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  • 24 enero, 2023

La propaganda en guerra con los números


Por: Fabrizio Casari

Una vez más, el Foro de Davos de este año reunió a los poderosos rodeados de los que aún creen serlo. Las diferentes recetas económicas ante escenarios decididamente distintos no llegaron y, como era de esperar, la cumbre del establishment globalista vetó a los rusos.

Lo que se desprende de la reunión en las montañas suizas es la absoluta indiferencia ante los datos y las cifras que desmienten las sesgadas y descabelladas tesis con las que el establishment occidental ha decidido ideologizar los resultados, intentando convertir la peor crisis económica, política, conceptual y militar de la aunque breve historia del globalismo en su rotunda victoria.

Empecemos por las catastróficas predicciones lanzadas sobre Rusia hace un año y que resultaron ridículas. Veían que el PIB ruso se desplomaría entre 15 y 20 puntos, con las consiguientes dificultades en el suministro de productos de primera necesidad y el descontento generalizado que acompañaría a la derrota militar en Ucrania. La inexperiencia pronosticadora de Occidente es conocida desde la crisis de 2008, pero los vaticinios sobre Rusia resultaron ser lo que eran: un vergonzoso ejemplo de furia ideológica entregada con triunfalismo histérico, no un análisis económico y financiero fiable.

Subestimar a Rusia y su capacidad para desplazar su comercio casi por completo hacia el Este en pocos meses, reorganizando a toda prisa casi todas sus relaciones políticas y de importación y exportación, fue el peor de los errores de apreciación de los llamados think-tanks financieros. De hecho, a pesar de un bloqueo total de las relaciones económicas, comerciales y financieras con todo Occidente, a pesar de los repetidos robos de cientos de miles de millones de dólares y euros depositados en bancos occidentales, y a pesar de una guerra que implica sacrificios humanos, financieros y tecnológicos, el PIB de Rusia de enero a noviembre de 2022 cayó sólo un 2,1%.

La subestimación rusa se vio agravada por una sobrestimación de Occidente y del impacto de sus sanciones, que resultaron ser lápices romos en el diseño imperial. Es cierto que Moscú ha vendido menos gas, pero durante gran parte del año pasado lo hizo a precios mucho más altos, gracias al encarecimiento de la energía en los mercados mundiales, que compensó la reducción de las cantidades exportadas.

El déficit público de Rusia, que la UE y EE.UU. predijeron que se dispararía, es del 2,3% de su PIB, es decir, inferior al de EE.UU. y la propia UE. Paradójicamente, son precisamente las sanciones las que impiden a Rusia endeudarse demasiado en los mercados financieros occidentales, y así Rusia tiene su déficit público bajo control.

Esto no es propaganda rusa. The Washington Post citó a un profesor ruso, Alexander Titov, que imparte clases en la Queen’s University de Belfast y que, en un reciente viaje a su país, señaló el limitado impacto de las sanciones occidentales en la disponibilidad de bienes de consumo. Otros observadores independientes han confirmado que la economía rusa, aunque empobrecida, no muestra signos de dramática escasez o caos, como ocurrió durante la crisis de los noventa, cuando Estados Unidos gobernaba Rusia a distancia. Además, todo embargo, incluso el tecnológico, puede eludirse al menos en parte.

¿Un ejemplo? El Corriere della Sera informa de que el New York Times publicó una investigación desde la frontera entre Rusia y Georgia, donde una interminable columna de camiones transporta mercancías occidentales a Rusia, adonde teóricamente no deberían llegar. Georgia no es blanda con Putin, que intervino militarmente en 2008. Sin embargo, prevalece el interés económico, y muchas empresas occidentales venden sus productos a Georgia sabiendo que acabarán en manos de consumidores rusos.

En resumen, el anunciado colapso ruso no se ha producido, ni se producirá. Pero si en Moscú la situación económica no suscita especial preocupación, no puede decirse lo mismo de sus enemigos, empezando por Kiev y terminando por Washington.

La economía ucraniana se ha hundido un 33%, según las estimaciones más conservadoras. A esto hay que añadir la importante destrucción del país y el hecho de que las regiones más rentables de su territorio están bajo control ruso. Ucrania está en bancarrota y es ahora el país más endeudado del mundo: una deuda que, en virtud de su PIB, nunca podrá pagar. Así que lo único que les queda por hacer a Estados Unidos y la UE es prever la cancelación de la enorme deuda ucraniana una vez que cese el conflicto, con repercusiones en la balanza de pagos de Estados Unidos y la UE, que ya están en apuros ellos mismos.

EE.UU. y el riesgo de impago técnico

Estados Unidos se encuentra prácticamente en bancarrota debido al enfrentamiento entre la Cámara de Representantes, de mayoría republicana, y la Casa Blanca. El gobierno está sujeto a un techo de deuda cada año, que está escrito en una ley aprobada por el Congreso. El último techo se fijó en 31,4 billones de dólares y ya se ha alcanzado. En efecto, la deuda estadounidense es anormal, duplica la media histórica de 1940 a 2022, que era del 65% en proporción al PIB. Además, con Biden la inflación se ha disparado (alcanzó un máximo del 9% a mediados del año pasado, ahora está en el 6,5%). Para seguir endeudándose, el Tesoro estadounidense debe obtener el permiso del poder legislativo. El Congreso tiene la última palabra sobre los proyectos de ley presupuestaria y los republicanos se niegan a votar a favor de un techo más alto. Exigen que Biden negocie con ellos recortes del gasto público.

La Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, anunció medidas extraordinarias para poder seguir pagando los salarios públicos, las pensiones y los intereses de los bonos del Estado. Entre las medidas de emergencia, Yellen detuvo las provisiones necesarias para alimentar los fondos de pensiones de los empleados públicos. Serán necesarias medidas cada vez más estrictas y dolorosas si continúa este estancamiento.

Luego hay un aspecto aún más importante. Uno de los pilares de Estados Unidos es el monetario. Se le llama la “dictadura del dólar” porque es la única moneda verdaderamente universal: gracias a la demanda exterior de dólares, utilizados para las transacciones internacionales, Estados Unidos sigue imprimiendo dinero; así, la liquidez del mercado financiero estadounidense no tiene rival y los bonos del Tesoro emitidos por el gobierno de Washington son el valor más aceptado. Este señoreaje imperial otorga a Estados Unidos una capacidad de gasto y endeudamiento casi ilimitada: siempre habrá quien financie nuevas deudas. Pero aquí también se da una paradoja: precisamente las sanciones a tantos países empiezan a pasar factura, porque dejar fuera del circuito del dólar a los países enemigos (sobre todo Rusia y China) impide también la venta de sus bonos de ahorro.

¿Hasta dónde puede llegar esta situación? Hasta arriesgarse a un impago total, un hecho sin precedentes, que en la historia ha afectado a países como Argentina y Pakistán, desde luego no a Estados Unidos. Se produciría un impago técnico si el Tesoro dejara de pagar los intereses de los bonos del Estado en circulación.

El Tesoro estadounidense presume de haber pagado siempre sus deudas desde que existe, es decir, desde hace más de dos siglos, pero hoy la deuda es de 31,4 billones de dólares, es decir el 130% del PIB. Los intereses pagados por los títulos estadounidenses en circulación ya alcanzaron los 576.000 millones de dólares el año pasado, y serán aún peores este año debido únicamente al efecto de la subida de tipos que, decidida por la Reserva Federal para salvar a Estados Unidos de la inflación, está golpeando a este país precisamente en este aspecto estratégico para su economía.

En este marco, el enésimo plan de ayuda militar a Ucrania corre el riesgo de agravar aún más el presupuesto, porque si bien es cierto que la venta de material bélico produce riqueza para EEUU, es igualmente evidente que Kiev no puede pagar ahora y no es seguro que pueda hacerlo más adelante.

En resumen, cuando se cruzan los datos sobre las respectivas economías, parece que es Estados Unidos y no Rusia quien está en guerra. Mientras tanto, las tropas rusas conquistan más territorio ucraniano y Estados Unidos tiene que pedir a los polacos y a los europeos, que ahora tienen los almacenes de guerra medio vacíos, que pongan medios, dinero y soldados para una guerra entre la OTAN y Rusia. Que sólo EE.UU. necesita, pero que el propio EE.UU. no sabe cómo combatir, y mucho menos ganar.

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