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  • 12 diciembre, 2023

El mejor Templo es el Ejemplo


Edwin Sánchez

I

Se dice bien, porque sus bondades geográficas son magníficas maravillas naturales: país de lagos y volcanes.

Tierra adentro del paisaje humano, bien decimos lo que bendecimos porque lo vivimos: las innegables fortalezas de un pueblo hecho para la Paz y la Amistad, de vivas verdades en un mundo donde se encomia la superchería, se silencian las realidades, se estima el artificio y se da crédito a la infamia en sus diversas presentaciones: prensa venal, discursos paleolíticos, DDHH a la carta y mesías ultraderechistas con estandartes ficticios.

Aquí Nicaragua. La auténtica. Territorio de la concordia.

Y no fue responsabilidad de su pueblo ninguna de las páginas fatales de la historia, que denunció Rubén Darío.

Todo lo contrario.

El común deseo es que cada año converjan caminos de fraternidad, porque también de Belén hacia Nicaragua la caravana pasa cargada de bendiciones, shalom y amén.

De hecho, aquí el postrer mes alcanza otro nivel. Es Diciembre del Amor: la Primera Venida de Jesús.

Nacimientos y árboles de navidad.

No se pierde el sentido primordial de la época. Son días de comercio, nostalgias, bullicio, mundanalidad, luces, religiosidad, cohetes, triquitracas, la añoranza mayor de Managua…, y nada, de ninguna forma, logra extraviar el contenido puro de la fecha que da en el blanco más humano del corazón judeocristiano: la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestra identificación nacional es con el Príncipe de Paz: no ser instrumentos de la iniquidad por un rencor que terminó en ponzoña disfrazada de “lucha por la democracia”, con el ipegüe de “creerse en posesión de la verdad” por una envidia mal colocada entre la menudencia del alma y las agruras más noctámbulas del hígado.

Las guerras, la violencia y las desbocadas codicias sazonadas con las debidas porciones de falacias, traiciones y pretextos, son las que prevalecieron después de 1821, desde el podio de los odios criollos de individuos sin luz, cuyos arneses de la opresión fueron la cruz, la espada y la superstición, empuñadas por indecencias peninsulares, curas de conciencias empañadas y descendencias nada ejemplares.

Esos liderazgos postizos comenzaron con Pedrarias Dávila, quien para variar, mandó decapitar al capitán Francisco Hernández de Córdoba, fundador de las primeras ciudades del Nuevo Mundo, en tierra firme: León y Granada, tan acabaditas de hacer en América que no necesitó encajarles ningún adjetivo para diferenciarlas de las de España: Nuevo León y Nueva Granada.

Que así ocurrió luego a lo largo del continente.

No importa lo que haya hecho este expedicionario o cualquier otro. Si ya en algún momento no sirve a los intereses del poder avasallante, rueda, literalmente, su testa…

Volar cabezas va en la sangre de los persignados herederos del sometimiento. ¡Ah, pero los salvajes son otros!

Los mayorazgos de la Conquista y la Colonia, las oligarquías leonesa y granadina, fueron los autores de los ciclos de enfrentamientos armados por el control del país. Únicos instigadores de desavenencias intestinas y la puja por la hegemonía económica, clerical, militar y política.

Esas rivalidades bicentenarias por el tablero de mando fue casi siempre con los mismos apellidos, algunos de los cuales todavía con ansias incontrolables por sabotear el progreso y el bienestar común.

Tal es lo que pretenden los cabecillas del anacronismo en Nicaragua: cambiar nuestra actual sociedad que entró al final de la primera década del siglo XXI en pie de Estado Soberano, por su invertebrada ranciedad.

En 2018, la prosapia y sus hijos de casa volvieron con una sanguinaria intentona de recuperar lo que consideran su exclusivo “virreinato” colonial.

Y si hay intentos de socavar el presente de paz, y sustituirla por la vieja era del rugir del cañón y el teñir de sangre el pendón bicolor, será precisamente por los nefarios sucesores del pasado aborrecible.

Son los que sumergieron a la nación en el subdesarrollo, se obstinaron en el abandono de los intereses nacionales y provocaron la invaluable e inmensa pérdida del Mapa Original de Nicaragua, el desprecio de la Costa y las islas en el Mar Caribe.

Nacieron sin virtudes humanas. Solo ellos, los “sangre azul”, “valen la pena”. Son más que simples mortales: presumen de ser “personalidades”. “Personajes”. “Cultos”. “Pensantes”. “Intachables”. “Presidenciables” …

Para ellos, la gracia de vivir.

El resto… ni siquiera personas. Son gradas. Relleno. Sobra. Populacho. Masa. Descartables. Multitudes sin rostros.

Son los nadies.

Telón de fondo de su “ilustre” miseria humana.

Para ellos, la desgracia de sobrevivir.

II

No es cierto que “Nicaragua siempre ha vivido en guerra”.

Hasta los ilustres conflictos bélicos tenían pedigrí, menos los muertos.

Los nacidos en cunas de encajes y que gatearon en alfombra roja de sangre (la realidad de entonces no tenía metáforas de su talla) a lo largo de la historia, han utilizado para sus propios objetivos a los dados a luz en galpones, petates y tijeras de cabuya.

De hecho, así pensaron también muchos de los que alcanzaron un desproporcionado poder en los años 80 de la Revolución, que da la “casualidad” serían los primeros en abandonar su utopía personal con el “¡Adiós-muchachos!” que andaban tan tempranamente en sus cálculos, como Anastasio Somoza, en 1979, su renuncia manuscrita en el bolsillo durante 16 agónicos días y una saludable madrugada de julio.

(Salvo que Tacho no se lavó las manos ni su gabinete, y ni siquiera los no-te-vas-te-quedás se declararan disidentes como algunos iluminados comandantes y comisarios marxistoides de la Dirección-Nacional-Ordene).

Nicaragua no es “amante” de la guerra ni “querida” de la ocupación y el injerencismo extranjeros.

Porque tampoco los abolengos de la decadencia son la República de Nicaragua ni sus heráldicas, el Escudo Nacional.

Otra cosa es que se hayan creído “los dueños perpetuos”, “la junta directiva” y “los accionistas mayoritarios” de la nación.

Son ellos los que atizan sus filias y fobias de clase: la casta blanca, la “inmaculada” progenie, “obligada” por Dios a mandar en el país.

Pero sus razones irracionales, muy por debajo de los Motivos del Lobo, ya ni siquiera son ideológicas: son arqueológicas.

Creen vivir todavía en el siglo XIX… por supuesto, antes del General José Santos Zelaya.

Son ellos los que presumen ser la voz de Dios y propietarios exclusivos de la franquicia “Democracia”, que así degradó este sistema la derecha conservadora en su deriva autoritaria.

Son los que aplauden y copian, con la tinta de sus bilis, las frases “célebres” de Henry Kissinger, que hace 53 años resumió lo que fueron sus Cien Años de Impiedad: “No veo por qué necesitamos quedarnos a esperar y observar a un país (Chile) volverse comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo” (Washington, 1970).

Y quedó endemoniadamente demostrado su veneración oligárquica a Mr. K, durante los días y noches de torturas, desmembramientos y hogueras de sacrificios humanos en los episcopales tranques de 2018, porque como reveló el National Security Archive de Estados Unidos, el exsecretario de Estado exhibía un olímpico “desdén por los derechos humanos y apoyo a guerras sucias, y hasta genocidas…”.

A esa fauna diabólica, “educada” en la abyección, le importa un jocote la vida de los que no piensan como ella ni son dados a confundir, ingenuamente, a ningún sociópata incardinado al Bajísimo, como “demócrata”.

Es que carecen de empatía.

Después de aquellos abominables sucesos jamás ocurrido en Nicaragua —ni en los peores tiempos de la dictadura de los Somoza—, solo hay una explicación en este mundo por qué llegó la financiada elite, oficiante de la impostura, a semejantes grados de barbarie.

Este zarpazo del desafuero contaba con el mismo fierro en las ancas de su piara, similar a la de Gadara (Lucas 8:30-32).

Lo peor es que mientras la Contra en los años 80 asumía sus acciones, e incluso en el Congreso de Estados Unidos se oponían abiertamente a la guerra encubierta, reconociendo los actos aupados por Reagan en detrimento de Nicaragua, hoy los impunes autores —“divinos” y mundanos— de crímenes de lesa humanidad se venden como “demócratas” y “promotores de los derechos humanos”.

Ya estaba escrito en la Biblia: “en los últimos días vendrán tiempos difíciles Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes, sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (2 Timoteo 3:15).

III

Diciembre nos acerca.

Son días de los hombres y mujeres de Buena Voluntad.

Diciembre para dar.

Cosechas de armonías.

Calendario de nuestra nieve florida, la Pascua asoma en carreteras, caminos, recuerdos, patios y jardines bien pensados.

Es con los fríos de diciembre cuando se vuelven parte del alma blanca nicaragüense la transparencia de las tardes, los cafetales, las montañas y los volcanes alzados de Azul…, extendidos desde los versos de Rubén a la Bandera Nacional, con ese tono de los Momotombos encuentros y esos Mombachos de sosiego lacustre, cuyo mayor emblema es el rostro de una niña, de un niño y ahí…

En esa inocente página facial,

escribes Nicaragua

con tu impecable ortografía sentimental

de Tierra y Agua,

la Viviente Geografía Humana: sublime Portal

de Belén, donde para bien de toda tribu, nación y lengua,

la Paz es nuestra incesante faena esencial…

 

Nacimiento y Redención que la Legión en mengua

al servicio del odio visceral

—aunque a nadie representan

los Herodes, los fariseos y los Judas del brutal

2018— no soporta, porque nada está a la venta:

ni la Paz ni la Soberanía Nacional.

 

No es en la soberbia catedral,

ni en la iglesia monumental,

ni en las liturgias

con solemnes vestiduras,

ni en el costoso crucifijo de oro,

donde están incrustadas las coordenadas

del Reino de Dios…

 

Porque el desafío crucial

no solo consiste en ritos, ayunos, cruzadas, fe

pirotécnica y algún acto penitencial.

 

Es en las claras latitudes

del alma, en la diáfana longitud

del amor al prójimo

y en la altitud

del ser donde estamos más próximos

a la Luz, la Verdad y la Vida:

Jesucristo.

 

Hay que tener temple…

 

En estos tiempos,

el mejor Templo es el Ejemplo.

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