Augusto César Sandino: Epifanía Americana de la dignidad
Por: Edwin Sánchez
“En el corazón de nuestras montañas 500 marinos entran con
/ametralladoras
Pablo Antonio Cuadra
“Poema del Momento Extranjero en la Selva”
(Poemas nicaragüenses, 1930-1933).
I
Vos,
corazón insurrecto, recto y honesto…
Vos
sos el que dijiste:
“abrí los ojos en la miseria
y fui creciendo en la miseria”.
Y yo
creyendo. Creyéndote.
La grandiosidad de un pueblo
se demuestra en el tamaño enorme del Héroe.
Y vos sos ese Héroe.
Insignes hombres y mujeres
pueden surgir
de pequeños países que los poderes
de la tierra no podrán abatir.
Eres
nación que no nació para huir ni rehuir.
Nación de épico espíritu y de nobles deberes,
donde el patrioterismo que hizo parir
las falsas hombrías, jamás pudo detener
la fuerza de la Historia ni el latir
de los mejores días.
Nación dispuesta a vivir
libre, y vencer con su rebeldía
que dio al honor y al vigor de resistir,
las formas hermosas de las osadas valentías.
II
Vos,
vos sos el sacrificado. El mártir.
Ellos, la magnicida jauría.
La maldecida agonía de ser pesadilla y existir
por el precio de su sangre fría…
Matar patriotas y vender el país para rendir
culto a la abyección que los descendía,
los descendió, del reino de los hombres a la sombra de asir
para ser, la abatida luz de los cirios, su único mediodía
apagado por el resplandor del Patria Libre o Morir.
Patria que es Liberación Gloriosa en el puro albor
de Miguel Ángel Ortez, de Pedro Altamirano, de Rufo Marín.
Patria de Santos López y de Juan Pablo Umanzor.
Niquinohomo
no estaba para ser nombrada
en la Historia Universal,
pero he ahí el nombre de un hombre que es día,
que es luz, que es aurora: el General
Augusto César Sandino, que blandía,
en la cima sideral
de sus montañas, la bandera de la gallardía.
Vos, que suplías de manera heroica y vital
la falta de una extensa geografía
con tu colosal decoro total.
III
Te hiciste Himno.
Te volviste imprescindible estandarte.
Te convertiste en camino.
Te erigiste en símbolo, movimiento y arte.
Eres pino,
vigoroso, firme. Incesante pináculo del norte
nuestro.
Te cantan.
Inspiras al reino de las guitarras,
los acordeones, las arpas y las flautas,
y todas las magníficas liras.
Eres letra, eres música, eres cultura patria.
En Las Segovias
te contabas en criques, manantiales, ríos,
brumas, (en el guerrillerito que dejó su novia)
en los árboles cómplices, caseríos
sin ideologías, silencios; Yucapuca, Zaraguasca, cerros
dogmas cero, poesía, ríos
arcanos, bendiciones, voluntades de hierro,
transformaciones, pláticas. Y hoy yo-soy-vos-nosotros:
verdades de los rebeldes herejes contra el Becerro
de Oro: Si Adelita se fuera con otro…
Eres la República que nacía, tierna,
guerrillera .
Varón de la mañana, eres la Montaña misma.
Escarpado arquetipo sin grietas
ni derrumbes.
Dibujar
con la vida tu silueta
es Carlos, es Leonel poeta, es Tomás
y aquel caído en San Marcos, que jamás daría la voltereta
degenerada de generales y traidores, ni en los 90
ni en 2018: Moisés Muñoz Ticay, de la floresta
de San José de Masatepe.
Eres meta.
Eres caminar.
Eres la ruta del Sol Chorotega,
Quinto del Náhuatl, Macuil Miquiztli, y primero
/del castellano cantar.
Sos la Aurora de la nativa hora nueva
que a la Independencia logró arrebatar de las manos
de aquella poderosa gleba
de morfinómanos.
La era tuya, resistencia lampiña,
limpia y potente,
halo, certeza, ideal, fulgor y vigor que no declina,
del Momotombo esplendor al Moropotente
abecedario del fervor libertario: Campaña y campiña
que unifica al oriente con el poniente.
frente al que nos domina.
Tu lucha contra la corriente
—como la de los profetas de las Sagradas Escrituras—
empezó la Historia presente:
La latina estirpe verá la gran alba futura.
“Quinientos norteamericanos hacen la guerra”.
PAC
IV
Y qué de los que te persiguieron.
Y qué de los que en Palacio durmieron.
Y qué de su vejez
si es que llegaron a viejo,
y si es que lograron dormir
sin amanecer,
porque durmieron de una sola vez para ir
ya se sabe donde, Porque no se es viejo para fallecer
a los 60 ni lleno ni pleno de días,
que el excelentísimo proyecto de Duce bananero
de cortados calendarios
así se fue, en abrupto fenecer sin Eben-Ezer,
en medio del llanto, luto y viudez de los turiferarios
eclesiásticos, liberoperdedores, devotos del poder,
aristocráticos y todo el abolengo menor del serpentario.
Él, que alquiló su falta de sentimientos
de su linaje, su fidelidad a la deslealtad,
su falta de arraigo nacional, consumado perjuro
y primer indignatario
de la nación
sin futuro,
el infame “general” infante
de marina, hecho al carburo,
que inauguró, con su Estado Mayor de maleantes,
la Guardia Nacional, su G.N. cómplice
del anochecer, cuando se entronizó con el sangrante
lauro de asesino múltiple.
No se duerme tampoco a los 44 “para siempre,
extendido, helado y muerto”, diría Whitman…
Muerto, pero completo.
Aunque sea titular del Congreso
y Presidente.
Que muy temprano también se fue, por eso
mismo, de repente.
Quizás partió cargando culpa inmerecida,
pero usufructuando
lo que mal la dinastía —mientras sometía a Nicaragua
a sus abominables gerundios—
se apropió, robando, manipulando y matando,
sobre tu conciencia limpia, General Sandino.
Sí, aquellos cancerberos de la fatalidad
que así sojuzgaron el país, de forma violenta,
y aún, dinastas in fieri a perpetuidad,
reclaman la santidad de su estirpe sangrienta.
Reclaman un falso desarrollo, un falaz progreso
mas no el efectivo desprecio al Caribe que solo significó,
para el Centro de las Américas, un inmisericorde retroceso.
Como que la abuela era Madre Teresa de Calcuta
y el abuelo Mahatma Gandhi, y no puestos
e impuestos con el sempiterno bautizo Es hijo de puta,
de Franklin D. Roosevelt, al ungir con todo y pero a “nuestro
gran hijo de puta”…
Que así fue el país todavía más desgraciado,
con el engendro de la dictadura que te dio la cicuta,
por ser sabio, estratega y admirado,
así en el pueblo como en la Tierra absoluta.
Y ya que de esto hablamos
puntualicemos detalles: no es buena heredad
la de vivir apenas un destello, y morir en la mano
de revelados misterios, a los 55 de edad,
que el que a hierro mata, a hierro muere
dice el Verbo de la Verdad.
Y más que en nuestro Septiembre Patrio
los huesos de los viejos bucaneros
se revolvieron, en los tiempos anticucos de patio
trasero, con los esqueletos
de los nombrados Anastasios
en los anales lamentables de los caitudos filibusteros.
La sangre soberana que el viejo Tacho
derramó en tiempos de paz, el 21 de febrero
del 34, cayó sobre su cabeza, por un muchacho
poeta, 22 años más tarde, y 11 después, en un certero
abril y cerrar de ojos, sin pedir ni permisito,
el 21 entró y apuntó, sin balas, al corazón de un joven
/ingeniero.
13 años luego, y con fuego, a Tachito
(que nunca escuchó ni un ruego)
le tocó saldar la deuda de aquel trágico
día en que el Convenio de Paz y el Héroe sincero
que la rubricaría, fueron vilmente ultimados a tiros.
Bien se ve: quien le hace mal a un Bendito,
sepa que no se irá, sin pagar, de esta vida
y, en la otra, el resto de la factura, y con IVA
del más allá, incluido en el Divino Veredicto…
V
Augusto César Sandino, tus expresiones
son redonditas y brillantes
como los plenilunios de octubre.
No hay cabos sueltos, eres directo.
Parece que eres dotado
de una perfección en la elaboración
de tus ideas porque vos sos el mismo
expresado en letras,
en toda tu monumental creación epistolar,
en las entrevistas de prensa,
en los comunicados, en los manifiestos,
en los partes de guerra y de amor…
Desde tu infancia en la llanura trazaste tu cúspide.
“Y es cierto que pudiendo ser vago,
ser criminal, decidí ser gente,
llegar a ser alguien”, confesaste
a José Román. Este Román que por 46 años
ocultó tu confianza, te silenció en vida,
lo que le dijiste,
la sinceridad de tus anhelos.
La seguridad de ver en el suelo
Patrio la parcela que nos corresponde
del mismísimo cielo.
Porque creíste en los hombres y mujeres:
“El hermano Román está escribiendo un libro sobre estos asuntos, y ha convivido fraternalmente con nosotros observando por más de un mes en estas regiones y lleva detalles documentales y verbales inmediatos e importante información que le proporcionamos confiados en su patriotismo y buena fe, y se le autoriza para su publicación, asegurándole éxito como historiador”
Harapiento, sucio, como niño de la calle,
vendiendo para ayudarle a tu mamá,
una mañana te topaste
con tu papá.
—¡Óigame señor! ¿Soy su hijo o no? —
a don Gregorio protestaste
en una calle de Niquinohomo.
Lo estremeciste como estremecerías
al mundo con tu verbo alzado y tus ideales,
tu vasta valentía,
porque vindicabas la justicia primera:
el amor de padre, que devolverías
22 años después en amor a la patria.
Don Gregorio te respondió a como vos querías:
—Sí, hijo, soy tu padre.
Vos, cipote, no te conformaste
con esa confesión de progenitor ocasional,
y fuiste frontal al combate
desigual,
y no era asunto al que debías acostumbrarte ,
pues naciste con el arte de que con poco, Dios te bendijo,
esculpieras victorias históricas cuando a la vida te asomaste:
—Señor, si entonces yo soy su hijo,
¿por qué no me trata como usted trata a Sócrates?
Viste, por vez primera,
lágrimas de hombre, y de tus ojos rodó un te amo.
Tu padre se desmoronó ante tu firmeza.
Ya tan de mañanita encarnabas el justo reclamo
por la igualdad con mucha entereza,
mas no aborreciste a ningún cristiano,
más que a las injusticias, la sinrazón
el deshonor, la felonía, la iniquidad.
Porque siempre en vos prevaleció la razón
no la venganza, ni el rencor, ni el odio
porque nunca la inquina habitó tu corazón,
ni siquiera contra la Casa Blanca y El Capitolio.
Tu “viejo”, que así le llamabas
a don Goyo
te chineó hasta la altura del pecho. Te amaba.
Te abrazó. Te besó fuerte y largo. Te dio su apoyo.
Y te llevó a su casa que ya no estaba cerrada
para vos desde entonces…
Niño, niño. Vivísimo cipotillo.
Ni siquiera habías cumplido los 11.
Eras ese niño, ese chiquillo
que con tu misma voluntad y reflexión de valiente,
y los de tu Pequeño Ejército Loco, en el frío
de la montaña dijiste, con el machete
en alto, que lavarías la mancha de los vacíos
de alma nacional que hicieron del país su banquete.
VI
El asesino mayor
y su Guardia no tuvieron satisfechos
hasta que te mataron…
O quisieron matarte. Al mensajero y al mensaje a la vez.
Mas ni el mensajero ni el mensaje entero
están muertos.
Nunca estuvieron inertes. Nada tuyo fue pasajero.
¿Qué de los que hoy reniegan de tu nombre?
¿Qué de los que no tienen,
porque no tuvieron, nunca Patria,
más que solo para negociarla y venderla?
De ellos y de los otros solo queda
un sedimento de tarde envejecida.
Pura miasma.
Nada que se parezca al firmamento
radiante de la Eternidad,
y de lo que nos toca preservar
con tanta espiritualidad
como enseñaste en el andar
luminoso de la Verdad:
amar, amar
a la República de Nicaragua.
Vos,
Augusto César,
Con voz de Jeremías: sos
testigo terrenal, sin cesar,
del amor,
y de la lealtad.
Al pendón Azul Blanco Azul ni un ismo
lo ensuciará más, porque la inmensidad
bicolor de la Patria es Himno y Destino:
ondear en el aire superior de la Libertad.
Sos vos,
Augusto César Sandino:
Epifanía Americana de la Dignidad
“…presenciamos
el retiro precipitado de 500 norteamericanos
pálidamente derrotados…”.
PAC.
(Edwin Sánchez)