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  • 1 agosto, 2022

El color del ensueño


Por Marcela Pérez Silva

En estos días se cumplen 134 años de la publicación de “Azul…” de Rubén Darío. Su aparición en Valparaíso, el 30 de julio de 1888, marcó el inicio del modernismo. El autor, cuyo nombre completo era Félix Rubén García Sarmiento, había nacido en Nicaragua, en una aldea llamada Chocoyos. Darío tenía entonces apenas veintiún años y ya había publicado “Abrojos”, “Rimas” y “Canto épico a las glorias de Chile” (1887). Sin embargo, a “Azul…” lo considera su primer libro: 

…mi amado viejo libro, un libro primigenio, el que iniciara un movimiento mental que había de tener después tantas triunfantes consecuencias…

El prólogo a la primera edición de “Azul…”, firmado por el escritor chileno Eduardo de la Barra, lleva como epígrafe una cita de Víctor Hugo: “L’art c’est l’azur”. El propio Rubén Darío en “Historia de mis libros” explica:

El azul es para mí el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, un color oceánico y firmamental…

Pero no se trata de cualquier tono de azul. Alguna vez, el doctor Jorge Eduardo Arellano me explicó que el azul de Darío no era el legendario azul de Prusia, ni el azul ultramar (con el que se pintaba  los ojos la reina Cleopatra), sino el azul cerúleo. Darío es aún más específico: se trata del …”coeruieum” que en Plinio es el color simple que semeja al de los cielos y al zafiro. 

En pocas palabras, el azul dariano es del color de los lagos y el cielo de Nicaragua.

La edición príncipe de “Azul…” constaba de dos secciones que incluían dieciocho breves “cuentos en prosa”, entre los que destacan “El pájaro azul”, “El velo de la reina Mab”, “El rey burgués” y “El fardo”; y seis poemas: “Primaveral”, “Estival”, “Autumnal” e “Invernal” (que conforman “El año lírico”), “Pensamiento de otoño” (traducción del homónimo poema de Armand Silvestre) y “Anagke”. La segunda edición de la obra, que apareció dos años después en Guatemala, incluía otros nueve sonetos y, a manera de prefacio, una carta del español Juan Valera dirigida “a don Rubén Darío”, en la que el crítico literario le confiesa al futuro príncipe de las letras castellanas: 

Todo libro que desde América llega a mis manos excita mi interés y despierta mi curiosidad; pero ninguno hasta hoy la ha despertado tan viva como el de usted, no bien comencé a leerlo. (…) El libro “Azul…” no es realidad un libro; es un folleto de 132 páginas; pero tan lleno de cosas y escrito con estilo tan conciso, que da no poco en qué pensar y tiene bastante que leer. (…) Hay en usted una poderosa individualidad de escritor, ya bien marcada (…) Leídas las páginas de “Azul…”, lo primero que se nota es que la más flamante literatura francesa (…) sus poetas y novelistas, han sido por usted bien estudiados y mejor comprendidos. Y usted no imita a ninguno: ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia. (…) Resulta de aquí un autor nicaragüense, que jamás salió de Nicaragua sino para ir a Chile, y que es autor tan a la moda de París y con tanto chic y distinción que se adelanta a la moda y pudiera modificarla e imponerla [i] Rubén DARÍO, Historia de mis libros, Managua: Nueva Nicaragua, 1988.

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