“América Latina y África-Oeste – patrones del neocolonialismo”
Stephen Sefton
Son muy claros los patrones de las intervenciones e injerencismo neocolonial en el mundo mayoritario de parte de Estados Unidos y sus aliados desde las victorias sobre la Alemania Nazi y el Japón Imperial en 1945. Casi inmediatamente los países occidentales iniciaron un ciclo de sangrientes agresiones contra los pueblos que resistían el colonialismo, seguido más adelante por la dependencia de la mayoría de los países de África y Asia del despiadado sistema económico Occidental. En todo este tiempo, Estados Unidos y Europa demostraron la más cruda y brutal determinación de garantizar a toda costa el control de los recursos naturales requeridos por su sistema capitalista. Hasta años recientes, podían lograr su objetivo por medio de la dominación comercial y financiera a nivel global y la cooptación política de las élites locales a nivel regional. Cuando lo han visto necesario, nunca han vacilado en usar la agresión militar directa o indirectamente.
Sin embargo, en los últimos veinticinco años, ha entrado en crisis el viejo régimen imperialista impuesto por los poderes norteamericanos y europeos. Es instructivo hacer la comparación entre la historia contemporánea del Oeste de África y de América Latina y el Caribe. Se trata de un período que inició aproximadamente desde la elección de nuestro Comandante Eterno Hugo Chávez Frías en 1998 como presidente de Venezuela y del hermano Laurent Gbagbo como presidente de la Costa Marfil en 2000. Ambos líderes promovieron ideas socialistas que amenazaban el acostumbrado control imperial de sus respectivas regiones.
En ambos casos los poderes occidentales montaron campañas para desestabilizar los nuevos gobiernos con repetidos ataques e intervenciones de un tipo u otro. La intensificación de la agresión imperial alcanzó su colmo en 2011 con la destrucción de la Jamahiriya Libia y el asesinato del Hermano Guía Muammar al Gaddhafi; el ataque francés en Costa Marfil para derrocar al presidente Laurent Gbagbo, con la complicidad de la ONU y el inicio de las medidas coercitivas unilaterales por Estados Unidos contra Venezuela y su empresa petrolera PDVSA. El contexto institucional de ambas regiones del mundo contiene componentes muy similares.
En América Latina y el Caribe la Organización de Estados Americanos ha servido como el ministerio de colonias de Estados Unidos desde 1948. Pero en África-Oeste fue hasta los años 1970s que los países de la región completaron su independencia de los poderes coloniales de la región, Francia, Reino Unido y Portugal. Así que, fue hasta 1975 que se fundó la Comunidad Económica de los Estados de África del Oeste (CEDEAO). El objetivo ostensible de ambas instituciones – la OEA y la CEDEAO – es de promover la cooperación regional, el desarrollo socio-económico y la estabilidad política. En ambos casos, la dominante influencia de los respectivos poderes occidentales ha distorsionado la práctica de las instituciones para que sirven en efecto como herramientas de control regional imperial.
A lo largo de su historia, la OEA ha dado su amparo institucional al dominio imperial en la región, desde su apoyo al golpe de 1954 en Guatemala y la exclusión de la Cuba revolucionaria hasta el ilegal reconocimiento de Juan Guaidó en representación de Venezuela. Después de Cuba, solamente Venezuela y Nicaragua han tenido el coraje de rechazar ser miembros de esta institución neocolonial. En el caso de la CEDEAO, mientras es cierto que ninguno de los antiguos poderes coloniales es miembro, Francia, y por consiguiente la Unión Europea, tiene mucha influencia por motivo de su posición dominante en una de las principales componentes económicas de la CEDEAO, la Unión Económica y Monetaria del Oeste de África (UEMOA) y también por motivo del uso en la mayoría de los países de la región de la moneda el Franc CFA, una herencia directa de la época colonial.
El alcance de la CEDEAO ha expandido más allá de su objetivo original de una “autosuficiencia colectiva” de una manera parecida al desarrollo de la OEA para incluir ahora la organización de misiones de paz en sus países miembros y la promoción de la democracia electoral al estilo Occidental. El CEDEAO ahora tiene una población total mayor de 440 millones con un Producto Interno Bruto de casi dos millones de millones de dólares (PPA). (Hay que notar que si se subtrae la riqueza petrolera de Nigeria ese PIB cae dramáticamente a solamente US$600 mil millones que indica la relativa pobreza de la región). Casi todos sus gobiernos cumplen de manera fiel su papel neocolonial en relación a la reciente insurrección militar en Níger, que tiene amplio apoyo entre la población igual que las otras recientes insurrecciones militares similares en Guinea en 2021, Burkina Faso en 2022 y Mali en 2020.
Entre los motivos de estas insurrecciones se destacan la presencia en el territorio nacional de militares franceses y estadounidenses, la corrupción sistémica en beneficio de una pequeña élite nacional y sus amos extranjeros y la falta de desarrollo social y económica para la población en general. Sin embargo, quizás de manera todavía más urgente que estos otros factores ha sido el desarrollo de fuerzas terroristas pseudo-Islamistas como Boko Haram y Al Qaeda del Maghreb Islámica (AQMI) como un factor de desestabilización en toda la región. De hecho, el origen inmediato de este componente de la precariedad regional fue la destrucción de Libia en 2011 y la consiguiente desestabilización del enorme territorio del norte de Mali luego de la masacre en enero 2012 de más de 100 soldados malienses en el pueblo de Aguelhok por los movimientos terroristas .
Como respuesta a la falta de apoyo de su gobierno para poder defender su territorio, el ejército de Malí tomó el poder de una manera muy similar a lo que acaba de pasar en Níger. Se nombró un Comité por el Retorno de la Democracia y la Restauración del Estado. Igual que ahora en el caso de Níger, la CEDEAO implementó medidas coercitivas económicas y amenazó con la posibilidad de una intervención militar. Después vino un acuerdo mediado por las Naciones Unidas, entre otras, y la intervención de una fuerza militar francés. Igual que en Níger este año (donde los militares han formado un Consejo Nacional para la Defensa de la Patria), la insurrección militar en Mali de 2020 fue en gran parte una reacción en contra de la presencia de los militares franceses. La fundamental diferencia entre los acontecimientos de 2012 y 2013 en Malí y la situación ahora diez años más tarde es el frente común entre Mali, Burkina Faso, Níger y Guinea, todos países miembros de la CEDEAO.
En este contexto, el actuar de Guinea podría ser crucial porque su apoyo a sus vecinos sin acceso al mar les permite a éstos tener acceso al tránsito comercial por el importante puerto de Conakry, el capital de Guinea. Mientras en años anteriores la CEDEAO siempre pudo presionar con mayor facilidad a las insurrecciones militares en Burkina Faso o Mali, y ahora en Níger, por la falta de acceso de estos países al mar. Los militares de todos los cuatro países ven que la presencia militar estadounidense y francés no promueve ni la estabilidad ni la seguridad y, además, sospechan que los mismos poderes imperialistas apoyan de manera encubierta e indirecta a las fuerzas terroristas que supuestamente están combatiendo. Ciertamente, en 2012 un estrecho aliado occidental en aquel entonces, Qatar, mandó aviones con armamentos para los grupos pseudo-Islamistas en la ciudad de Gao en el norte de Malí.
En África-Oeste las recientes insurrecciones militares han sido en apoyo a reivindicaciones nacionalistas y populares en el contexto de esta contraproducente ocupación militar extranjero y el cinismo de los depredadores poderes occidentales. En América Latina, solo Cuba, Nicaragua y Venezuela, los únicos países a rechazar la OEA, tienen fuerzas armadas antiimperialistas que defienden sus gobiernos. Estados Unidos y sus aliados de la OTAN tienen más de 70 bases militares a lo largo y ancho de la región, con una mayor concentración en América Central y el Caribe, cercando así a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Igual que en África, se camufla esta ocupación militar regional bajo la espuria figura de la cooperación para la seguridad.
Igual que en África también, este hostigamiento militar imperialista de la región va de la mano con la interminable presión de parte de las grandes empresas transnacionales occidentales de energía y minería para asegurar su prioridad en el control de los recursos naturales de la región. Se trata también de la imposición de prioridades económicas inapropiadas por medio de las instituciones financieras internacionales y regionales. Ambos Estados Unidos y la Unión Europea intensifican ahora su atención hacia América Latina y África-Oeste porque temen perder su acostumbrado control de los recursos naturales de estas regiones a gobiernos que, primero, priorizan las necesidades y aspiraciones de sus propios pueblos y, segundo, por ese mismo motivo quieren sellar acuerdos más favorables con China y Rusia. Esta es la dinámica fundamental que va a definir el desarrollo exitoso de un verdadero nuevo orden mundial.
Es una dinámica en que las élites corporativas de Estados Unidos y la Unión Europea no van a poder prevalecer, porque todavía piensan que van a poder imponer sus intereses por encima de las necesidades y aspiraciones de los pueblos del mundo mayoritario que quieren seguir marginando. Piensan que es sostenible mantener a poblaciones enteras en la impotencia política y la zozobra económica en base a la guerra psicológica y su corolario, el deliberado esfuerzo de sembrar la cizaña y promover la división. Muchos ejemplos demuestran la demencia de esta suposición, desde el rechazo en países como Argentina de su subyugación a las estructuras financieras occidentales hasta la determinada resistencia popular en Haití a la sistemática destrucción institucional y la constante depredación empresarial.
Se trata también del la resistencia al genocida bloqueo de Cuba y, en Venezuela y Nicaragua, a los intentos de golpe y al constante hostigamiento económico y diplomático, o la resistencia popular a los golpes que tomaron lugar en Bolivia y Perú. El avance de la derecha política en la región entre 2015 y 2022 fue breve y frágil. La región continúa el imparable desarrollo de sus relaciones con la República Popular China. Todo esto se ve reflejado también en el desarrollo de diversos acontecimientos parecidos en África-Oeste. Es inevitable la resistencia al imperio entre los pueblos del mundo mayoritario que viven la realidad de todos estos procesos. Como nuestro Presidente Comandante Daniel notó en 2021, “Aquellos Países que todavía sueñan con imponer sus políticas colonialistas, neocolonialistas, en el Mundo, sencillamente están fuera de la realidad. Eso ya no es posible.”
“Latin America and West Africa – patterns of neocolonialism”
Stephen Sefton
The patterns of neocolonial intervention in the majority world by the United States and its allies since their victories over Nazi Germany and Imperial Japan in 1945 are very clear. Almost immediately the Western countries started a cycle of bloody aggression against peoples resisting colonialism, followed later by the dependence of most African and Asian countries on the ruthless Western economic system. In all this time, the United States and Europe demonstrated the most crude and brutal determination to guarantee at all costs control of the natural resources required by their capitalist system. Until the developments of recent years, they were able to achieve their goal through commercial and financial domination at the global level and, at the regional level, political co-optation of local elites. Whenever they have found it necessary, they have never hesitated to use military aggression either directly or indirectly.
However, in the last twenty-five years, the old imperialist regime imposed by the American and European powers has entered into crisis. It is instructive to make the comparison between the contemporary history of West Africa and Latin America and the Caribbean. This is a period that began approximately with the election of our Eternal Comandante Hugo Chávez Frías in 1998 as president of Venezuela and our comrade Laurent Gbagbo as president of the Ivory Coast in 2000. Both leaders promoted socialist ideas that threatened the customary imperial control of their respective regions.
In both cases, the Western powers mounted campaigns to destabilize the new governments with repeated attacks and interventions of one kind or another. The intensification of the imperial aggression reached its peak in 2011 with the destruction of the Libyan Jamahiriya and the assassination of Brother Guide Muammar al Gaddafi; with the French attack in Ivory Coast to overthrow Laurent Gbagbo, with the treacherous complicity of the United Nations, and also the beginning of unilateral coercive measures by the United States against Venezuela and its oil company PDVSA. The institutional context of both regions of the world contains very similar components.
In Latin America and the Caribbean, the Organization of American States has served as the United States Ministry of Colonies since 1948. But in Weste Africa, it was not until the 1970s that the countries of the region completed their independence from the colonial powers, France, the United Kingdom and Portugal. So, it was not until 1975 that the Economic Community of West African States (ECOWAS) was founded. The ostensible objective of both institutions – the OAS and the ECOWAS – is to promote regional cooperation, socio-economic development and political stability. In both cases, the dominant influence of the respective Western powers has distorted the practice of the institutions so that they serve in effect as tools of imperial regional control.
Throughout its history, the OAS has given its institutional support to imperial rule in the region, from supporting the 1954 coup in Guatemala and the exclusion of revolutionary Cuba to the illegal recognition of Juan Guaidó to represent Venezuela. After Cuba, only Venezuela and Nicaragua have had the courage to refuse to be members of this neocolonial institution. In the case of ECOWAS, while it is true that none of the former colonial powers is an actual member, France, and therefore the European Union, wields great influence influence because it dominates one of the main economic components of ECOWAS, the West African Economic and Monetary Union (WAEMU) and also because most of the countries of the region use the CFA Franc currency, a direct inheritance from the colonial era.
The scope of ECOWAS has expanded beyond its original goal of “collective self-sufficiency” in a way similar to the development of the OAS, to now include the organization of peacekeeping missions in its member countries and the promotion of Western-style electoral democracy. ECOWAS now has a total population of over 440 million with a Gross Domestic Product of almost two trillion dollars (PPP). (It should be noted that if Nigeria’s oil wealth is subtracted that GDP drops dramatically to only US$600 billion indicating the relative poverty of the region). Almost all of the ECOWAS governments have faithfully fulfilled their neocolonial role in relation to the recent military insurrection in Niger, which has broad support among that country’spopulation, as is also the case with the other recent similar military insurrections in Guinea in 2021, Burkina Faso in 2022 and Mali in 2020.
The reasons for these coups include the presence of French and American military personnel on national territory, systemic corruption for the benefit of a small national elite and their foreign owners, and the lack of social and economic development for the population in general. However, perhaps even more urgently than these other factors has been the development of pseudo-Islamist terrorist forces such as Boko Haram and Al Qaeda of the Islamic Maghreb (AQMI) as a destabilizing factor in the entire region. In fact, the immediate origin of this component of regional precariousness was the destruction of Libya in 2011 and the consequent destabilization of the huge northern territory of Mali after the massacre in January 2012 of more than 100 Malian soldiers in the village of Aguelhok by terrorist movements.
In response to the lack of support from its government to defend its territory, the Malian army took power in a very similar way to what has just happened in Niger. A Committee for the Return of Democracy and the Restoration of the State was appointed. As now in the case of Niger, ECOWAS implemented economic coercive measures and threatened possible military intervention. Then came an agreement mediated by the United Nations, among others, and the intervention of a French military force. As in Niger this year (where the military has formed a National Council for Defense of the Nation), the 2020 military insurrection in Mali was largely a reaction against the presence of the French military. The fundamental difference between the events of 2012 and 2013 in Mali and the situation now ten years later is the united front agreed between Mali, Burkina Faso, Niger and Guinea, all ECOWAS member countries.
In this context, Guinea’s action could be crucial because its support for its three land-locked neighbors gives them access to commercial transit through the important port of Conakry, the capital of Guinea. Whereas in previous years ECOWAS was always able to put more intense pressure and with greater ease on military insurrections in Burkina Faso or Mali, and now in Niger, because these countries lack access to the sea. The militaries of all four countries have concluded that the US and French military presence promotes neither stability nor security and, moreover, they suspect that the imperialist powers themselves covertly and indirectly support the terrorist forces they are supposedly fighting. Certainly, in 2012 a close Western ally at the time, Qatar, sent planes with armaments for the pseudo-Islamist groups via the city of Gao in northern Mali.
In West Africa, the recent military uprisings have been in support of nationalist and popular demands in the context of this counterproductive foreign military occupation and the cynicism of the predatory Western powers. In Latin America only Cuba, Nicaragua and Venezuela, the only countries to have rejected the OAS, have anti-imperialist armed forces defending their governments. The United States and its NATO allies have more than 70 military bases throughout the region, with most concentrated in Central America and the Caribbean, thus encircling Cuba, Venezuela and Nicaragua. As in Africa, this regional military occupation is camouflaged under the spurious motif of security cooperation.
As in Africa too, this imperialist military harassment of the region goes hand in hand with endless pressure from giant Western energy and mining multinationals to ensure they get priority in controlling the region’s natural resources. It is also about ensuring the imposition of inappropriate economic priorities through international and regional financial institutions. Both the United States and the European Union are now intensifying their focus on Latin America and West Africa because they are afraid of losing their customary control over the natural resources of these regions to governments which, first, prioritize the needs and aspirations of their own peoples and, secondly, for the same reason want to seal more favorable agreements with China and Russia. This is the fundamental dynamic that will define the successful development of a true new world order.
It is a dynamic in which the corporate elites of the United States and the European Union will not be able to prevail because they still think they can to impose their interests over the needs and aspirations of the peoples of the majority world whom they want to continue marginalizing. They think they can forever keep entire populations in political impotence and economic distress by means of endless psychological warfare and its corollary, spreading malicious calumny to promote division and disunity. Many examples show how demented this assumption has become, whether the rejection in a country like Argentina of its subjugation to Western financial structures or the determined popular resistance in Haiti to systematic institutional destruction and grotesque exploitation by local private sector and foreign corporate predators.
Also relevant is Cuba’s heroic resistance to the genocidal US blockade and too, Venezuela’s and Nicaragua’s resistance to coup attempts and to constant US and EU provocation and intimidation or, elsewhere, the resistance to the coups in Bolivia and Peru. The advance of the political right in the region between 2015 and 2022 was brief and fragile. The Latin American and Caribbean nations continue the unstoppable development of their relations with the People’s Republic of China. All this is also reflected in the development of various similar events in West Africa. Resistance to the empire is inevitable among the peoples of the majority world who live the reality of all these processes. As our President Comandante Daniel noted in 2021,”Those countries that still dream of imposing their colonialist, neocolonialist policies on the world are simply out of touch with reality. That’s not possible anymore.”