Ahora No es el Momento de Abandonar a los Sandinistas
Por Roger McKenzie
[Este artículo fue originalmente publicado en The Morning Star de Gran Bretaña.]
(Regresando al Reino Unido desde Nicaragua, el autor pregunta por qué muchos progresistas en Occidente se sienten con autoridad para denunciar el movimiento nicaragüense que está en una lucha diaria contra el imperialismo estadounidense.)
Durante mi visita a Nicaragua para participar en la celebración del 44 aniversario de la Revolución Sandinista, el líder sindical José Antonio Zepeda me dijo “Estados Unidos no odia a Nicaragua. Simplemente tiene intereses en nuestro país”.
Eso es muy cierto, y también diría que la izquierda debería tener más interés en Nicaragua. Esto se necesita urgentemente para contrarrestar la propaganda de la guerra fría difundida por los medios de derecha.
Consulte aquí el artículo original: Ahora no es el momento de abandonar a los sandinistas
La noticia de mi visita para conmemorar el aniversario del derrocamiento en 1979 de la dictadura de Somoza respaldada por
Estados Unidos fue recibida con negatividad, cuando menos, por algunos sectores de la izquierda.
Muchos de los que ahora dudan o incluso denuncian al FSLN (más comúnmente conocido como los sandinistas) eran personas que no habían dudado en apoyar la revolución de 1979, durante un período en que muchos de nosotros realmente temíamos por el futuro en la era de la acumulación aparentemente interminable de armas nucleares.
Todo este miedo fue encapsulado por el enamoramiento entre Thatcher y Reagan basado en el monetarismo de libre mercado de la Escuela de Chicago de Milton Friedman.
El FSLN representó un momento de esperanza y un regreso a la era romántica de los guerrilleros de izquierda, que superaban todas las adversidades para derrotar a las élites gobernantes respaldadas por los yanquis, en la tradición de Fidel Castro y Che Guevara en Cuba.
Después de ganar una elección en 1984, el FSLN siguió implementando cambios importantes en educación y salud. Pero aceptó su derrota ante la derecha en 1990 en una elección fuertemente influenciada por Estados Unidos.
Quizás la aceptación del resultado por parte del FSLN y su decisión de no volver a la lucha armada molestó lo suficiente a algunas personas como para retirar su apoyo.
Después de todo, la masiva transformación de la economía dejando atrás lo que equivalía a un sistema rural casi semi-feudal, se perdió cuando la derecha se embarcó en su propia historia de amor con el modelo de neoliberalismo de la Escuela de Chicago.
Los oscuros días de la privatización vieron la pérdida de puestos de trabajo, la caída del nivel de vida y la afiliación sindical casi se hundió en el olvido. Pero, sin que se percibiera, el FSLN desde la llanura siguió organizándose.
Tal vez debido a que gran parte de ese trabajo se llevó a cabo lejos del resplandor de la publicidad, con poca cobertura de la prensa occidental, muchos pueden haber sentido que el FSLN simplemente había renunciado al espíritu revolucionario.
Cuando el FSLN volvió al poder en 2006, decidió ser más pragmático, y parte de esa decisión se basó en el deseo de no molestar al oso estadounidense.
Quizás algunos ex simpatizantes creyeron que esto significaba que el FSLN finalmente se había vendido al capitalismo.
Incluso cuando la derrota del intento de golpe del 2018 respaldado por Estados Unidos, llevó al FSLN a volver a una línea antiimperialista de izquierda más agresiva, algunos continuaron señalando lo que consideraban deficiencias en posiciones políticas particulares.
Todos podemos estar decepcionados cuando no se materializa lo que queremos y deseamos que las cosas avancen más rápido, o cuando vemos posiciones con las que simplemente no estamos de acuerdo.
Siempre tenemos derecho a criticar y muchos en la izquierda apenas necesitan una invitación para hacerlo, pero también creo es derecho de las personas inmersas directamente en la lucha decidir las prioridades y el ritmo de esa lucha.
Cualquier otra cosa es colonialismo político arrogante, autoindulgente y condescendiente.
Tal vez deberíamos tener una mayor apreciación de las circunstancias materiales que enfrenta Nicaragua y otras naciones del Tercer Mundo, para usar un término ahora aparentemente pasado de moda.
Nicaragua enfrenta la amenaza constante de una intervención militar de Estados Unidos.
Siempre debemos recordar que este país de 6,5 millones de personas está firmemente en la mira de Estados Unidos, la fuerza militar más potente y agresiva en la historia del mundo.
El primer ministro de San Vicente y las Grenadinas, Ralph Gonsalves, hablando en Nicaragua en 2022, dijo: “¿Por qué, en nombre de Dios, siendo Estados Unidos un país tan grande, con tantos recursos, con tanta fuerza militar, por qué se empecina en meterse con un país pequeño como Nicaragua?”
La Doctrina Monroe proporciona la respuesta estratégica más amplia a esta pregunta.
La Doctrina ha sido llamada la piedra angular de la política exterior de Estados Unidos desde que fue presentada por el presidente James Monroe en 1823. Tiene cuatro puntos básicos.
En primer lugar, Estados Unidos no interferiría en los asuntos internos ni en las guerras entre las potencias europeas, aunque lo hacen, a como la guerra de Ucrania claramente demuestra.
En segundo lugar, Estados Unidos dijo que reconocía y no interferiría con las colonias y dependencias existentes en el hemisferio occidental, otra promesa que han violado continuamente.
En tercer lugar, el hemisferio occidental estaba cerrado a toda futura colonización por parte de cualquier otra potencia, menos ellos.
Finalmente, cualquier intento por parte de una potencia europea de oprimir o controlar cualquier nación en el hemisferio occidental sería visto como un acto hostil contra Estados Unidos.
La doctrina engendró el concepto de “patio trasero de Estados Unidos”, áreas dentro del dominio de Estados Unidos, en particular América Latina y el Caribe.
El presidente Theodore Roosevelt amplió la doctrina en 1904 diciendo que, en casos de flagrantes irregularidades crónicas por parte de un país latinoamericano, Estados Unidos se reservaba el derecho de intervenir en los asuntos internos de ese país.
Entonces, ¿qué significa realmente “irregularidades” a los ojos de Estados Unidos?
Aparentemente, la respuesta es cualquier cosa que Estados Unidos considera va en contra de sus intereses económicos y militares estratégicos, incluidas medidas adoptadas por una nación con una visión política independiente y que no reconoce automáticamente el dominio hegemónico de Estados Unidos sobre el planeta.
La expulsión de la corrupta empresa criminal de la familia Somoza por el FSLN en 1979, fue un severo golpe para el gobierno de Estados Unidos y las corporaciones multinacionales. Estados Unidos había trabajado con sus pagadores corporativos y los mafiosos de Somoza para saquear al país.
Cuando Reagan llegó al poder en Estados Unidos en 1981, su administración ayudó a financiar las milicias rebeldes de derecha conocidas colectivamente como los Contras en su guerra encubierta, brutal e ilegal contra los sandinistas.
Incluso en 2018, Estados Unidos estuvo profundamente involucrado en Nicaragua, apoyando el intento de golpe contra el gobierno del FSLN y la avalancha de propaganda mediática creada para ayudar a justificarlo.
La amenaza del Norte es constante y diaria. Involucra instituciones clientes de Estados Unidos como la Unión Europea, el G7 y la ONU.
Entonces, cuando se quiere criticar, es preciso se tomen en cuenta estas presiones brutales y escuchemos lo que tienen que decir las personas que viven esta situación todos los días, en vez de simplemente imponer nuestra propia visión del Primer Mundo a quienes luchan directamente contra el imperialismo estadounidense.
Para los que ya han concluido que Nicaragua es ahora una dictadura bajo el supuesto talón de hierro del presidente Daniel Ortega, les digo: visiten el país y compruébenlo.
Si hay represión en Nicaragua, yo no la vi durante mi viaje a lo largo y ancho del país.
Lo que vi fue gente trabajando duro para construir una nueva nación, a pesar de todas las presiones que enfrentan.
No es sexy ni romántico. Es el arduo trabajo de proporcionar a las personas pan y rosas, y llevará tiempo. Creo que la izquierda debe respaldar a los sandinistas en su lucha. Ciertamente yo lo estoy haciendo.
[Este artículo fue originalmente publicado en The Morning Star de Gran Bretaña.](Regresando al Reino Unido desde Nicaragua, el autor pregunta por qué muchos progresistas en Occidente se sienten con autoridad para denunciar el movimiento nicaragüense que está en una lucha diaria contra el imperialismo estadounidense.)
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Versión en Inglés
Now Is Not the Time to Abandon the Sandinistas
During my visit to Nicaragua to help celebrate the 44th anniversary of the Sandinista revolution, trade union leader Jose Antonio Zepeda told me that “the United States doesn’t hate Nicaragua. It just has interests in our country.”
That’s so true — and I would also say that the left should have more of an interest in Nicaragua. This urgently needs to replace cold war propaganda handed down by the right-wing press.
News of my visit to mark the anniversary of the overthrow of the US-backed Somoza dictatorship in 1979 was met with negativity — to say the least — in some parts of the left.
Many of those now doubting or even denouncing the FSLN (more commonly known as the Sandinistas) were folks who had not hesitated to support the revolution in 1979 during a period when many of us genuinely feared for the future in the era of the seemingly endless accumulation of nuclear weapons.
All of this fear was encapsulated by the love-in between Thatcher and Reagan based around the free-market Chicago School monetarism of Milton Friedman.
The FSLN represented a moment of hope and a return to the romantic era of left-wing guerilla fighters overcoming all the odds to defeat the Yankee-backed ruling elites, in the tradition of Fidel Castro and Che Guevara in Cuba.
After winning an election in 1984, the FSLN continued to implement major changes to education and health. But it accepted its loss to the right wing in 1990 in a heavily US-influenced election.
Perhaps the acceptance of the result by the FSLN and their decision not to go back to armed struggle upset some people enough for them to withdraw their support.
After all, the massive transformation of the economy away from what amounted to an almost semi-feudal rural system was now lost as the right wing embarked on its own love affair with the Chicago School model of neoliberalism.
The dark days of privatization saw jobs lost, living standards fall and trade union membership numbers sink into near oblivion. But, away from the limelight, the FSLN continued to organize.
Perhaps because much of this work was carried out away from the glare of publicity, with little being reported in the Western press, many may have felt that the FSLN had simply given up the revolutionary ghost.
When the FSLN returned to power in 2006, they decided to be more pragmatic, with part of that decision based on a desire not to poke the US bear.
Perhaps some former supporters believed that this meant the FSLN had finally sold out to capitalism.
Even when the defeat of the US-backed coup attempt in 2018 led the FSLN to readopt a more aggressively left-wing, anti-imperialist line, some still pointed to what they regarded as deficiencies in particular policy positions.
We can all be disappointed when not everything that we want to see happen comes to fruition and we wish that things moved more quickly — or when we see positions, we simply don’t agree with.
We always have the right to criticize — and many on the left barely need the invitation to do that — but I also believe it is the right of people at the heart of the struggle to decide the priorities and pace of that struggle.
Anything else is arrogant, self-indulgent, condescending political colonialism.
Perhaps we should have more of an appreciation of the material circumstances facing Nicaragua and other nations, to use a now seemingly unfashionable term, Third World countries.
Nicaragua faces the constant danger of military intervention by the US.
We must always remember that this country of 6.5 million people is firmly in the crosshairs of the US, the strongest and most aggressive military force in the history of the world.
The Prime Minister of Saint Vincent and the Grenadines, Ralph Gonsalves, speaking in Nicaragua in 2022, said: “Why in God’s name, with a country so large, with so many resources, with such military strength, why would they want to pick on a small country like Nicaragua?”
The Monroe Doctrine provides a wider strategic answer to this question.
The doctrine has been called the cornerstone of US foreign policy since being put forward by US president James Monroe in 1823. It has four basic points.
First, the US would not interfere in the internal affairs of or the wars between European powers — although clearly, they do and, as the Ukraine war clearly demonstrates.
Second, the US said they recognized and would not interfere with existing colonies and dependencies in the Western hemisphere — another promise it has continually broken.
Third, the Western hemisphere was closed to future colonization — by, in reality, anyone but them.
Finally, any attempt by a European power to oppress or control any nation in the western hemisphere would be viewed as a hostile act against the US.
The doctrine helped to create the concept of “America’s backyard,” areas that fell within the dominance of the US, particularly Latin America and the Caribbean.
President Theodore Roosevelt added to the doctrine in 1904, saying that in cases of flagrant and chronic wrongdoing by a Latin American country, the US reserved the right to intervene in that country’s internal affairs.
So, what does “wrongdoing” in the eyes of the US actually mean?
The answer is seemingly anything that the US believes goes against its economic and strategic military interests, including anything that might bring a nation closer to an independent political view and does not automatically recognize US hegemonic rule over the planet.
The FSLN’s ousting of the corrupt Somoza family criminal enterprise in 1979 was a major blow to the US government and multinational corporations. The US had worked with their corporate paymasters and the Somoza gangsters to fleece the country.
When Reagan came to power in the US in 1980, his administration helped to fund the right-wing rebel militias known collectively as the Contras, in their covert, brutal and illegal war against the Sandinistas.
Even as recently as 2018, the US was deeply involved in Nicaragua, supporting the attempted coup against the FSLN government and the media propaganda blitz created to help justify it.
The challenge from the north is as constant as it is daily. It spreads to US client institutions such as the EU, G7 and the UN.
So, when we have criticisms, let’s bear these deadly pressures in mind and listen to what people living this every day have to say — rather than simply imposing our own First World view on those in a direct struggle against US imperialism.
For those that have already made their minds up that Nicaragua is now a dictatorship under the alleged iron heel of President Daniel Ortega, I say: visit the country and see for yourselves.
If there is repression in the country, I didn’t see it as I ventured far and wide across Nicaragua.
What I saw was people working hard to build a new country despite all the pressures they are facing.
It’s neither sexy nor romantic. It’s the hard work of providing people with bread and roses — and it will take time. I think the left should have the back of the Sandinistas in their struggle. I certainly do.