• Por admin
  • 18 julio, 2021

“Aquel amigo”


(Pablo Neruda, Canción de Gesta, 1960)

Después Sandino atravesó la selva y despeñó su pólvora sagrada contra marinerías bandoleras en Nueva York crecidas y pagadas ardió la tierra, resonó el follaje: el yanqui no esperó lo que pasaba: se vestía muy bien para la guerra brillaban sus zapatos y sus armas, pero por experiencia supo pronto, quiénes eran Sandino y Nicaragua: todo era tumba de ladrones rubios: el aire, el árbol, el camino, el agua; surgían guerrilleros de Sandino hasta del whisky que se destapaban y enfermaban de muerte repentina los gloriosos guerreros de Luisiana acostumbrados a colgar los Negros mostrando valentía sobrehumana: dos mil encapuchados ocupados en un negro una soga y una rama. Aquí eran diferentes los negocios: Sandino acometía y esperaba, Sandino era la noche que venía y era la luz del mar que los mataba, Sandino era una torre con banderas, Sandino era un fusil con esperanzas. Eran muy diferentes las lecciones, en West Point era limpia la enseñanza: nunca les enseñaron en la escuela que podía morir el que mataba: los norteamericanos no aprendieron que amamos nuestra pobre tierra amada y que defenderemos las banderas que con dolor y amor fueron creadas.

Si no aprendieron esto en Filadelfia lo supieron con sangre en Nicaragua: allí esperaba el capitán del pueblo: Augusto C. Sandino se llamaba.

Y en este canto quedará su nombre estupendo como una llamarada para que nos dé luz y nos dé fuego en la continuación de sus batallas.

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