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  • 5 diciembre, 2022

El quid de la revolución Putin-Xi para un nuevo orden mundial: detener el deslizamiento hacia el nihilismo


Enlace original:

The Crux of the Putin-Xi Revolution for a New World Order – Arresting the Slide to Nihilism

Por Alastair Crooke

Director y fundador de «Conflux Forum», con sede en Beirut. Fundado en Belgrado (Serbia), el Conflux Center se autodefine como “una organización políticamente independiente e imparcial que, al igual que un conflujo de ríos, pretende reunir a personas de diversos orígenes y conocimientos para intercambiar ideas y experiencias con el fin de crear un fuerte frente unido con el objetivo de construir el camino hacia el diálogo abierto y la mejora de las prácticas de mediación a nivel mundial”.

Alastair Crooke fue asesor sobre cuestiones de Oriente Próximo de Javier Solana, jefe de la política exterior de la UE. También fue miembro del personal del Comité de Investigación del Senador George Mitchell que investigó las causas de la Intifada (2000-2001) y fue asesor del Cuarteto Internacional. Facilitó varios ceses de hostilidades en los Territorios Ocupados y la retirada de las fuerzas de ocupación en dos ocasiones. Alastair lleva 20 años trabajando con movimientos islamistas, y tiene una amplia experiencia de trabajo con movimientos como Hamás, Hezbolá y otros movimientos islamistas en Afganistán, Pakistán y Oriente Medio. Es miembro de los expertos mundiales de la Alianza de Civilizaciones de la ONU. Su libro, «Resistencia: La esencia de la revolución islamista», se publicó en febrero de 2009 y es un colaborador habitual en la prensa internacional, tanto escribiendo artículos como comentando en televisión y radio.

Se pone en duda que Occidente pueda competir como Estado civilizador y mantener su presencia.

El “mapa” mundial está acelerando su desplazamiento desde el paralizado “centro” de Washington, pero ¿hacia qué? El mito de que China, Rusia o el mundo no occidental pueden ser totalmente asimilados a un modelo occidental de sociedad política (como lo fue Afganistán) se ha acabado. Entonces, ¿hacia dónde nos dirigimos?

Sin embargo, el mito de la atracción de la aculturación hacia la posmodernidad occidental persiste en la continua fantasía occidental de alejar a China de Rusia y abrazarla con las grandes empresas estadounidenses.

El punto más importante aquí es que las antiguas civilizaciones heridas se están reafirmando: China y Rusia, como estados organizados en torno a la cultura indígena, no es una idea nueva. Más bien, es una idea muy antigua: “Recuerden siempre que China es una civilización, y no un Estado–nación”, repiten regularmente los funcionarios chinos.

Sin embargo, el cambio hacia la condición de Estado civilizado que enfatizan estos funcionarios chinos no es un recurso retórico, sino que refleja algo más profundo y radical. Además, la transición cultural está ganando una amplia emulación en todo el mundo. Sin embargo, su radicalismo inherente ha pasado desapercibido para el público occidental.

Pensadores chinos, como Zhang Weiwei, acusan a las ideas políticas occidentales de ser una farsa; de enmascarar su carácter ideológico profundamente partidista bajo un barniz de principios supuestamente neutrales. Dicen que el montaje de un marco universal de valores –aplicable a todas las sociedades– está acabado.

Todos nosotros debemos aceptar que sólo hablamos por nosotros mismos y por nuestras sociedades.

Esto ha surgido porque los no occidentales ven ahora con claridad que el Occidente posmoderno no es una civilización en sí, sino algo parecido a un “sistema operativo” descultural (tecnocracia empresarial). La Europa del Renacimiento estaba formada por estados civilizados, pero el posterior nihilismo europeo cambió la sustancia misma de la modernidad. Sin embargo, Occidente promueve su postura de valores universales como si se tratara de un conjunto de teoremas científicos abstractos que tienen validez universal.

La promesa que acompaña a estos últimos de que los modos de vida tradicionales podrían preservarse bajo la aplicación generalizada de estas normas occidentales intencionadamente seculares –que exigen su cumplimiento por parte de la clase política occidental– ha resultado ser un engreimiento fatal, sostienen estos pensadores alternativos.

Estas nociones no se limitan a Oriente. Samuel Huntington, en su libro El choque de civilizaciones, sostenía que el universalismo es la ideología de Occidente ideada para enfrentarse a otras culturas. Naturalmente, todos los que están fuera de Occidente, argumentaba Huntington, deberían ver la idea de “un mundo” como una amenaza.

La vuelta a las matrices civilizacionales plurales pretende precisamente romper la pretensión de Occidente de hablar –o decidir– por alguien que no sea él mismo.

Algunos verán este desafío ruso–chino como una mera disputa por el “espacio” estratégico; como una justificación de sus reivindicaciones de distintas “esferas de interés”. Sin embargo, para entender su lado radical, debemos recordar que la transición a los estados de civilización equivale a una resistencia a ultranza (sin llegar a la guerra) montada por dos civilizaciones heridas. Tanto los rusos (después de los años 90) como los chinos (en la Gran Humillación) lo sienten profundamente. Hoy en día, tienen la intención de reafirmarse, pronunciando con fuerza: “¡Nunca más!”.

Lo que “encendió la mecha” fue el momento en que los dirigentes chinos vieron –en los términos más claros– que Estados Unidos no tenía ninguna intención de permitir que China le superara económicamente. Rusia, por supuesto, ya conocía el plan para destruirla. Basta una mínima dosis de empatía para comprender que la recuperación de un profundo trauma es lo que une a Rusia y a China (y a Irán) en un “interés” conjunto que trasciende el beneficio mercantil. Es “eso” lo que les permite decir: ¡Nunca más!

Por tanto, una parte de su radicalismo es el rejuvenecimiento nacional que impulsa a estos dos Estados a “entrar con confianza en la escena mundial”; a salir de la sombra occidental y a dejar de imitar a Occidente. Y dejar de asumir que el avance tecnológico o económico sólo puede encontrarse dentro del “camino” liberal–económico occidental. Porque del análisis de Zang se desprende que las “leyes” económicas de Occidente son igualmente un simulacro que se hace pasar por teoremas científicos: un discurso cultural, pero no un sistema universal.

La decisión está tomada: Occidente, desde este punto de vista, puede “callarse y aguantar”, o no. Que así sea.

Impregnado de cinismo, Occidente ve esta realidad como un farol o una postura. ¿Qué valores se esconden detrás de este nuevo orden, qué modelo económico? Lo que implica, una vez más, que la conformidad universal es obligatoria y, por lo tanto, se pierde por completo el punto de vista de Zhang. La universalidad no es necesaria ni suficiente. Nunca lo fue.

En 2013, el presidente Xi pronunció un discurso que arroja mucha luz sobre los cambios en la política china. Y aunque su análisis se centró firmemente en las causas de la implosión soviética, la exposición de Xi pretendía muy claramente un significado más amplio.

En su discurso, Xi atribuyó la desintegración de la Unión Soviética al “nihilismo ideológico”: Las capas dirigentes, afirmó Xi, habían dejado de creer en las ventajas y el valor de su “sistema”, pero al carecer de otras coordenadas ideológicas en las que situar su pensamiento, las élites se deslizaron hacia el nihilismo:

“Una vez que el Partido pierde el control de la ideología, argumentó Xi, una vez que no puede proporcionar una explicación satisfactoria de su propio gobierno, objetivos y propósitos, se disuelve en un partido de individuos vagamente conectados y vinculados sólo por objetivos personales de enriquecimiento y poder”.

“El Partido es entonces tomado por el «nihilismo ideológico»”.

Sin embargo, este no es el peor resultado. El peor resultado, señaló Xi, sería que el Estado fuera tomado por personas sin ideología alguna, pero con un deseo totalmente cínico e interesado de gobernar.

En pocas palabras: Si China perdiera su sentido de la “racionalidad” china, arraigada durante más de un milenio en un Estado unitario con instituciones sólidas guiadas por un Partido disciplinado, “el PCC, por muy grande que fuera el PCUS, se dispersaría como un rebaño de bestias asustadas”. La Unión Soviética –tan grande como era un Estado socialista– terminaría destrozada en pedazos”.

No cabe duda: El presidente Putin estaría de acuerdo con Xi de todo corazón. La amenaza existencial para Asia es permitir que sus Estados se asimilen al nihilismo occidental sin alma. Este es, pues, el quid de la revolución Xi–Putin: Levantar la niebla y las anteojeras impuestas por el meme universalista para permitir a los estados un retorno al rejuvenecimiento cultural.

Estos principios se pusieron en práctica en el G20 de Bali. El G7 no sólo no consiguió que el G20 en su conjunto condenara a Rusia por Ucrania, ni que introdujera una cuña entre China y Rusia, sino que la ofensiva maniquea dirigida a Rusia produjo algo aún más significativo para Oriente Medio que la parálisis y la falta de resultados tangibles, descritas por los medios de comunicación: produjo un amplio y abierto desafío al orden occidental. Estimuló el rechazo, justo en el momento en que el “mapa” político mundial se está moviendo, y cuando la carrera hacia los BRICS+ está cobrando velocidad.

¿Por qué es importante? Porque la capacidad de las potencias occidentales de tejer su tela de araña con la idea de que sus “formas” deben ser las del mundo, sigue siendo el “arma secreta” de Occidente. Esto se dice claramente cuando los líderes occidentales dicen que una pérdida en Ucrania a manos de Rusia marcaría la desaparición del “Orden Liberal”. Están diciendo, por así decirlo, que “nuestra hegemonía” está supeditada a que el mundo vea el “camino” occidental, como su visión del futuro.

La aplicación del “Orden Liberal” se ha basado en gran medida en la fácil disposición de los “aliados occidentales” a seguir las instrucciones de Washington. Por lo tanto, es difícil exagerar la importancia estratégica de cualquier desviación del cumplimiento del dictado de Estados Unidos. Este es el “por qué” de la guerra en Ucrania.

La corona y el cetro de Estados Unidos se están desvaneciendo. El peligro de las sanciones de la “bomba N” del Tesoro de Estados Unidos ha sido clave para inducir el cumplimiento de los “aliados”. Pero ahora, Rusia, China e Irán han trazado un camino claro para salir de esta espinosa maraña, a través del comercio sin dólares. La iniciativa BRI constituye la “vía rápida” económica de Eurasia. La inclusión de India, Arabia Saudí y Turquía (y ahora, una lista ampliada de nuevos miembros está a la espera de ser firmada) le dan un contenido estratégico basado en la energía.

La disuasión militar ha constituido el pilar secundario de la arquitectura del cumplimiento de los modelos occidentales. Pero incluso eso, aunque no ha desaparecido, ha disminuido. En esencia, los misiles de crucero inteligentes, los drones, la guerra electrónica y –ahora– los misiles hipersónicos, han hecho zozobrar el antiguo paradigma. También lo ha hecho el hecho de que Rusia se una a Irán como multiplicador de la fuerza militar.

El Pentágono estadounidense, incluso hace unos años, desestimó las armas hipersónicas como una “boutique” y un “truco”. Vaya, ¡se equivocaron en el cálculo!

Tanto Irán como Rusia están a la vanguardia en áreas complementarias de la evolución militar. Ambos se encuentran en una lucha existencial. Y ambos pueblos poseen los recursos internos para sostener el sacrificio de la guerra. Ellos liderarán. China liderará desde atrás.

Para que quede claro: este vínculo ruso–iraní dice: La “disuasión” de Estados Unidos en el propio Oriente Medio se enfrenta ahora a una formidable disuasión. También Israel tendrá que reflexionar al respecto.

La relación de fuerza multiplicadora ruso–iraní, opina el Jerusalem Post: “proporciona la prueba de que los dos estados… juntos – están mejor equipados para hacer realidad sus respectivas ambiciones – para poner a Occidente de rodillas”.

Para comprender plenamente la ansiedad que subyace en el artículo de opinión del Post, primero debemos comprender que la geografía del “mapa cambiante” hacia un BRICS+ –nuevos corredores, nuevos oleoductos, nuevas redes fluviales y ferroviarias– no es más que la capa mercantilista exterior de una muñeca Matryoshka anidada. Desplegar las capas interiores de la muñeca es espiar en la última Matryoshka interior una capa de energía encendida y confianza latente en el conjunto.

¿Qué falta? Pues el fuego que finalmente hornee el Nuevo Orden Z –’plato’; el evento que instancie el Nuevo Orden Mundial.

Netanyahu sigue amenazando a Irán. Sin embargo, incluso para los oídos israelíes sus palabras parecen rancias y pasadas de moda. Estados Unidos no quiere que Netanyahu le lleve a la guerra. Y sin Estados Unidos, Israel no puede actuar solo. El reciente intento liderado por el MEK de causar estragos en Irán apesta de alguna manera a un impulso de “último recurso”.

¿Intentará Estados Unidos algún arriesgado cambio de juego en Ucrania para “eliminar” a Rusia? Es posible. ¿O podría intentar descarrilar a China de alguna manera?

¿Es inevitable un megacombate? Al fin y al cabo, lo que está en perspectiva no es el dominio de ninguna civilización, sino el retorno al antiguo orden natural de los ámbitos de influencia no universales. No hay ninguna razón lógica para que un boicot occidental intente hacer estallar el cambio, excepto una:

En cualquier asimilación de lo que presagia este futuro, el Occidente colectivo debe convertirse inexorablemente en un estado civilizacional per se – simplemente para mantener una presencia duradera en el mundo. Pero Occidente ha optado por una vía diferente (como escribe Bruno Maçães, comentarista y ex secretario de Estado de Asuntos Europeos de Portugal):

“[Occidente] quería que sus valores políticos fueran aceptados universalmente … Para conseguirlo, era necesario un esfuerzo monumental de abstracción y simplificación … Hablando con propiedad, no debía ser una civilización en absoluto, sino algo más cercano a un sistema operativo … no más que un marco abstracto dentro del cual pudieran explorarse diferentes posibilidades culturales. Los valores occidentales no debían defender una determinada “forma de vida” frente a otra, sino que establecían procedimientos según los cuales se podían decidir posteriormente esas grandes cuestiones (cómo vivir)”.

Hoy en día, a medida que Occidente se aleja de su propio leitmotiv clave –la tolerancia– y se acerca a extrañas abstracciones de “cultura cancelada”, se pone en duda que pueda competir como estado civilizatorio y mantener su presencia. ¿Y si no puede?

Puede surgir un nuevo orden tras uno de estos dos acontecimientos: Occidente puede simplemente autodestruirse, tras una “ruptura” financiera sistémica, y la consiguiente contracción económica. O, alternativamente, una victoria decisiva de Rusia en Ucrania puede ser suficiente para finalmente “cocinar el plato”.

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