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  • 10 octubre, 2022

OEA ¿y qué?


Por Fabrizio Casari

En medio de la absoluta indiferencia de los peruanos y la escasa atención de los medios de comunicación, se celebró en Lima la 52ª Asamblea General de la OEA. Los temas de la asamblea son, como ya de costumbre, las obsesiones de la política regional de Estados Unidos: a saber, el ataque a Nicaragua, que se ha convertido en consecuencia en un elemento maniático de la OEA. Ni siquiera Venezuela sale del punto de mira del organismo, lo que lleva a pensar que si no existieran Nicaragua y Venezuela, la OEA no podría componer una agenda que justificara una reunión.

Tanto es el valor de la reunión que los medios de comunicación prefieren detenerse en el enlace de su Secretario General, Luis Almagro, con una funcionaria del organismo varias décadas más joven. Aparentemente, los enlaces internos violan el código de conducta del organismo, a diferencia de los ataques a los países desobedientes del continente, que si parecen ajustarse al estatuto.

En un intento de revivir un organismo que ya carece de toda credibilidad, llegó a Lima el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, socio mayoritario de la OEA. Blinken busca aliados contra Managua: la constante demostración de independencia que el gobierno sandinista ofrece a Washington y Bruselas irrita sobremanera a la Casa Blanca. La cual ha decidido ejercer toda la presión posible sobre los gobiernos dispuestos a prestarse a la operación de desestabilización contra Nicaragua a cambio de la benevolencia política estadounidense.

Particularmente preocupa Blinken la soberanía nicaragüense y también la venezolana en aras de relaciones internacionales, ya que desde su punto de vista esto incide directamente en reducir de eficacia al control total del continente por parte de los EE.UU., a quienes le gusta actuar hasta en la puerta de sus adversarios, pero sin que los demás actúen en su “patio trasero”. La idea de que la política exterior y las relaciones internacionales de Nicaragua son parte integrante e importante de la política interior y que, por tanto, se basan en la preeminencia absoluta y única de los intereses nacionales, desconcierta a Blinken: en las facultades de ciencias políticas donde se forman los diplomáticos gringos, ha aprendido a pensar que, con la excepción de EEUU, la política exterior del resto de los países tiene como objetivo principal garantizar la lealtad al excepcionalismo estadounidense.

El Comandante Fidel Castro definió a la OEA el “Ministerio de Colonias de Estados Unidos” y aún hoy parece una síntesis perfecta de su perfil. Más que un organismo continental multilateral, es una institución comprometida con el sistema de control estadounidense sobre el continente y sigue siendo oficina de prensa, junta de defensa y fondo político del dominio político-militar de Estados Unidos sobre toda América. No se recuerdaagresión militar estadounidense – directa o indirecta – contra el conjunto de América Latina, que la OEA no haya apoyado, comprometiéndose incluso a darle una especie de aval político-jurídico continental.

Con la llegada de Almagro se ha dado el salto definitivo: de apoyo a la iniciativa norteamericana a agente directo, de tropa complementaria a protagonista principal de la desestabilización y el golpismo, que siempre han representado la auténtica cara de la presencia norteamericana en América Latina. Indicativos del nuevo protagonismo de Almagro fueron la cruzada contra Venezuela y el papel de protagonista absoluto en el golpe de estado en Bolivia.

No se trata sólo del delirio de la servidumbre que se extiende sobre la estructura de la dependencia. Con la interferencia del organismo en los asuntos internos de sus respectivos países, con la autoasignación de un papel como investigador, juez y verdugo de sus respectivas naciones, la OEA rompe su propio estatuto, trastorna su función y se mueve en un terreno que no es el suyo. Superpone el plan ideológico al de la Ley, adhiriendo al modelo golpista cual instrumento privilegiado para los cambio de régimen impuestos por los Estados Unidos. De esta manera abandona la teóricamente esperada función de coordinación multilateral para la integración regional, para asumir la de un tribunal especial que dicta sentencias bajo el dictado de Washington.

Con esta ambición de ser un punto de autoridad jurídico-política, la OEA de Almagro quizo asumir los procedimientos de sanción de Washington y Bruselas, a pesar de su flagrante ilegitimidad e ilegalidad. Hay que tener claro de que las medidas punitivas contra Nicaragua, al igual que las adoptadas contra Venezuela y Cuba, no responden a una mecánica de acción/reacción en relación con acontecimientos políticos internos o externos. Por el contrario, son el instrumento que Washington utiliza cuando se da cuenta de que el nivel de consenso del que gozan los países que le son hostiles no puede reducirse mediante el voto, es decir, cuando sus mercenarios locales no pueden resultar creíbles para un vuelco electoral del marco político.

Las sanciones se convierten, pues, en una de las armas – junto con los intentos de golpe de Estado y la financiación de las oposiciones – para intentar reducir el consentimiento de la población a los respectivos gobiernos. Sin embargo Managua ya demostró a Washington que el chantaje, las amenazas y las sanciones unilaterales tienen un mayor coste, directo e indirecto, para quienes las ejercen y para sus quintacolumnas.

En cuanto a su arquitectura política general, la OEA niega el proyecto económico y político de integración continental para volver a ser sólo una variable dependiente de la economía de los Estados Unidos, en deferencia al obsceno pero fiel matrimonio con el modelo socioeconómico y político gringo, que al confirmar la vigencia de la estructura de la dependencia anuncia el suicidio de las ambiciones de Centro y Sudamérica. Por algo los grandes cambios internacionales se producen en la irrelevancia absoluta de la OEA.

La resoluciones anti nicaragüense que aprueba la OEA son actos de pura hostilidad política elaborados por orden de la Casa Blanca. De hecho, la OEA expresa su condena a Nicaragua por tomarse la libertad de aplicar su propio código penal y civil, ¿pero de que le sirve? Nicaragua en su historia ha expulsado a los marines y a los contras de su tierra, ha limpiado sus calles de los matones pagados por el latifundio oligárquico, se ha parado firme frente a la arrogancia imperial, ha devuelto a la jerarquía de la Iglesia al lugar que le corresponde y está obligando a que el delito político deje de ser soportado como algo inevitable y sea ser castigado por la ley. ¿Qué más lecciones se necesitan para aprender que Nicaragua es de los nicaragüenses y de los que la aman y no de los que creen que pueden condicionarla o avasallarla?

La Revolución Sandinista ha transformado el país, ha entrelazado sueños y concreciones, ha revertido el viaje a ninguna parte para convertirse en el mejor de los rumbos posibles, sin miedo a nada más que a ser irrelevante para la vida de los nicaragüenses. Dialoga con todo el mundo pero no calla ni obedece frente a nadie. Que ahora deba temer la opinión y las amenazas de la OEA parece francamente difícil de imaginar. En los últimos días, el comandante Daniel Ortega ha recordado a quienes piensan en sembrar la podrida semilla del odio que más vale que no se metan en Nicaragua. Parece ser un sabio consejo a seguir.

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