Afortunados encuentros
Roma, 26 de septiembre de 2020.
He sentido un ansia de vuelo espiritual
Rubén Darío (1900)
El miércoles 3 de octubre de 1900, hace ciento veinte años, el poeta nicaragüense Rubén Darío (Metapa, 1867- León, 1916), fue recibido como peregrino por el Papa León XIII -1878/1903- (Gioacchino Pecci di Carpintero, 1810 -1903). La Iglesia Católica declaró (Bula papal del 11 de mayo de 1898) el año 1900 como Jubilar o Año Santo para recordar mil novecientos años del nacimiento de Cristo al iniciar el siglo XX que tendría, en su acelerado recorrido, -como sabemos ahora-, variadas, intensas, dramáticas y esperanzadoras consecuencias que, a pesar del desarrollo científico, la expansión tecnológica y de prolongar la duración de la vida, complejizan la existencia humana, lesionan el equilibrio en la Casa Común y ponen en riesgo -por el injusto orden mundial egoísta, desigual y excluyente-, nuestra propia existencia, lo que nos obliga a superar el ánimo de dominio y superioridad para ser “administradores responsables” (Laudato sí, Papa Francisco, 2015). El sacerdote jesuita, obispo y cardenal, Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), teólogo y profesor de literatura y psicología, quien fuera Arzobispo de Buenos Aires (1998-2013), ahora el 266.° papa católico, escribió en Twitter: “Se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios” (25.9.2020).
Darío había publicado en el diario Los Principios (de orientación católica, 1894 – 1982) dos breves artículos, el 8 y el 11 de octubre de 1896. El primero titulado “León XIII” y el segundo “La peregrinación bonaerense”. Del poeta Pontífice, llamado “el Papa Blanco”, el fundador del Modernismo literario refiere: “tiene sobre su frente todos los brillos: el brillo pontifical, el brillo del talento, que acatan los pueblos y los reyes, el laurel radiante del àrcade,que resplandece con su maravillosa luz poética”. Agrega: “Cuando ha penetrado en el maremàgnum de la gran política europea, su juicio ha sido como el hilo de Ariadna. El sacro anciano ha salido siempre tranquilamente victorioso, con un ramo de olivo en la mano”. Como los creyentes que van a Roma, lo refiere con particular aprecio como: “el viejito de la sotana cándida”.
Cuatro años después de aquellas publicaciones, el poeta universal de Centroamérica, autor de Canto a la Argentina (1910, dedicado al primer centenario de la Independencia de la República Argentina), fue enviado como corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires a la Exposición Universal de París y de allí pasó a Italia (11 septiembre al 1 de noviembre de 1900). Las crónicas del recorrido por Turín, Génova, Pisa, Florencia, Nápoles y Roma fueron recogidas en el Diario de Italia, en el libro Peregrinaciones (Madrid, 1901).
Darío y sus amigos Enrique García Velloso y Arenillas, se juntaron a los peregrinos bonaerenses bajo la conducción de Mons. Romero de la Arquidiócesis de Buenos Aires, quienes visitaban Roma en ocasión del año jubilar. Rubén escribió para La Nación ese mismo día, en una trattoria próxima a la plaza de San Pedro, el artículo El papa blanco.
Con cuidada prosa de artesano y detalles de curioso y sorprendido viajero, el poeta cuenta sus Peregrinaciones, en particular las impresiones de Roma, “la ciudad inmortal”, “la ciudad papal”, “triste, descuidada y fea” en una “tierra gloriosa”, con “exceso de arqueología”, “de lugares encantados”, de “Basílica enorme, llena de alegría fastuosa”, con “frailes de todo plumaje, curas de toda catadura”, en donde, aunque encanta la magnificencia, no hace sentir la humildad.
Unos días después, el 8 de octubre de 1900, continuaba escribiendo y reflexionaba: “Se cree aún, hay aún muchas almas que tienen esperanza y fe. A pesar de los escándalos religiosos; a pesar de la política pontificia; a pesar de lo que se dice del dinero de San Pedro; a pesar de la democracia igualitaria y de la plaga de las nociones científicas y filosóficas, se cree todavía, hay espíritus que creen”.
“Nada más misterioso y divino que la casualidad” reconoce Darío, “de estar en Roma en el momento de la llegada de la peregrinación argentina”, “no pensaba yo conocer al Papa Blanco, creía que cuando llegase a la ciudad ecuménica ya se habría apagado la leve lámpara de alabastro” … Pregunta: “¿Cómo alienta ese dulce ser fantasmal?” … “una vivacidad infantil se juntará a la extrema vejez”. Y “cuando estuve frente a frente a darle el beso de respeto, vi la mano, toqué esa increíble mano papal…”. Desde la sala Clementina, según recoge en el texto: “viví por un momento en un mundo de recuerdos… la infancia de músicas, la lejana infancia… las viejas campanas de la iglesia llamando a misa… la ida a la catedral al clamor del alba… la buena abuela y sus responsorios… el primer beso de los labios de la prima rubia: porque el primer tiempo de la fe era también el primer tiempo del amor” … “Vuelvo a contemplar sus ojos que brillan en un fuego amable, su sonrisa un poco triste, un poco fatigada, su mano que da todavía una última bendición”.
¿Qué diré de mi casual, inmerecida e inesperada coincidencia en los últimos meses del 2020, en estos días de inicio de otoño. aún en los tiempos de pandemia? Encontrarme, dar la mano con respeto y afecto, y conversar, -a pesar de la restricciones del protocolo-, como un simple servidor, en el nombre de Nicaragua, desde la sencillez de un pueblo solidario, creyente y digno, de esperanza abundante, con el Papa Francisco, argentino, – del país que Darío reconoció como su segunda patria-, de filiación jesuita, de Ignacio y Francisco Javier, asumiendo el carisma de Francisco, ciento veinte años después de aquel fugaz encuentro afortunado, cuando nuestro compatriota esencial e indispensable lo hizo con su antecesor, y en el día cuando el Pontífice, desde la tumba del santo de Asís, firmará la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos): “Sobre la fraternidad y la amistad social”, la tarde del sábado 3 de octubre, en la misma fecha cuando Dario estrechó la mano al anciano León XIII, “viviente lirio pálido”, “Beatísimo padre y querido colega”, poeta aquel, profesor de literatura y maestro en la fe este, loables vocaciones para un mundo mejor.
Frente a las circunstancias no buscadas pero aceptadas y asumidas que marcan el camino, y ante lo providencial, solo queda sorprenderse con tantas felices coincidencias, agradecer con alegría serena y compartirlo.
Paz y bien.