• Por admin
  • 17 abril, 2023

Dos patriotas faltan en la Constitución


Edwin Sánchez- Escritor

Honra a los que completaron el Mapa de Nicaragua

  • Un país sin su legítima aurora es un Estado en ocaso.

I

Así de vasto como el mismo Mar Caribe es también la calamitosa actitud de haber ignorado esta extraordinaria región humana, cultural y geográfica del mundo, alba nuestra de cada día.

Y Nicaragua, hasta 1894, contaba solo con el ocaso. Pero las alcurnias prefirieron más el crepúsculo de sus corazones y blasones sobre el pueblo que una radiante República de verdad en América.

Así en 1909 como en 1934 o 2018…

Mientras unos han socavado la Independencia de Nicaragua, sus luchas de dignidad, heroísmo y sacrificio, y sus dimensiones físicas, no son unos cualquieras los que por su coraje le agregaron a la República nada menos que 55 mil 985 kilómetros cuadrados que estaban en manos extranjeras.

Entonces, ¿cómo es que se ninguneó a la Costa Caribe?

Hasta hoy quedan algunos dedicados –por un hábito cruel de raíces oligárquicas– a desaparecer con sus palabras, El Caribe enorme, al trazarle erradamente a Nicaragua un límite ficticio en el Atlántico.

Si no-es-lo-mismo-Chana-que-Juana, menos que la Costa Caribe sea Costa Atlántica.

Los nombres son una declaración. Quien evita lo que es por derecho propio, sea individual, comunitario, distrital…, y le impone lo que la “costumbre” dicta, o le venga en gana, o “como se llame”, desprecia a la persona, repudia a los vecinos, omite el lugar “sin importancia” o le vale un bledo toda una demarcación con sus habitantes.

Porque nuestros límites son más mentales que cartográficos: cargamos esa “herencia” de la oligarquía y sus capataces en el gobierno, de desdeñar lo que bien se llamó Departamento de Zelaya.

Al menos la Revolución Sandinista –en su expresión más nicaragüense que tomó el mando en 2007– conserva, en la División Política Administrativa, a Zelaya Central.

Es un valioso reparo histórico que debe ser debidamente consumado.

El finado doctor Danilo Aguirre, director de El Nuevo Diario, cuando leía alguna referencia gubernamental a Zelaya Central, cuestionaba el nombre. Que “eso no existe”.

No solo existe. ¡Vive!

Si hay un Zelaya Central, es porque hay un Zelaya Norte y también un Zelaya Sur.

Las castas de León y Granada se empecinaron en reducir la superficie nacional a su miserable concepción de lo que para ellos significa Nicaragua: finca rústica, ministerio, diputación, cargo público, embajada, erario, patio trasero, banana republic…

La elite de la inutilidad y sus epígonos son congénitamente separatistas.

Y vendepatrias por “principios”.

Sobre su ineptitud en la Administración Pública recae la secesión de Guanacaste, Nicoya, San Andrés… y casi una Guantánamo en Chinandega.

La miseria humana, tan consustancial a estas prosapias leonesas y granadinas, se expuso al estar más que complacidos con el derrocamiento foráneo del General José Santos Zelaya, junto a sus ilustres sabios, políticos y militares.

Derrocarlo en 1909 hasta desaparecer su nombre del mapa, 70 años después, paradójicamente durante la potestad omnímoda de la llamada Dirección Nacional Ordene y su “Asamblea Sandinista”, son desgraciadas manchas que desentonan el Salve a ti.

Sin embargo, se dejaron otros nombres “ilustres”, sin beneficios sustantivos y justificables en pro de la nación, utilizando algunos departamentos para honrar sus memorias: Madriz…, por ejemplo.

¿Cómo desaparecer el nombre de Zelaya y mantener otros cuyos “aportes” no se comparan con el legado descomunal de definir con valentía lo que hoy conocemos como Nicaragua?

Los integrantes de esta oligarquía y sus hijos de casa solo son correligionarios de una organización que teniendo variados nombres, a través de las páginas fatales de la Historia, solo es uno: el Partido de la Nota Knox Forever.

Las deslealtades que provienen de ese pensamiento medio es de un mortecino ocre en la antípoda del intenso Azul, Blanco y Azul de nuestra grandeza.

En cualquier nación del mundo, los personajes que recuperaran para su país casi el 50% de su territorio nacional, en posesión de una potencia, lo menos que se le consideraría es el título de Héroes Nacionales.

Sus nombres, sin duda alguna, se leerían, en primer lugar en el Preámbulo de la Constitución, en arcos triunfales, en monumentos, calles y avenidas, plazas, colegios, bustos, parques, etc.

Pero nada de eso pasó.

La crema y nata de “la sociedad” hizo de un país de leche y miel, una rancia leche agria.

II

Veamos.

“Nicaragua, ni antes ni después de 1868 tomó interés alguno en la integración de esta región (Caribe)”.

“Sería al gobierno de Zelaya al que le cabría la reincorporación de la Mosquitia” (Apuntes de Historia de Nicaragua II UNAN, 1980 ).

Estas menciones lacónicas son tan tímidas que no se comparan con el entusiasmo generado por Jonatan Loáisiga cuando sube al montículo en el Yankee Stadium.

Es que no se trata solamente de una “reincorporación”: es la configuración territorial, social, económica, medioambiental, fluvial, lacustre y marítima del Estado Nacional.

Otras repúblicas no pudieron hacerlo.

Contamos con esa bendición del Señor de que los nicaragüenses, a pesar de los alquilados espíritus destructivos de la nación, sí pueden construir, reconstruir y sobre todo, creer para crear.

El General José Santos Zelaya no será el modelo de perfección, ¿quién lo es?, empero, tuvo visión, convicción y misión: darle al país sus extensiones geográficas actuales.

Y no está en el Preámbulo, mientras otros, sin haber añadido ni un palmo de tierra al territorio patrio, como diría el Prócer de Niquihohomo, gozan de una celebridad que apunta más a la mitología y a los ritos oficiales conservadores que a la realidad.

Por mandato del presidente, el General Rigoberto Cabezas se fue a la Costa en 1894 desde una Nicaragua incompleta para protagonizar una colosal tarea: poner de nuevo en su sitio uno de los puntos cardinales de la nación usurpado por el Imperio Inglés.

La liberación del Caribe, el 20 de noviembre de 1894, nos evitó tener un Protectorado Inglés, un Hong Kong sin fecha de vencimiento, unas Islas Malvinas al Este de la nación…

O, si se quiere, una condición todavía peor: “un país independiente”.

Que así sucedió con los antiguos dominios ultramarinos del Reino Unido enclavados en las capitanías o virreinatos españoles.

El General Cabezas ha sido víctima de un absurdo en el relato impuesto por la oligarquía. Y aún hoy no perdonan al General Zelaya.

Una injusticia del otrora absolutismo hegemónico de los sangre-azul que abarca el siglo XX y lo que va de la centuria.

Únicamente un Gobierno, dentro de las coordenadas de Rubén Darío y Augusto César Sandino, sería capaz de hacer justicia.

Es un asunto de Conciencia Nacional, que muy adelantada la tuvieron el general Benjamín Zeledón y Carlos Fonseca.

Y aquí vamos al fondo del tema.

No se trata de poner a “pelear” a personajes históricos.

¿Por qué canonizar a unos sin los suficientes méritos y purgar a otros con demasiados logros por los cuales somos la mayor República de Centroamérica?

¿Vale más una piedra, la que usó Andrés Castro contra un filibustero en 1856, que lo que hicieron los patriotas para darle la forma conocida al Estado de Nicaragua? ¿O la tea de Enmanuel Mongalo?

El sargento primero entró sin ninguna dificultad al Preámbulo de la Constitución Política, mientras dos generales ni siquiera merecen una mención en la Carta Magna de Nicaragua.

El “máximo” reconocimiento al héroe menospreciado, Rigoberto Cabezas, es que fue el “fundador del diarismo nicaragüense”.

¿Y?

No es poca cosa haber izado en 1894 la Bandera Nacional en el litoral que el Imperio Inglés había arrebatado a Nicaragua, con los títeres locales de turno.

La Costa Caribe cuenta nada menos que con el 46% del territorio nacional.

Si antes era imposible poner las fronteras donde merecían estar, hacerlo ahora adquiere una trascendencia incomparable en la Historia Nacional.

Pero dormir y levantarse, con los límites nacionales en su puesto, se vuelve una práctica cotidiana que disuelve lo portentoso y condena al olvido a los generales liberales.

Ubicándonos en aquel contexto, el General Zelaya impulsó el rescate de la soberanía nacional a pesar de enfrentar conjuras, intentos de golpes de Estado, insidias, una iglesia católica “víctima” de no seguir siendo tan mundana…

Es decir, sus años de gobierno no fueron un paseo vespertino por la Calzada de Granada con paradas cerveceras.

El Comandante Carlos Fonseca nos informa:

“El gobierno de Nicaragua fue tomando una postura independiente de Estados Unidos, e incluso dio los primeros pasos para construir una vía férrea que comunicaría a San Miguelito, en la orilla oriental del Lago de Granada con Monkey Point…”.

“Mientras tanto, los derrocados oligarcas de Nicaragua conspiran sin descanso para recuperar el poder y los perdidos privilegios. Por varios años sufren revés sobre revés. Finalmente, en 1909, los altaneros oligarcas entran en acción en calidad de vulgares mercenarios de la potencia yanqui al servicio de un amo: el dólar”.

“Detrás de la actividad armada mercenaria contra el Gobierno de Nicaragua, se moviliza en Bluefields el cónsul Thomas Moffat, quien dudando del éxito del intento para derrocar al gobierno, dio pasos para dividir a Nicaragua en dos estados separados, uno en el atlántico y otro en el pacífico”.

Que la evaluación del fundador del FSLN, acerca de la Revolución Liberal, sirva para reevaluar hoy el sitial de Zelaya, y por supuesto, de Cabezas, en la Historia.

Nicaragua empezaba por fin a ser decididamente Nicaragua.

“La recuperación del poder por parte de la derrocada oligarquía conservadora, gracias a los acorazados de Estados Unidos (‘Paducah’ y ‘Dubeque’), fue un fenómeno QUE CERCENÓ LA IDENTIDAD DEL PROCESO HISTÓRICO NICARAGÜENSE. Nicaragua comenzó a dejar de ser ella misma, dejaba de ser la pequeña nación que con sus propias pasiones se buscaba a sí misma, para convertirse en la pequeña presa del creciente monstruo norteamericano. Por cierto que la presa nicaragüense, no por pequeña, ni por solitaria, toleró dócilmente ser sometida”.

El intelectual –que retomó la bandera del General Augusto César Sandino– con una vívida imagen graficó lo que significó Zelaya al frente de la Patria, en la bisagra de los siglos XIX y XX.

“Decimos que el monstruo vio en la pequeña Nicaragua un POTRO INDÓMITO al que ERA NECESARIO CASTIGAR DURO. El potro se atraviesa en el área que el monstruo acapara para controlar la vía de comunicación marítima” (C.F. Obra Fundamental, Aldilá editor, 2006).

Por si eso no fuera “relevante”, Carlos subrayó que la Administración Zelaya se constituyó, por su desempeño, en una “amenaza aun para oligarcas conservadores instalados fuera de la frontera centroamericana”.

III

Si aún lamentamos la pérdida de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, ¿se imaginan el cercenamiento de la Costa Caribe?

Es claro que después de la Nota Knox, ya no llegó el auténtico liberalismo a la Jefatura de Estado.

Fueron remedos, caricaturas, sombras, esperpentos políticos: en realidad, conservadores de la estirpe de la Calle Atravesada en la Historia, Chamorro, Cuadra…

Escamotearon el nombre de Partido Liberal desde Anastasio Somoza García hasta Enrique Bolaños.

La columna vertebral de ese “liberalismo” era la exclusión del Caribe.

Y política de Estado, arriar la Bandera Nacional y la gesta del General Cabezas.

No es opción en este siglo XXI ser subalternos de la decadencia del pensamiento conservador.

Es crucial el sentido de pertenencia, más ahora que en cualquier otro tramo de los siglos.

Ahí están los hechos, las infraestructuras, los cambios, el sentido Homenaje a la Vida: se izó el Estandarte Patrio al conectar por vez primera el Caribe Norte con el Pacífico, luego de haberse iniciado la unidad nacional con la carretera que va hasta Bluefields, en el Caribe Sur.

Nadie podrá negar, salvo por resentimientos y odios que nada tienen que ver con la política ni la ideología, que el Gobierno Sandinista del Presidente Constitucional Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo, provocó uno de los más emblemáticos acontecimientos en la Historia Nacional: el progreso en Plenitud de Nicaragua.

“Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho”, dijo el poeta José Hierro.

Que los caribeños fueran nicaragüenses por primera vez en los anales de la formación del Estado de Nicaragua, y no indocumentados en su propio país, rubrica una formidable Voluntad Nacional no vista en otro periodo histórico, reciente o pretérito y que confirma la certeza del verso dariano:

Si pequeña es la Patria, una grande la sueña.

Tanto el Comandante como la Escritora son también los primeros gobernantes de Nicaragua que denominan con propiedad a estas imprescindibles y fértiles maravillas de Dios, con su legítimo nombre, El Caribe, así en el territorio como en su prolongación continental marítima, repartido en comunidades, culturas, lenguas, riquezas naturales, bellezas irrepetibles, ríos, plantas medicinales, lagunas, pinares, paisajes…, y por si fuera poco, el arte puro manifestado en islas.

Usted revisa los discursos sin obras de doña Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, y comprobará que no denominan El Caribe, sino que dominan a los hermanos de la Costa con la distancia planificada de la incuria.

Si se midiera este tradicional desencuentro, estaría más allá de la barrera insular de las Antillas Mayores y Menores que nos separa del Océano Atlántico real: el ostracismo.

Dejaron el solio presidencial mencionando al Oriente como “el Atlántico”, y ni una palabra de Luz.

Si no sabían de Geografía, la Historia tampoco está obligada a recordarlos.

Es una triste lección de desarraigo que, enmascarada de Democracia, no hay que volver a sufrirla.

Conocer nuestra propia nación, nombrarla a como Dios manda, y reconocer a los que hicieron posible el vigente Atlas Geográfico, es estar claro de nuestro espacio, derechos y responsabilidad en el mundo.

Los más caros sentimientos hacia la cuna nativa, cuando son ciertos, no los dispersa ninguna malquerencia, ningún rencor, ninguna ambición, ninguna soberbia, ninguna raíz de amargura.

Toda esa descomposición del espíritu, al cambio oficial del dólar, es la traición.

Los buenos sentimientos más bien proclaman Soberanía Nacional:

Sin Tierra no hay Historia.

Sin Integración no hay Desarrollo.

Sin Amor al suelo natal no hay Nicaragua.

Sin la Aurora del Caribe no hay ALMA NICARAGÜENSE COMPLETA.

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