilegal e ilícita a través de la financiación y el entrenamiento directo o a través de organizaciones no gubernamentales que simulan ser enviadas con proyectos de cooperación pero que en realidad están formadas por personal a las órdenes de EEUU y la UE con el cometido de formar oposiciones heterodirigidas, organizar fuerzas subversivas y armadas destinadas a construir revueltas y golpes de Estado con el objetivo de derrocar gobiernos legítimamente elegidos. Una concepción horrorosa de la democracia de la que pretenden ser expresión, porque el objetivo final es el derrocamiento por la fuerza de la voluntad democratica del pueblo expresada por el voto popular.

Pero es muy clara la referencia a Taiwán, donde la permanente provocación estadounidense en las aguas del Mar de China pone a prueba la proverbial paciencia oriental que abunda en Pekín. La persistencia de las bases militares y políticas y las amenazas, el apoyo y el armamento del gobierno taiwanés constituyen no sólo una injerencia indebida en los asuntos internos de China, sino también una negación flagrante del principio de “una sola China”, que los propios Estados Unidos reconocen formalmente. La voluntad depredadora de la Casa Blanca sabe que sin los procesadores de Taiwán no podría sobrevivir tecnológicamente, pero utiliza tamben a Taipei para obligar a China a un esfuerzo bélico que desvía recursos del crecimiento económico. Nada que hacer: la naturaleza del saqueo se impone tanto sobre el sentido de la responsabilidad (ausente en la historia de EE.UU.) como sobre el papel de liderazgo que Washington dice ejercer en nombre y representación de todo el planeta.

Los que esperaban que la reunión pusiera de manifiesto las dificultades de Rusia en su relación con el conjunto del organismo quedaron decepcionados. Más allá de las posibles dudas o incertidumbres, de las lógicas diferencias políticas y culturales en el planteamiento de la cuestión ucraniana, es Washington quien une a Moscú y Pekín. Con su política de apoyo al terrorismo y a los bloques políticos ultrarreaccionarios que a veces se inspiran abiertamente en el nazismo, con sus provocaciones militares y sanciones contra 36 países, con el reparto urbi et orbi de armamento que puede alterar parcialmente los equilibrios militares acordados, con la retirada de su firma de los tratados de control y reducción de armamento, y con el estímulo de los conflictos en los Balcanes y en el área euroasiática, Washington ofrece todos los elementos posibles para el fortalecimiento del entendimiento político y militar entre Putin y Xi.

Por las dimensiones que está adquiriendo la OCS, por lo que representa en términos demográficos, territoriales, militares y económicos, la organización está llamada a diseñar un modelo de coordinación interestatal que pueda contrarrestar eficazmente el dominio del pacto atlántico, ahora con la muerte de la UE, único representante político de Occidente. Más vale que tomen nota rápidamente en Washington y Bruselas: el mundo unipolar se ha acabado. La única opción que tienen es destruirla o compartirla con otros. El multilateralismo ya no es una opción, es la única opción.

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