La triste historia de los Internados en Canadá
Robin Philpot, Global Research
Las Primeras Naciones del estado canadiense de Manitoba eligieron el objetivo adecuado cuando derribaron la estatua de la Reina Victoria de Gran Bretaña frente a la Legislatura de Manitoba tras el descubrimiento de las tumbas de más de 1000 niñas y niños indígenas en torno a tres escuelas de internados. Su acción hizo sonar las campanas de todo el mundo porque lo que se les infligió en nombre de la Reina Victoria también se infligió a otros pueblos, a menudo al mismo tiempo y a manos de las mismas tropas británicas: conquista militar, represión sangrienta, invasiones masivas de colonos y dominación racista.
El primer entierro en el cementerio de la Primera Nación de Cowess, donde se descubrieron 751 tumbas de jóvenes indígenas, se produjo en 1885. Ese fue el año de la famosa Conferencia de Berlín, en la que las potencias europeas se reunieron para repartirse África antes de lanzarse a colonizarla.
1885 es también un año decisivo en la historia del Imperio Británico y de su nuevo Dominio, la América del Norte Británica, o Canadá. Fue el año en que el Imperio selló su tercera conquista en América del Norte, después de la conquista de Quebec en 1759-60 (también conocida como la Guerra de los Siete Años o la Guerra Francesa e India), y la brutal represión de la Revuelta de los Patriotas en 1837-38, que fue el equivalente a otra conquista.
El 16 de noviembre de 1885, el gobierno de John A. MacDonald ahorcó a al dirigente pro-derechos indígenas, Louis Riel, en los cuarteles de la Policía Montada del Noroeste (actual RCMP). El ahorcamiento fue vitoreado por un Toronto dominado por las organizaciones Protestantes las llamadas Órdenes Naranjas, pero fue condenado ruidosa y masivamente en Montreal, incluso por el primer ministro de Quebec, Honoré Mercier. “Louis Riel es mi hermano”, dijo ante una multitud que, según se dice, era de cerca de 50.000 personas.
El crimen de Riel fue haber intentado federar a los mestizos y a las naciones indígenas bajo un gobierno provisional que se oponía al acaparamiento de tierras y a la colonización masiva de los Territorios del Noroeste que los indígenas habían ocupado durante milenios.
Once días después, el 27 de noviembre de 1885, el mismo gobierno de MacDonald ahorcó públicamente a seis guerreros del pubelo Cree y dos del pueblo Nakota en Battleford, Saskatchewan. Se trata de Kah – Paypamahchukways (Espíritu Errante), Pah Pah-Me-Kee-Sick (Caminando por el Cielo), Manchoose (Flecha Mala), Kit-Ahwah-Ke-Ni (Hombre Miserable), Nahpase (Cuerpo de Hierro), A-Pis-Chas-Koos (Oso Pequeño), Itka (Pierna Torcida), Waywahnitch (Hombre sin Sangre).
Fuente: Red de Alfabetización del Pueblo Cree.
Esto fue el mayor ahorcamiento público de la historia de Canadá y se enterraron en una fosa común después de los juicios apresurados ante un jurado anglo-protestante y un juez llamado Charles Rouleau, que estaba flagrante parcializado ya que su casa había sido quemada durante el conflicto.
Para que el mensaje quedara claro, se obligó a los miembros de las naciones de los guerreros ahorcados a asistir a la ejecución para que nunca olvidaran. En una carta confidencial escrita siete días antes, John
A. MacDonald escribió: “Las ejecuciones deberían convencer al Hombre Rojo de que es el Hombre Blanco quien gobierna”. Este mensaje llegó tras su declaración de que Louis Riel “irá a la horca, aunque todos los perros de Quebec ladren a su favor”.
“La primera guerra de Canadá”, como la describe Desmond Morton, fue de hecho la segunda intervención militar destinada a imponer la soberanía británica sobre los Territorios del Noroeste de Canadá. La primera ocurrió en 1870 y tenía como objetivo eliminar el primer gobierno provisional de Manitoba, también dirigido por Louis Riel.
Escuela Industrial de Battleford 1885 – Los estudiantes fueron convocados para presenciar una ejecución por ahorcamiento (Fuente: Red de alfabetización del pueblo Cree)
Una conquista colonial entre muchas otras
El comandante de las tropas británicas enviadas para acabar con Riel en 1870 era el mariscal Garnet Wolseley. Más que un oficial británico corriente, Wolseley fue un símbolo de la expansión global -y sangrienta – del Imperio Británico en el siglo XIX. Nombrado vizconde Sir Wolseley en 1885 por la Reina Victoria, Wolseley, antes de enfrentarse a Riel, se había ganado sus colores en la asesina represión colonial en la India en 1857 y en China en 1860, incluyendo la destrucción y el saqueo del Antiguo Palacio de Verano de Pekín, esa “maravilla del mundo”, como la describió Víctor Hugo.
Después de derrotar a Riel, Wolseley fue gobernador de la Costa de Oro (actual Ghana), donde dirigió las tropas británicas que tomaron Kumase, capital del Reino Ashanti, y la arrasó; dirigió las tropas británicas para sofocar rebeliones en Egipto, en Jartum, Sudán, y en Sudáfrica.
Wolseley, ávido partidario del general eslavócrata Robert E. Lee, durante la guerra civil en Estados Unidos, sigue siendo honrado en Canadá, donde calles de Montreal-Oeste, Toronto, Thunder Bay y Winnipeg llevan su nombre, así como una ciudad de Saskatchewan… a sólo 60 kilómetros de la Primera Nación Cowessess.
En 1885, el general de división Frederick Middleton, otro oficial británico de alto rango y veterano de las guerras coloniales británicas, dirigió las tropas enviadas para aplastar la resistencia liderada por los mestizos y las Primeras Naciones. Al igual que Wolseley, Middleton fue oficial de las tropas británicas que reprimieron brutalmente el
levantamiento indio de 1857 contra la Compañía Británica de las Indias Orientales, la empresa que fue agente de la Corona del Reino Unido.
También había dirigido las tropas que reprimieron al pueblo originario maorí en Nueva Zelanda. Aplastar a los pueblos indígenas era su especialidad. Sus tropas en 1885 estaban formadas por la milicia paramilitar conocida como la Policía Montada del Noroeste, y por milicias voluntarias, en su mayoría Protestantes de Ontario. La Corona británica quería evitar así provocar al ejército más poderoso del mundo, el estadounidense, con el despliegue de tropas formalmente británicas en suelo norteamericano.
Sin comprender la naturaleza y el contexto de esta tercera conquista británica, es difícil entender lo que siguió, ya sea la imposición de los tratados de acaparamiento de tierras – llamados tímidamente “tratados numerados” -, la Ley India o la lúgubre situación actual en la que el gobierno canadiense habla de “reconciliación” mientras los líderes de las Primeras Naciones exigen justicia.
“Golpear el corazón del sistema tribal”
Una característica de todas las conquistas es que el conquistador desplegará todos los medios para asegurarse de que los pueblos conquistados no vuelvan a levantarse. Estos medios incluyen la deportación (como con los del pueblo Acadiano en 1755 en un preludio de la primera conquista), el confinamiento en reservas, la subyugación militar, la asimilación, o todo lo anterior.
El líder indígena Louis Riel habla ante el juzgado durante su proceso
Pocas personas en Canadá han olvidado el ahorcamiento de Louis Riel en 1885, pero la mayoría desconoce el ahorcamiento público de los guerreros indígenas poco después. Estos ahorcamientos son símbolos vitales para entender la historia de Canadá, pero no son más que la punta del iceberg de las políticas aplicadas por el conquistador Imperio Británico y su dominio de Canadá.
Tras las operaciones militares de Wolseley en 1870, los mestizos de Manitoba, que hasta entonces representaban cerca del 80% de la población, fueron expulsados en lo que puede describirse como pogromos. La región se vio inundada de colonos procedentes de Ontario o de las “Islas Británicas”, entre ellos un gran número de Protestantes, que obtuvieron tierras que se negaban a los mestizos.
Los tratados de acaparamiento de tierras se infligieron rápidamente a las Primeras Naciones – siete tratados en seis años (1871-77) los cuales abarcaban todo el territorio que se convertiría en las provincias de Manitoba, Saskatchewan y Alberta. Se hizo saber a las Primeras Naciones que, aunque los jefes se negaran a firmar, el Gobierno canadiense procedería, les gustara o no.
En 1876 se aprobó la Ley India, que convertía a los indígenas en “tutelajes del Estado”. Esta ley otorgaba a los agentes indios – y al la Policía Montada de la región – poderes sobre la vida y la muerte de miles de pueblos de las Primeras Naciones. En 1880, la política de escuelas industriales y residenciales comenzó a aplicarse seriamente.
El Comisionado de Asuntos Indios y Vicegobernador de los Territorios del Noroeste en ese momento era Edgar Dewdney, un favorito de John A. MacDonald (fue albacea del testamento de MacDonald), y un hombre “profundamente apegado al imperio y a la tradición monárquica británica”, según el Dictionario de Biografías Canadiese.
Desde que fue nombrado comisario indio en 1879, Dewdney estaba decidido a “golpear el corazón del sistema tribal” abriendo rápidamente más escuelas residenciales para acabar con la agitación de las Primeras Naciones que pretendían obtener más autonomía y mejores tratados. Esta política funcionó durante muchos años.
La “pequeña lotería”: “leal” o “desleal”
Unos meses después de la detención del dirigente Louis Riel, el 20 de julio de 1885, el comisario indio adjunto y antiguo agente indio de Battleford, Hayter Reed, presentó un informe con 15 puntos sobre “El futuro manejo de los indios”. También proporcionó una lista de las naciones/bandas descritas como “leales” o “desleales” con detalles adicionales sobre los jefes y miembros sospechosos de haber estado involucrados de alguna manera en la Resistencia. Ese informe se convirtió en la base de la política canadiense hacia las Primeras Naciones durante los años siguientes.
En él se aborda todo: castigos ejemplares para los que se resistieran (de ahí los ahorcamientos públicos); severos castigos colectivos, incluida la privación de raciones (hambre) y otras necesidades, aplicados a todos y cada uno de los que, según los agentes indios, carecían de lealtad; confiscación de caballos, armas de fuego y herramientas entre los miembros “desleales” de una nación o banda; confinamiento en las reservas a menos que se disponga de un permiso escrito de un agente indio; todos los lazos entre los “mestizos” mestizos y otras Primeras Naciones debían ser cortados y la comunicación debía ser prohibida, aplicándose lo mismo a los “canadienses”; los indios “buenos” (leales) debían ser recompensados con un “reconocimiento sustancial” para confirmar su lealtad, los “malos y perezosos” debían perder su reserva; y más y más.
Esta “Pequeña Lotería” utilizada para controlar a las Primeras Naciones después de la resistencia encabezada por Louis Riel se parece a la utilizada con cierto éxito por la Corona británica después de la brutal represión y los ahorcamientos de los patriotas en la provincia canadiense de Quebec, ( tr. la cual tiene una mayoría de habitantes francófonos) en 1837-38. El objetivo era cooptar a cierta élite franco- canadiense mediante emolumentos políticos, recompensas, nombramientos, reconocimientos y otras migajas. Esa “Pequeña Lotería” logró hasta cierto punto transformar a los patriotas revolucionarios en colaboradores muy dóciles del nuevo régimen instaurado por los británicos.
¿Y las iglesias?
En todas las conquistas coloniales, las iglesias desempeñan un importante papel de apoyo al poder militar y político. Lo hicieron en África, en Asia, en América Latina y en América del Norte. En el caso de la Norteamérica británica, la Iglesia Espicopal siempre ha sido la favorita de la Corona, ya que el Rey o la Reina era, y es, el gobernador supremo de esa Iglesia.
La Iglesia Católica se sumó. Rápidamente llegó a un acuerdo con el Imperio Británico. Durante la revuelta de los patriotas en 1837-1838 en el Bajo Canadá, la Iglesia Católica apoyó a los británicos negando a los patriotas y a sus partidarios el derecho a ser enterrados en cementerios católicos, amenazó con excomulgarlos y les ordenó cumplir las instrucciones de las autoridades británicas.
Las iglesias fueron traídas para cumplir la promesa hecha por el Gobierno de Canadá y escrita en los tratados de proporcionar escuelas a las Primeras Naciones. Debían apoyar una política concebida por y para la potencia conquistadora, el Imperio Británico y su Dominio de Canadá. El Gobierno canadiense debía financiar las escuelas, pero redujo la financiación de forma constante y arbitraria y dejó que las organizaciones religiosas encontraran el mínimo necesario para seguir funcionando.
Para llenar las escuelas residenciales, era necesaria una ley que obligara a las familias indígenas a enviar a sus hijos a ellas. Canadá se obligó a ello autorizando a los agentes indios a arrebatar a los niños en edad escolar de sus familias y llevarlos a las escuelas. Si los padres se negaban, los agentes tenían la facultad de cortarles las pensiones y otras cosas. Los testimonios han revelado que los padres que se oponían a enviar a sus hijos eran amenazados con la cárcel.
La Policía Montada estaba facultada para aplicar la ley. Los testimonios recogidos son elocuentes.
“Los niños (que) fueron atraídos a barcos y aviones sin el conocimiento de los padres, a veces para no volver a ser vistos jamás. La Policía Montada uniformada arrancaba a los niños de los brazos de sus madres; muchos supervivientes describieron los camiones de ganado y los vagones de ferrocarril en los que eran arreados cada otoño. Los golpes nocturnos en las puertas y las invasiones en busca de niños fugados recuerdan a la guerra”.
La amenaza de la acción policial era a menudo el medio utilizado para devolver a los niños a la escuela, “era la policía la que devolvía a los fugados a la escuela, y ahora era la amenaza de la acción policial la que impedía a un padre afligido intentar averiguar lo que le había ocurrido a su hijo” (Funk, 1993: 88). Algunos relatos se refieren a cómo la Policía Montada ayudó por la fuerza. “Rodearon las reservas para detener a los fugitivos y luego se desplazaron de puerta en puerta llevándose a los escolares por encima de la protesta de los padres y de los propios niños. Los niños eran encerrados en comisarías cercanas o en corrales para el ganado hasta que se completaba la redada, y luego eran llevados a la escuela en tren” (“El papel de la Real Policía Montada de Canadá durante el sistema de internados indios”, preparado para la CVR, 2011)
En resumen, Canadá encomendó a las iglesias la responsabilidad de establecer escuelas residenciales; el gobierno las financió; sus agentes indios y su fuerza policial estaban facultados para obligar a los padres a enviar a sus hijos a las escuelas y utilizar una batería de amenazas para lograrlo.
El gobierno de Canadá tenía el poder de poner fin al sistema. Pero no lo hizo, prefiriendo mantenerlo en funcionamiento durante unos 100 años, a pesar de que sus propios funcionarios informaron plenamente al gobierno de la naturaleza criminal del sistema.
El Gobierno canadiense sabía
El Dr. P.H. Bryce fue Jefe Médico del Departamento del Interior desde 1904 hasta 1921, cuando se vio obligado a jubilarse. Era responsable de la salud de lasy los niños indígenas en las escuelas de internados. Se convirtió en un “denunciante” en 1922 al publicar un folleto titulado “La historia de un crimen nacional, un llamamiento a la justicia para los indios de Canadá, los tutelajes de la nación: Nuestros aliados en la Guerra de la Independencia: Nuestros hermanos de armas en la Gran Guerra (James Hope, 1922, Ottawa).
Pero no fue la primera información que se hizo pública. En 1907, basándose en el informe anual que presentaba a sus superiores, el periódico The Evening Citizen (ahora The Ottawa Citizen) publicó un artículo en primera página titulado: “Las escuelas ayudan a la peste blanca – Se revelan las asombrosas listas de muertos entre los indios – Absoluta desatención a las mínimas necesidades de salud”.
Los informes anuales del Dr. Bryce repetían las mismas observaciones e incluían recomendaciones urgentes para las Primeras Naciones. No se hizo nada. Poco a poco se vio obligado a dejar de elaborar los informes.
La tuberculosis estaba muy extendida en esos años. En sus informes, el Dr. Bryce, que era un especialista en la lucha contra la tuberculosis, comparaba la tasa de mortalidad en ciudades como Hamilton y Ottawa (Ontario) con la de las reservas indios en el occidente del país.
Mientras que las tasas de mortalidad en las ciudades de la provincia de Ontario descendían constantemente, en las reservas, y en particular en las escuelas de internados, las tasas de mortalidad eran devastadoras, en continuo aumento. La población indígena caía en picado cada año a causa de la tuberculosis, pero cada uno de los informes del Dr. Bryce se sumprimía. Peor aún, los representantes del Departamento de Asuntos Indígenas hicieron todo lo posible para impedir que Bryce hablara en público. Por ejemplo, se le impidió hablar en la reunión anual de 1910 de la Asociación Nacional de Tuberculosis.
¿Y el papel de Quebec en esta tragedia?
Desde que se descubrieron los cuerpos de los niños en los cementerios de los internados, la gente ha planteado el papel de Quebec en la tragedia. Algunos ven un vínculo debido a la Iglesia Católica y a las órdenes religiosas con sede en Quebec. Otros señalan a los políticos o funcionarios quebequenses que participaron en la toma de decisiones del gobierno canadiense o de las autoridades británicas o en la aplicación de estas políticas. Algunos se refieren a los dos batallones francófonos de la ciudad de Quebec enviados al Oeste en 1885.
En la medida en que los individuos, los miembros de los partidos políticos o las instituciones se adhirieron al orden británico establecido en Canadá a raíz de las dos primeras conquistas militares y en el impulso imperial y colonial británico hacia el oeste, es evidente que tienen cierta responsabilidad.
Pero los quebequenses y los franco-canadienses han desafiado con frecuencia ese orden a lo largo de la historia de Canadá.
Por ejemplo, en la Declaración de Independencia del Bajo Canadá escrita en 1838 por el patriota Robert Nelson, se afirma en el tercer artículo “Que bajo el gobierno libre del Bajo Canadá, todos los ciudadanos tendrán los mismos derechos; los indios dejarán de estar sujetos a cualquier tipo de inhabilitación civil, y disfrutarán de los mismos derechos que los demás ciudadanos del estado del Bajo Canadá”.
Lo mismo ocurre con la Iglesia Católica, que ha sido cuestionada constantemente. Las autoridades británicas -y canadienses- promovieron la Iglesia Católica, sobre todo a raíz de la revuelta patriota de 1837-38. Juntos esperaban suprimir las ideas revolucionarias republicanas inspiradas en Francia.
En cuanto a los dos batallones francófonos bajo el mando del general de división Middleton enviados para acabar con la resistencia en 1885, los británicos mostraron una vez más su verdadera cara.
Consideraron que no se podía confiar en estas tropas francófonas para luchar contra los mestizos francófonos y Riel, por lo que las enviaron lejos del combate en Alberta.
Las tropas de Quebec aprendieron rápidamente que eran, y serían siempre, miembros de segunda clase de las instituciones establecidas en la Norteamérica británica (Canadá). Esta historia se repetiría una y otra vez.
Hacer de Canadá un país inglés
Tras la conquista militar del Oeste en 1870 y 1885, que permitió al Dominio Británico de Canadá imponer su soberanía, eliminó la lengua y la cultura francesas con casi tanto celo como el desplegado para eliminar las lenguas y culturas indígenas.
En 1890, la provincia de Manitoba suprimió el francés como lengua oficial y poco después prohibió el uso del francés en las escuelas. (Gabrielle Roy, que nació en Saint-Boniface, Manitoba, recuerda en su ibro “Encanto y Tristeza” cómo las monjas francófonas de su escuela católica les enseñaban en inglés, pero a veces sacaban a escondidas libros en francés, fuera de la vista de los celosos inspectores del gobierno).
Saskatchewan y Alberta se convirtieron en provincias de Canadá en 1905, pero se eliminó el estatus bilingüe que se había aplicado a los Territorios del Noroeste. Unos años más tarde, se prohibió el uso del francés en el gobierno, en los tribunales y en las escuelas.
Todo lo viejo vuelve a ser nuevo
En su lucha contra el Imperio Británico, las Primeras Naciones de Canadá y los métis (mestizos) no estaban solos; los franco-canadienses/quebequenses tampoco. Eran pueblos que representaban obstáculos que las potencias europeas, empeñadas en expandir sus imperios por el mundo, debían eliminar. En ese sentido, eran aliados objetivos de los chinos, los pueblos de la India y de otros países del sur de Asia, los maoríes de Nueva Zelanda, los pueblos indígenas de Australia y Estados Unidos y los pueblos de África.
Ciento cincuenta años después, las mismas potencias europeas y norteamericanas, incluido Canadá, intentan restaurar su hegemonía en estos mismos lugares, aunque encuentran una vigorosa resistencia en todo el mundo. Los métodos utilizados incluyen dar lecciones a estos países sobre derechos humanos, aplicar sanciones asesinas y amenazar con bombardear e intervenir militarmente en cualquier país que prefiera la independencia política y económica a la hegemonía de las grandes potencias.
Hoy, como en el pasado, estas potencias no tienen ni el derecho ni la autoridad moral para hacer lo que están haciendo, pero eso no las detendrá.
Una de las lecciones que hay que retener de la triste historia de los internados en Canadá es que nuestra solidaridad debe significar también que no nos dejaremos arrastrar por los impulsos imperialistas contra otros países y pueblos del mundo.
Fuentes
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LeBeuf, Marcel-Eugène. Au nom de la GRC. Le rôle de la Gendarmerie royales du Canada sous le régime des pensionnats indiens, rapport réalisé dans le cadre de la CVR, 2011
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