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  • 1 diciembre, 2022

La filosofía de Roberto Clemente: “Todo lo que importa es el juego de mañana”


** “¿Por qué hablar de lo que pasó ayer?”

Edwin Sánchez

I

Son 50 años sin Roberto Clemente o medio siglo de un arquetipo de altruismo que se agiganta.

Sabía quién era y a qué había venido a este mundo.

Desechó el nombre de Bob o de Bobby, como le querían bautizar tanto sus compañeros de equipo como la prensa.

Mantuvo su identidad: era Roberto, en español. Clemente, de sentimientos. Puertorriqueño de nacimiento. Latinoamericano por excelencia.

El 21 del múltiplo perfecto.

Aunque brilló en el béisbol, no fue como muchos cuando alcanzan el reconocimiento, el dinero y la celebridad.

Fue un Campeón de la Humanidad. Un fuera de serie.

Por algo le llamaban El Grande.

A la mediocridad nunca le dio lugar en la caja de bateo, y no cedió un solo turno al bate para que otros hablaran y pensaran por él.

Los inteligentes no necesitan titiriteros.

Tampoco le permitió al oportunismo ni siquiera acercarse al círculo de espera.

Estrella, iluminó con su luz a niños y jóvenes. Inspiró a los humildes. A la América Latina. Al Caribe.

“Mi gran satisfacción proviene de ayudar a borrar opiniones gastadas acerca de los latinoamericanos y los afroamericanos”, decía.

Sus mejores extrabases estaban fuera del parque de pelotas, porque su vida no venía en una caja cuadrada por el egoísmo, la banalidad y la falta de misericordia.

Nunca le deseó el mal a nadie, mucho menos que utilizara su popularidad y su poder para intentar desbaratar su nación con politiquerías, rencores de inflexible ruindad, odios viscerales de vieja data y patrañas vendidas como jugadas limpias.

Él perteneció a la Marina de Infantería de los Estados Unidos.

Del escrito de Darlyn Díaz Lindsay leemos que el 12 de septiembre del 1958, durante la temporada invernal, en vez de jugar pelota como solía, Clemente ingresó a la Marine Corps. Su entrenamiento básico fue en Parris Island, Carolina del Sur y duró seis meses. Formó parte del tercer batallón de reclutas, específicamente del pelotón 346.

“Tras terminar su entrenamiento básico paso a la base Camp Lejeune en Carolina del Norte. Ahí fue para ser miembro de la infantería. Clemente (fue) asignado como miembro activo de la Marina hasta 1959, luego asignado como reservista de la misma hasta el 1964”.

II

Su ser contaba con un Alma que estaba hecha para ofrendarse en las Grandes Ligas del Amor al Prójimo.

Porque muchos pueden entrar a la Gran Carpa, pero son pocos los que logran el estatus de un Roberto Clemente.

Y es que a nadie más le tallaban las palabras de Bowie Kuhn, Comisionado de la MLB, que a Clemente, cuando fue exaltado al Salón de la Fama en 1973. Correspondían a sus medidas exactas:

 “Le dio al término ‘completo’ un nuevo significado. Hizo que la palabra ‘superestrella’ fuera inadecuada. Tenía un toque de realeza” (Unanimodeportes).

Era, pues un Hombre Completo.

Y este astro del deporte mundial se inmoló por los nicaragüenses ocho días después del terremoto que devastó Managua el 23 de diciembre de 1972.

Pudo imponer otros records, ganar más plata, extender su prestigio por toda la Tierra, pero sintió el llamado de un pueblo al que estimaba, parte del cual lo vio durante la XX Serie Mundial de Béisbol, Nicaragua Amiga 72.

No sería ninguna especulación decir que este humanista –y de tiempo completo con dormida adentro– no pasó tranquilo la Noche Buena allá en San Juan. Aquel pueblo que vio en el Estadio, en las calles, y por donde anduvo con la Selección de Puerto Rico, era víctima de una tragedia. O doble, con la del somocismo.

Lo necesitaban.

Su capacidad de empatía colindaba con la magnitud de su bateo, su asombroso fildeo y su brazo de alta precisión.

Y su enfoque poseía una profundidad de campo que desde su rectitud le permitía ver si un umpire o poderoso respetaba la zona de strikes o juzgaba una bola mala como buena y a un foul lo trocaba en hit.

Por lo mismo, el ex Marine de los Estados Unidos no confió en el general de West Point.

El puertorriqueño sentía en su corazón el dolor de los nicaragüenses, pero para “el latino de Manhattan”, como se autodefinía con orgullo Anastasio Somoza Debayle, era otra oportunidad para enriquecer más a su familia.

Sí, no creyó que el dictador entregara las provisiones, medicinas y otros auxilios a los sobrevivientes. Los informes que recibía eran preocupantes.

Quería cerciorarse que los alimentos llegaran a las familias desamparadas.

“En el 1972 tras un devastador terremoto en Nicaragua –precisa DDL– Clemente comenzó a enviar paquetes llenos de provisiones y medicamentos para las víctimas. Tras enterarse de que sus paquetes habían sido tomados por el gobierno Somoza, Clemente decidió ir a entregarlos él mismo. Acompañado de otros amigos que compartieron su visión cristiana y humanitaria, Clemente partió desde Puerto Rico hacia Nicaragua el 31 de diciembre del 1972”.

Recuerda Miguel Boada Nájera, de Séptima entrada, que en esa fecha, “Clemente y cuatro personas más, abordaron un avión de carga cuatrimotor a hélices DC-7 en San Juan, Puerto Rico, que viajaría a Nicaragua… A las 21:22 horas, la aeronave desapareció del radar.

“En ese avión iban el piloto (Jerry Geisel), el copiloto (Arthur Rivera, dueño del avión), la estrella ligamayorista, un amigo y un mecánico, quienes llevaban contenedores con alimentos, ropa y medicinas, que eran para los damnificados del terremoto que destruyó Managua el 23 de diciembre”. 

George Arfeld, en un despacho de la AP del 12 de enero de 1973, desde la Isla del Encanto, confirmaba otra triste noticia con un titular que sobrepasaba la impersonal nota periodística y resumía su grandeza del tamaño del Atlántico:

“El mar será la tumba de Clemente”.

III

Roberto trascendió el béisbol. Y así como exhibía un magnifico swing, una aguda vista y un formidable tacto, buscaba dónde colocar la pelota, perforar los jardines y no dejar atrapar por nadie sus sueños, ni en el engramado ni en la época que le tocó vivir.

Era un ser con valores superiores.

Se contarán de él muchas historias, y es que a los 38 años parecía haber vivido tantas vidas a la vez, bajo un solo nombre, el del hombre que también salvó del silencio y del olvido el más puro coraje latino-caribeño para afirmar en el mapa de la calidad, su origen: el espléndido paisaje humano del subcontinente despreciado por los supremacistas de las Américas y Europa.

El 8 de agosto de 1973 fue admitido en Cooperstown.

El día de la ceremonia de su admisión fue instaurado el Premio Roberto Clemente, a otorgarse a aquellos que realizan labores destacadas en el deporte y la comunidad.

En Puerto Rico fue nombrado como atleta del siglo, y, desde el 2002, las Grandes Ligas instituyeron cada 18 de septiembre como el “Día de Roberto Clemente”.

Bien se ve que el boricua, como diría el finado comisionado, fue un ser humano completo. Rozaba la perfección como dijeron cronistas en su día, refiriéndose a su desempeño en el terreno de juego, pero también concordaba con las exigencias de un verdadero Big Leaguer de la Solidaridad.

No era un hombre de poses.

Fue un ex Marine (USMC) que quiso lo mejor para Nicaragua.

A la hora de valorar la pureza del diamante de su vida, basta decir que su gloria la sacaba fuera del Estadio para beneficio de otros, sin cobrar ni sacar un solo centavo.

Era la antípoda de la miseria humana. Del tacaño. Del egoísta. Del que se cree que el Universo gira a su alrededor.

Si se buscara una espléndida portada para su monumental biografía, sin duda que sería el Estadio Nacional.

Y si un nombre merece llevar con dignidad este parque de pelotas que está a la altura de América Latina, será el del dueño de esta filosofía de oro de buena ley:

“¿Por qué todos hablan de lo que pasó ayer? Todo lo que importa es el juego de mañana”.

Palabras que instaló en la realidad con su existencia plena.

Porque no se quedó como algunos, viviendo de laureles marchitos por el tiempo.

O aquel que por haber tenido participación en determinada acción, o correr peligro “por el pueblo”, sin que ese pueblo le hubiera obligado, ya archivó el presente y engavetó el futuro: lo que vale, lo que importa, lo que merece la devoción permanente, con los privilegios adyacentes, es su “historia”, su “lucha”, su “gran trayectoria”.

Los pensamientos del ganador de una docena de Guantes de Oro no dejan a ningún espectador seguro y tranquilo en su asiento, aunque sea en la comodidad visual detrás del Home Plate.

O en la zona de confort V.I.P.

Porque entonces, al terminar el partido, sabrá si forma parte del line up de los hombres y mujeres de buena voluntad o del equipo de los que solo vinieron a empeorar el mundo con mezquindades, ya no digamos con sus filias y sus fobias perniciosas:

“Cuando tienes la oportunidad de mejorar cualquier situación, y no lo haces, estás malgastando tu tiempo en la Tierra”.

          Patria Grande…

Ante los pueblos y lenguas del orbe,

enaltecer

con el mejor Estadio de Béisbol

de Latinoamérica, la memoria de un Héroe

de Puerto Rico,

que en vez de celebrar la despedida

del Año Viejo de 1972

con los suyos, prefirió socorrer

a los sobrevivientes

del devastador terremoto de Managua:

       Roberto Clemente, Campeón de la Humanidad. Nació en el año  en que Anastasio Somoza García  asesinó al General Augusto César Sandino.  Y también entregó su vida por Nicaragua bajo Anastasio Somoza Debayle. Aquél a los 39,              él a los 38. 

(Extractos de “Patria Grande”, Septiembre, 2021)

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