Detalles del momento: el tiempo
Moisés Absalón Pastora
Accidentalmente un día de la semana pasada exploré la página de Facebook de alguien que, no contento con uno de mis escritos y con bascosidades de cualquier tipo, me recordaba a mi madre y cuando me fui a su información, para saber quién era aquel que me lanzaba tantos “elogios” y a qué se dedicaba, a propósito de tan floreados verbos, hacia mi persona encontré que el hijo de su madre decía dedicarse a perder el tiempo en cualquier cosa que le saliera.
Por añadidura, ese mismo día, como si se tratara de esas cosas que te hacen pensar en que las casualidades no existen, mi hermano y colega diputado Filiberto Rodriguez, guerrillero, actor, político y distinguido militante del FSLN en León y además presidente de la Comisión de Defensa, Gobernación, Paz y Derechos Humanos de la Asamblea Nacional, se puso a filosofar conmigo sobre el tiempo y me comprometió a abordar sobre este tema.
La vida y el tiempo, el tiempo y la vida, son dos cosas aparentemente distintas y solo en la medida que nos adentramos en los años nos damos cuenta que siempre debieron ser una permanente reflexión y esto es algo que traslado a los que se creen inmortales, a los que están con toda la leche y piensan que por estar jóvenes o verdes pueden darse el sacrílego desquicio de decir que se dedican a perder el tiempo en cualquier cosa, porque aquellos que a lo mejor lo dijimos de otras formas en la etapa ahora vencida de la pubertad o la juventud, hoy desde la madurez, la etapa en la que mejor valoramos lo que cuesta todo, cuanto nos arrepentimos de haber desperdiciado el tiempo, de no aprovechar las oportunidades que la vida nos puso en el camino, incluso hasta de no haber arriesgado más por miedo a perder.
La vida es muy corta, hoy estamos, mañana no sabemos y es un suspiro también, incluso para quien ya vivió mucho porque cuando este lanza la vista atrás y hace una retrospectiva de su recorrido siempre termina diciendo cómo perdí mi tiempo porque cuando transcurre un segundo, un minuto, una hora, es ya un pasado escabullido como agua entre los dedos.
Los seres humanos somos dados a pretextar todo acto de negligencia cuando de cumplir con nuestras responsabilidades se trata y lo primero que decimos es que no tenemos tiempo para nada o que no nos dio el tiempo, aunque la Biblia en Eclesiastés nos diga todo lo contrario cuando nos resalta que hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo en el momento oportuno.
Tenemos tiempo para nacer y para morir; para plantar y cosechar; para matar y sanar; para destruir y construir; para llorar y reír; para estar de luto y saltar de gusto; para esparcir piedras y recogerlas; para abrazarse y despedirse; para intentar y desistir; para guardar y desechar; para rasgar y coser; para callar y hablar; para amar y odiar; para la guerra y la paz.
Me hubiese gustado a propósito del tema, decir que siempre supe administrar el tiempo que hasta hoy me dio la vida, pero no es cierto, porque me enconé en desperdiciarlo con bagatelas que nunca tuvieron sentido, que aunque son solo referencias de un pasado que no volverá, son aspectos que a estas alturas lamento hayan sucedido.
A veces, cuando el tiempo nos impone en la madurez reflexionar sobre algunas cosas, decimos y de que sirve arrepentirte de lo que hiciste o no hiciste si al final ya lo que pasó, pasó y es tema muerto. Quizá sí o quizá no. Seguramente no se puede volver al pasado para componer lo malo que hicimos, pero sí podemos, fundamentados en la experiencia de lo que ya nos pasó, hacer lo correcto para no volver a darnos con la misma piedra.
Todos, pero absolutamente todos, venimos a este mundo con un propósito y de ahí que nuestra razón de ser en la vida es encontrarnos en lo que verdaderamente somos y eso significa convertirnos en correctores de lo malo que hicieron otros o de lo malo que hicimos por nuestra propia mano, por nuestra propia conducta, por el resentimiento, el odio, la maldad o la indolencia de no hacer por los demás por estar bien nosotros en lo personal.
Por desgracia, el tiempo no se detiene. Es más Dios es misericordioso y te perdona por todo lo mal que hicimos o dejamos de hacer, pero el tiempo, el tiempo no perdona, es simplemente cruel y sino te arrea te sobrepasa y te aplasta.
El tiempo sin embargo si lo logramos descifrar te hace meditar, te enseña y lo más importante te cicatriza toda herida que tú quieras cerrar porque también hay gente que hace de sus dolores y sus tragedias, generalmente provocadas por ellos mismos, una carga de basura tan tóxica e insostenible que siempre tratan de volcar sobre personas que decidieron tomar el camino correcto de no seguir perdiendo el tiempo.
Tan preciado es el tiempo, que a lo largo de la historia los filósofos, pensadores y autores más importantes del planeta han tratado de encontrar la definición perfecta para el tiempo y el paso de la vida y siempre nos quedamos cortos cuando vemos lo mucho que hemos perdido por desperdiciarlo. No entendemos o no queremos hacerlo que todo lo que vivimos en la vida está medido por el tiempo. Eso es innegable. Cada acontecimiento, sea positivo o negativo, está marcado para siempre por el momento exacto en que sucede y lamentablemente han pasado muchas cosas malas y tristemente seguirán pasando si los que queremos que sucedan cosas buenas no hacemos algo para evitar que prevalezcan las malas.
El tiempo es para aprovecharlo de la mejor manera posible. Es tan valioso y tan precioso que no se puede malgastar en actos que no persigan un fin noble porque lo contrario es buscar problemas antes de tenerlos y si los problemas existen los vamos a encontrar y después, sin nada que podamos hacer, estaremos lamentando haber sido brutos creyendo que con el tiempo se puede jugar.
Para el género humano el tiempo es aquello que marca la vida desde que nos nace la razón hasta la muerte porque todos tenemos garantía de caducidad y si eso es lo único cierto que podemos asegurar desde nuestro presente, sin saber en qué momento nos vamos mañana, entonces entre el principio y fin, lo que corresponde es saber qué haremos con nuestro tiempo, porque yo tengo el mío, usted tiene el suyo y todos tenemos el nuestro, sin que esto deba interpretarse como una simple conjugación del verbo, sino como la acción que permita dejar una huella bien marcada y profunda en el tiempo porque cuando hayamos acabado con el que nos concedió el Creador, incluso desde muchísimo antes de ser siquiera un proyecto, ya no habrá nada que hacer porque las oportunidades también se fueron.
Hablo del tiempo porque Nicaragua ya no tiene tiempo que perder y estoy convencido que los nicaragüenses en su madurez política, caracterizada por la habilidad de controlar y equilibrar pensamiento, voluntad y sentimientos, desean acelerar el encuentro con la estabilidad y hacer de la racionalidad el mecanismo civilizado que resuelta nuestras controversias porque simplemente no podemos seguir perdiendo más tiempo.
La habilidad de haber cumplido metas, de sacar adelante proyectos o situaciones, a pesar de las dificultades, nos representan la capacidad de tomar decisiones y sostenerlas para no ser como los inmaduros que se pasan la vida explorando posibilidades para terminar no haciendo nada por el temor a equivocarse.
No hemos recobrado totalmente la paz, pero vamos hacia su encuentro y la reconquistaremos plenamente más temprano que tarde porque ella encierra un mundo de significados que atañen directamente al alma y al bienestar de la sociedad porque la PAZ es una virtud que pone sosiego en los ánimos y los nicaragüenses no solo la deseamos, sino que la amamos precisamente por lo ya vivido.
Muchas veces perdemos el tiempo porque en la política, en la familia y hasta vecinalmente, los cruces de ideas nos enfrentan y nuestra conciencia se deprime cuando no actuamos bien con nuestros semejantes y aún con nosotros mismos.
En los últimos tiempos hemos sido testigos de enormes contra sentidos que tienen que ver con nuestros valores de fe y cómo supuestos guías espirituales en vez de acercarnos nos han distanciado haciendo perder el tiempo a la nación y a la inmensa mayoría de los nicaragüenses porque han sido ellos los que han alentado al ocio que habita en las miserias humanas que como serpientes solo sirven para envenenar todo espacio dónde dejan caer su baba.
Ahora hemos de ser constructores de puentes para que través de ellos los nicaragüenses podamos salvar las diferencias que nos separan; tú puedes realizar un acto bondadoso, una palabra alentadora, un pequeño esfuerzo para reconciliar a dos hermanos, para llevar la paz a un hogar y eso lo lograremos dialogando, convenciendo y no imponiendo.
Nosotros hemos logrado siempre salir adelante. Nuestra existencia nos dice que somos sobrevivientes. Ningún país como el nuestro ha sufrido tanto por efecto de los fenómenos naturales y de nuestras propias contradicciones. Tuvimos un Presidente norteamericano que nos impuso la esclavitud y nos quemó Granada; fuimos invadidos militarmente por el imperio norteamericano que preño una dinastía y una guardia pretoriana que nos tomó 45 años en derrocar; hemos vivido terremotos como el de 1931 y 1972 que dejó a la médula del país, su capital, en escombros; desde nuestra independencia hemos vivido en guerras siendo las más pavorosas de ellas la de los 70s y la de los 80s y siempre salimos adelante, siempre entendimos que solo nosotros podíamos ser la solución y hoy vivimos en un contexto que no es tan dramático como otros episodios de nuestra historia, pero al que debemos enfrentar con serenidad patriótica y nacionalista.
¿No creen ustedes que solo por esta pequeña referencia, que han sido nuestras anclas a lo largo de la historia, nos deberíamos dar un chance para no seguir perdiendo el tiempo?
Te comparto, a propósito del tema, la columna vertebral de una reflexión que sobre el tiempo escribió un anónimo, pero que en lo personal me enseño a ser más eficiente y respetuoso de los segundos, minutos, horas, días, meses o años que me puedan quedar y es lo siguiente:
La paradoja de nuestro tiempo es que tenemos edificios más altos y temperamentos más reducidos, carreteras más anchas y puntos de vista más estrechos. Gastamos más, pero tenemos menos, compramos más, pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes y familias más chicas, mayores comodidades y menos tiempo. Tenemos más grados académicos, pero menos sentido común, mayor conocimiento, pero menor capacidad de juicio, más expertos, pero más problemas, mejor medicina, pero menor bienestar.
Bebemos demasiado, fumamos demasiado, despilfarramos demasiado, reímos muy poco, manejamos muy rápido, nos enojamos demasiado, nos desvelamos demasiado, amanecemos cansados, leemos muy poco, vemos demasiada televisión y oramos muy rara vez.
Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores. Hablamos demasiado, amamos demasiado poco y odiamos muy frecuentemente.
Hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivir. Añadimos años a nuestras vidas, no vida a nuestros años. Hemos logrado ir y volver de la luna, pero se nos dificulta cruzar la calle para conocer a un nuevo vecino. Conquistamos el espacio exterior, pero no el interior. Hemos hecho grandes cosas, pero no por ello mejores. Hemos limpiado el aire, pero contaminamos nuestra alma. Conquistamos el átomo, pero no nuestros prejuicios. Escribimos más, pero aprendemos menos. Planeamos más, pero logramos menos. Hemos aprendido a apresurarnos, pero no a esperar. Producimos computadoras que pueden procesar mayor información y difundirla, pero nos comunicamos cada vez menos y menos.
¿Entendieron, comprendieron, asimilaron un mensaje como este y sobre el inmenso valor de nuestro tiempo que generalmente lo reducimos a lo que marca un reloj que además puede estar equivocado, a diferencia del tiempo que es perfecto?
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.