De virus, virulentos y síntomas… de los últimos días
Por: Edwin Sánchez
Esto va más allá de la política y más cerca de lo que podemos columbrar en la superficie viva del mal.
Y es que la maldad de los hombres se ha multiplicado tanto, incluso en esta centuria gigatecnológica que si bien no ha logrado cancelar los hábitos primitivos de la brutalidad, el cinismo y el egoísmo, sí le ha agregado su propio glamour: una sonrisa de verdugo bonachón sin capucha ante las cámaras de televisión, tras “el deber” cumplido.
Si vemos el desaforado y sostenido comportamiento de algunos perversos en Nicaragua, así como en otras regiones del mundo, se podría asegurar que estamos ante la generación del colapso: si no es la que registra San Pablo en su Segunda Epístola a Timoteo para identificar el desolador panorama de “los últimos días”, al menos sabemos que cuenta con la misma capacidad destructora de aquellos por los cuales “vendrán tiempos difíciles”.
Deslumbrados por la gloria postiza de los titulares patibularios, semejantes individuos son irremediablemente arrogantes, diestros en la mentira, despiadados y con un desdichado talento para inocular su ponzoña a cualquier vecino descuidado, por muy buena gente que sea.
Inhumanos, son dados a resolverlo todo con la fuerza, la maledicencia y la violencia; no hay leyes para ellos. Desprecian lo beneficioso para un país, son pedantes y se creen los elegidos para estar en el tablero de mando. Por si fuera poco, están convencidos de ser dueños de la verdad. Cada movimiento que ejecutan no es por algún loable propósito, sino para sacar réditos hasta del COVID-19.
Es de subrayar que en este identikit, el escritor bíblico dibuja con pulso firme que son “aborrecedores de lo bueno”, ególatras, hedonistas y codiciosos por naturaleza.
También el autor judío incluye a los traidores, lo que ya de por sí constituye una incuestionable evidencia de que este es el Listado de la Miseria Humana más completo que se haya escrito jamás en todos los siglos.
Traición, en Derecho, define el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es un “Delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria”.
Además, su meridiano concepto académico, elaborado para significar qué es la Alta Traición, no da lugar a ninguna turbia especulación politiquera para eximir con leguleyadas a quien promueva una agresión hacia su país: es la “traición cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independencia del Estado”.
Más clarísimo que la RAE no canta un gallo.
El erudito de Tarso advirtió de las prácticas devastadoras de estas personas: “Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes, sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los placeres en vez de amadores de Dios”.
Atroces y sicofantes.
En 2018, de abril a julio, supimos que el catálogo de esa calaña no era un invento bíblico para aterrar a los morosos lectores de las Sagradas Escrituras del siglo XXI. La profecía se presentaba en vivo frente a nuestros ojos como un ensayo de los últimos tiempos –si acaso no es la parte fatídica que nos corresponde–, con una precisión y objetividad que ningún periódico del mundo podría reportarlo mejor.
Nicaragua nunca había contado con esta horda de desnaturalizados que sobrepasaron en tiempo record la barbarie de los altos rangos de la Guardia Nacional Somocista: dos Anastasio Somoza, García y Debayle; Oscar Morales “Moralitos”, Franklin Montenegro, Nicolás Valle Salinas, Samuel Genie y Alberto Gutiérrez, alias “Macho Negro”, entre otros.
Salvo el fundador del somocismo, Anastasio Somoza García, esos personajes del averno necesitaron muchos años para demostrar su crueldad y salvajismo; estos solo tres meses. Aquellos no ocultaron su bestialidad ni se la achacaron a otros, pues hasta una mujer, la Nicolasa Sevilla, se ufanaba de sus detestables actos; estos ni siquiera tienen la hombría de aceptar sus crímenes de odio.
El asesinato de Bismarck Martínez en el tranque San José fue tan horrendo como el cometido por el Mayor GN, “Moralitos”, el 5 de abril de 1968 contra el joven David Tejada Peralta.
Morales Sotomayor fue juzgado por un tribunal militar, y aunque gozó de libertad, “confinado” en León, no llegó al descaro de los tranqueros paramilitares de ultraderecha: declararse “perseguido”, “defensor de la democracia”, “víctima” y “reo político”.
Ni “Vulcano”, el Mayor General GN, Gonzalo Evertz, con todo lo malvado que fue, no se atrevió a quemar a un sandinista vivo, como sí lo hicieron los “pacíficos manifestantes” con la bendición de un “ángel de luz” de Masaya, cuando dieron muerte al teniente Gabriel de Jesús Vado Ruiz.
Hasta ahora, algunos jerarcas de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, tan solícitos en ver la paja en el ojo ajeno, siguen inconmovibles: no han dicho nada de esta su viga propia que, esculpida laboriosamente por el silencio, ha venido tomando la forma de un báculo más para apacentar la impunidad.
Definitivamente, pese a su despotismo, aquella no fue una generación apocalíptica (1934-1979), porque no llegó al extremo de retroceder el país a los tiempos de Lot: nunca en la Historia de Nicaragua un cuartel de la Policía había sido rodeado y asediado por violentos homosexuales, como sucedió en Masaya durante varias noches de 2018, como alegremente divulgaron sus mismos medios. Gracias a Dios, la plaza nunca cayó en sus manos.
Tampoco se vio antes la complacencia de un prelado por organizar y pastorear una manada de lobos para lanzarla a devorar la paz y el sustento de una nación.
Las palabras del obispo Silvio Báez, grabadas por sus propios activistas, y reconocidas como auténticas por el cardenal Leopoldo Brenes, confirmaron en octubre de 2018 el retroceso a la época de Lot: “La unidad (de su ‘Alianza Cívica’) que en este momento necesitamos debe incluir a todo mundo, aún con la sospecha que tengamos que son oportunistas, que son abortistas, que son homosexuales, que son traficantes, que son…”.
Los síntomas de este “Carácter y conducta de los hombres en los últimos días”, según lo denomina la Biblia de Las Américas, se continuaron manifestando en sus reductos, y como las Escrituras dicen que un abismo llama a otro abismo, el mal también llama a otro mal.
No es casual que hayan tratado de tomar energía con el coronavirus para provocar con sus fake news una histeria colectiva, desabastecimiento en los mercados, enfrentar al hermano contra el hermano y generar una catástrofe nacional.
Gracias a su doctorado en tranques, de repente se volvieron epidemiólogos, infectólogos, bioquímicos, médicos, virólogos y más calificados que los especialistas de la Organización Panamericana de la Salud. Su “gran solución científica” para acabar con el COVID-19 es destruir la economía, echando mano de su mortífera experiencia: Trancar Nicaragua.
II
Sabemos que Dios está en el control. Que en Nicaragua hay un pueblo que ha aceptado a Jesús, Único Mediador entre Dios y la humanidad, como su Señor, y también sabe que Él advirtió no dejarse engañar, porque surgirían falsos profetas que manipularían su nombre.
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24: 6-8).
Una considerable parte de las desgracias en el planeta es producto de los hombres desalmados, de los que construyen sus exclusivos paraísos artificiales a costa de millones de condenados a la penuria, de los que dividen el mundo entre sus Country Clubs, sus yates y opulencias y el resto, de los que por obtener poder y dominio les importa sumir a la Tierra o sus países en conflictos, guerras y crisis desde económicas y ecológicas hasta la más peligrosa de todas ellas: la crisis moral.
Los que pertenecen al Altísimo, al Creador de la Vida, crean, hacen, construyen, defienden la vida, instalan la paz social y económica; trabajan, aman al prójimo, siembran concordia.
Los que pertenecen al Bajísimo, al Destructor de la vida, derrumban, destruyen, arruinan, matan, mienten, denigran; desenfundan sus vastos rencores, se solazan en el odio, siembran discordias.
Y no son pocos los que reciben hasta un salario con fondos externos, alquilados para provocar daños a la economía, ruina, infortunio y falsedades, con la bendición de los fariseos de turno.
Pablo concluye con un dato muy actual, a pesar de ser una carta escrita hace más de 2 mil años: enseñó que estos hombres empecinados en la malignidad presentan una “apariencia de piedad”, solo que han negado el poder de esta virtud que distingue de manera luminosa a los que sí aman a Dios.
Y recomienda: “A los tales evita”.
III
Hay que esmerarse en acatar las recomendaciones del Ministerio de Salud/OPS, sobre todo cuando se ha desatado una calculada pandemia mundial: la del pánico.
Las transnacionales de la comunicación, con agendas interesadas, convirtieron al coronavirus en la estrella de los horarios estelares, ignorando, extrañamente, enfermedades más perniciosas y con mayores mortandades anuales.
A ello se suma la virulencia de la extrema derecha. Son los días de los calumniadores y los inclementes.
Es como escribió hace casi un año el español Luis García Monteros, en “Las palabras rotas”: “La situación social es muy difícil, vivimos una hora de descomposición que van a utilizar los descuideros para robarnos la bondad”. Descuidero, aclara la RAE, se refiere a un ladrón: “Que suele hurtar, aprovechándose del descuido ajeno”.
El poeta constató:
“Es un tiempo de Herodes. Algunas consignas políticas, falseando cifras y manipulando los problemas, son verdaderas fábricas de malas personas, almas que no se conmueven ni siquiera con la muerte, esa realidad trágica que nos hermana a todos los humanos en la conciencia de que no somos nadie”.
Y tiempo de Pilatos. La prosapia y sus subalternos que derrumbaron el 5% de crecimiento económico anual en 2018, hoy se lavan las manos, pero este género de virus satánico, con su cepa de infamia y odio, no sale del alma sino con oración y exorcismo.