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  • 1 febrero, 2023

La opulencia de la iglesia católica


Por Moisés Absalón Pastora

La XXXVII edición de la Jornada Mundial de la Juventud que encabeza la Iglesia católica y que se aplazó por un año en el 2022 por fin se realizará en Portugal del el 1 al 6 de agosto de este año. El evento ha destacado, no tanto por el posible contenido del mensaje, por supuesto a cargo del Papa Francisco, si su salud lo permite, sino por las críticas contra el altísimo costo del evento que solo la construcción del altar, desde donde oficiará el Pontífice, cuesta 5 millones de Euros.

El Vaticano cierto del impacto y la legitimidad de las críticas advirtió, a través del Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, que como tal no tomó ninguna decisión respecto al opulento y fastuoso altar y que “la organización del acto es local” y, por lo tanto, la decisión del costo recae sobre el Ayuntamiento de la capital portuguesa que aprovechara también para celebrar lo que se denomina como el “Encuentro Mundial de las Familias.

A pesar de los desmentidos del Vaticano sobre lo que solo representa una parte del evento, el propio alcalde de Lisboa, reconoció el elevado precio del proyecto, explicando que las especificaciones del escenario se definieron en reuniones mantenidas con los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud, la Iglesia y la Santa Sede”.

Según informaron medios de Portugal, este “altar-palco” que se colocará en las inmediaciones del río Tajo, fue encargado desde el Ayuntamiento de Lisboa a la constructora “Mota-Engil” por un importe total de 4.240.000 euros, a los que hay que añadir el IVA.

¿Se imaginan un altar que por costo tiene nada más y nada menos que 5 millones de euros solo para engalanar un escenario dónde un supremo sacerdote, en este caso el Papa Francisco, oficiará una misa, que como en todas, supone poner en su centro, al humilde más grande que hasta nuestros días conozca la humanidad, a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el que nació en medio de los pobres y quien dijo “el reino, la salvación ha llegado a los pobres y pecadores”?

No quiero con esto sugerir, de ninguna manera, que la Iglesia Católica o cualquier otra deba llegar a los pobres, a los que deberían bien representar, desde la indigencia o en harapos, no. Sin embargo, me es imposible digerir la opulenta ostentación, particularmente del Vaticano en abierta contradicción con eso de que la opción católica tiene una preferencia indisoluble por los pobres.

La opción preferencial por los pobres es una expresión nacida entre 1960 y 1970 de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe, que priorizó en su más alto interés a grupos sociales muy pobres y necesitados y fue tan profundo el compromiso que se incorporó oficialmente a la Doctrina social de la Iglesia por el papa Juan Pablo II.

Debo recordar, para ponerlo en su verdadera dimensión, que el surgimiento del concepto preferencial por los pobres que nos ocupa, nació en los años 60, cuando América Latina estaba profundamente marcada por la presencia masiva de los pobres. Fue una época de muchas dictaduras que utilizaron métodos represivos contra los movimientos populares. Es en ese contexto los cristianos comienzan a pensar desde su fe en términos de una práctica social y política que favorecía la liberación de los pobres, que eran pobres extremos, indigentes o paupérrimos, cuya pobreza se combatía con el aniquilamiento, así de asesinas eran las soluciones de los gorilas que gobernaron después de tomarse el poder por la vía de los golpes de estado.

Digo lo anterior solo para poner en perspectiva el tema sobre el que contrasto la opción preferencial por los pobres que por aquellos tiempos hizo suya el Vaticano y la opulencia impresionantemente ostentosa de la misma Iglesia Católica que creo perdió de vista que los pobres son aquellos que sufren condiciones inhumanas en cuanto a la alimentación, la vivienda, el acceso a la sanidad, la educación, el empleo y las libertades básicas.

Los pobres son los que tienen una grave privación de bienes materiales, sociales y culturales que atentan contra la dignidad de toda persona. Son los oprimidos y marginados, que son tratados como los “últimos” en nuestras sociedades.

Por supuesto la solución a los problemas de los pobres no es un asunto de las iglesias, este es un tema para los gobiernos y gracias a Dios en Nicaragua hay uno que como el sandinista tiene una guerra frontal contra la pobreza y va venciendo, pero a la Iglesia, particularmente la católica, le corresponde ser coherente entre la preocupación que dice sentir por los pobres y las ostentaciones, generalmente ofensivas, que nada tienen que ver ni con lo que nos representa Jesús de Nazaret ni con que predica desde sus fastosos templos.

La Iglesia Católica para verse representada en esa expresión de que vela por los pobres como opción preferencial debería examinarse hacia dentro de sus bóvedas bancarias donde hay billones de billones de dólares y euros en tesoros acumulados por el Banco Ambrosiano a lo largo de los tiempos que no se comparten con los pobres del mundo y que representan una red infinita de negocios corruptos que no son auditables porque indudablemente el Vaticano es un poder político conducido por sotanas púrpuras que se prepararon para hacer negocios que siempre fueron disfrazados por la evangelización.

Que la próxima Jornada Mundial de la Juventud vaya a tener en Lisboa un altar que costará 5 millones de dólares solo para satisfacer el ritual litúrgico del Papa Francisco, por supuesto que golpea, habiendo tantos pobres en el mundo que reclaman la atención y compasión, al menos espiritual, de la jerarquía católica que teniendo muchos recursos no hace más nada que discursear desde los púlpitos y hasta con mucho tinte político por los que menos tienen, pero más allá de eso pare de contar.

Los católicos llaman, para ubicarse en el mapa religioso, que la de ellos es “nuestra santa madre iglesia” pero ante tanto escándalo derivado de su componente humano, ¿acaso no sería mejor plantearse si hay en ella enriquecimiento ilícito desmesurado, si este enriquecimiento es a costa de los pobres, verdaderamente será como se sostiene que ahí hay lavado de dinero, qué hay realmente detrás del celibato si al final hasta los Cardenales tienen parejas que no necesariamente son heterosexuales, cómo es que la impunidad es descarada y no pasa nada con sus religiosos cuando están en el centro de la denuncia como abusadores de niños?

Preguntas como estas no encajan necesariamente en el concepto que un cristiano, medianamente profesante, pueda tener de una iglesia dónde la humildad es la más ausente porque si del fundador del cristianismo hemos de hablar, del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, nunca lo supimos predicando desde catedrales o iglesias que más que templos parecen palacios, ataviado con exóticas y rimbombantes vestimentas cuya confección unitaria puede costar hasta tres mil dólares, ni le conocimos más báculo que un varejón, ni tampoco leímos en la biblia que hubiese usado ni estolas ni mitras ni nada parecido para obtener el respeto de los demás sino que su prédica era para los pobres con los que se rodeaba y los templos para los que predicaba eran los corazones de los afligidos que estaban en las calles.

Repito no se trata que las iglesias y los religiosos estén bajo cuatro palos o que los religiosos anden en harapos, pero no justifico la ostentación, ni que eso de que un sacerdote o pastor llamado como profesional de la fe, signifique que su apostolado, su entrega, sea para beneficio personal y desde ahí nos predique una vida que no lleva.

Jesús de Nazaret, que fundó el templo en el corazón de cada cristiano e hizo de su iglesia un vínculo íntimo con el hambriento, el destechado, el descalzo, el enfermo de la carne y del espíritu, como omnipresente fuera de todo tiempo y espacio y como omnisciente por su ilimitado conocimiento, indudablemente está percatado de lo que los hombres hacen en su nombre desde el perfil de religiosos o profesionales de la fe que se desmarcan de la humildad cuando lo visible es que están absorbidos por la opulencia.

Pienso que la evangelización comienza con la humildad aplicada en cada acción que el sacerdote, el pastor, el monje o el rabino aplique a su prédica desde escenarios sobrios y módicos, desde rituales que no tengan esos desfiles monásticos y sacros, que en el colmo de lo ridículo a cargado en las denominadas Silla Gestatoria a hombres comunes y corrientes que independientemente que sean Papas, Cardenales u Obispos son al final individuos de carne y hueso a los que muchas veces, creyéndoles santos, les hemos entregado en confesión nuestras intimidades cuando son tan pecadores como cualquier laico que pretenda un perdón que no es divino.

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.

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