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  • 10 febrero, 2020

Las armas biológicas del imperio


Por: Moisés Absalón Pastora.

La suspicacia es algo natural en el nicaragüense y tanto que a veces llegamos a desarrollar un olfato de perro sobre este tema. La suspicacia es la observación de detalles en circunstancias, comportamientos y actitudes que por desembocar en contra ritmos o contra marchas, que no son habituales, que rompen con la cotidianidad, la tradición o los ciclos, nos enciende la bujía o nos pone en alerta bajo la conclusión de que surgió un pelo por el cual tenemos que sospechar, porque lo que nos hizo detectar la acción es algo que por “X o Y” razón nos huele a peligro.

Hoy por hoy el mundo, el planeta, está siendo estremecido por una nueva peste que al momento de este editorial ha afectado a más de 40,000 gentes, la inmensa mayoría 40,185 son chinas, ha generado 908 muertes de esa misma nacionalidad y solo dos adicionales una en Hong Kong y otra en filipinas se suman a la lista, mientras hay casos confirmados en otros 25 países.

La suspicacia te lleva a pensar en muchas cosas sobre todo cada uno de nosotros tenemos un sentido natural para desarrollarla y es precisamente eso lo que valida aquel refrán de “Piensa mal y acertarás” y en el periodismo lo usamos como una clave para no creer en todo lo que nos dicen, por muy bonito que sea el planteamiento, si las acciones de quien te trata de vender cualquier tipo de producto son sospechosas.

Uno trata de comprender como China, una nación poderosa, económica y militarmente hablando, esté sufriendo y sea el origen de una peste como el Coronavirus y algunos en su legítima suspicacia, podrán buscar respuesta en los apetitos exóticos de sus habitantes que compran y consumen en calidad de delicias murciélagos, alacranes, gusanos, ratones, serpientes, cucarachas, perros, gatos y otras especies que a nosotros, que somos parte del mundo occidental, nos podrían revolver el estómago, aunque ya muchos hayamos comido monos, culebras, lagartos, sesos de res, iguanas, garrobos, que no dejan tampoco de ser apetencias de carácter exóticas.
La suspicacia ha llevado a muchas personas a concluir que los chinos sufren el Coronavirus, que ha salido de sus fronteras, porque consumen todo tipo de animales exóticos, pero los asiáticos en la generalidad vienen haciendo esto desde tiempos milenarios y no les había pasado antes y entonces porqué ahora sí.

Déjenme pensar y a lo mejor acierto porque me llamó la atención que en el debate de los aspirantes del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos todos hayan coincidido en que Donald Trump es el peor presidente que ha tenido ese país porque en vez de preocuparse por atender los problemas internos del decadente imperio se ha dedicado a fomentar guerras y agresiones contra otros países lo que ha logrado que hoy por hoy la bandera de las barras y las estrellas sea odiada y percibida como una nación perversa.

La perversidad es la manifestación demoníaca de quien se satisface por causar daño intencionalmente. Es propio de quien perturba la tranquilidad ajena porque tienen una maldad interna inagotable y es capaz de llegar a extremos insospechados.

A lo largo de la historia hemos conocido en diferentes partes continentales del planeta de pestes que masivamente en distintos tiempos han matado a centenares de millones de personas y sin necesidad de guerras formales o conflictos militares, pero que de todas formas diezmaron considerablemente países, economías, sociedades y sistemas que difícilmente se recuperaron.

Hoy China que es la nación más poderosa y económica del mundo, aunque el imperio norteamericano grite que ellos lo son, está viendo cómo todo su potencial, que es visto como una amenaza para el inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, ya algunos le llaman el anti cristo, se le desploma porque el efecto devastador del Coronavirus, que al final encontrará su vacuna, es contra su economía y el único interesado en que eso siga en picada es Estados Unidos el mismo que tiene un inmenso expediente como creador perverso de armas biológicas que silenciosamente, sin la necesidad del estruendo de una bomba, ha terminado con millones y millones de vidas y créanme que eso no lo advierto partiendo de una loquera sino que lo refiere la historia.

El programa estadounidense de armas biológicas empezó oficialmente en la primavera de 1943 bajo el gobierno del presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt. Las investigaciones siguieron tras la Segunda Guerra Mundial cuando Estados Unidos construyó un gran arsenal de agentes biológicos y armas biológicas. A lo largo de su historia, el programa fue secreto. Fue objeto de controversia cuando se descubrió posteriormente que habían sido comunes las pruebas de laboratorio y de campo, algunas de las cuales usaron a individuos sin su consentimiento previo.

El primer interés de Estados Unidos por cualquier forma de arma biológica surgió a fines de la Primera Guerra Mundial. Para entonces probó la ricina, una sustancia de origen vegetal en una granada de fragmentación para ser lanzada desde un obús y fue exitoso. La ricina en cantidades significativas genera dificultades respiratorias, fiebre, tos, náuseas y presión en el pecho. La muerte, tras haber sido absorbida, se produce 36 o 72 horas después de la exposición y dependiendo de la cantidad de ricina que ha llegado al cuerpo de la persona.

El Anthrax, la neumónica, el botulismo, la Viruela, el ébola, la tularemia, el sida, el coronavirus y otras pestes son agentes exterminadores que de pronto contaminaron la atmósfera y generalmente su origen siempre fue endosado a ciertas especies animales o vegetales y seguramente hay mucho de cierto en eso, pero al final tuvo que pasar por un proceso de cultivo donde la mano del hombre siempre estuvo de por medio desde laboratorios clandestinos donde se experimenta en ratas, conejillos, monos y hasta en la especie humana.

Muchas veces los que somos amantes del séptimo arte vamos al cine atraídos por géneros que tienen que ver con eventos apocalípticos y cuando siempre una película trata de laboratorios sofisticados, de tecnologías súper avanzadas, manipuladas con hombres enfundados en herméticos trajes blancos, manipulando peligrosísimos agentes virales, siempre pasa que un terrorista, generalmente ruso o musulmán, se robó una muestra del virus exterminador con la intensión de ponerlo en una bomba o uno de los científicos se pinchó y se convirtió en un vehículo transmisor que terminó matando a cienes de miles.

El final de la película ya lo conocemos, agentes o marines élites de los Estados Unidos logran acabar con el terrorista ruso o musulmán, evitan que se detone la bomba y entonces de todas formas, ellos que son los creadores del virus exterminador, terminan siendo los héroes.

Esa película muchas veces ha pasado en la vida real y la perversidad del actual Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que se vanagloria criminalmente del asesinato físico y político de todos aquellos que considera sus enemigos me genera sobrada suspicacia para pensar que el imperio norteamericano, que es la representación del mal en el planeta, pueda estar detrás del coronavirus en China, porque a esa inmensa nación asiática, el imperio le debe alrededor de 228 mil billones de dólares, porque Pekín representa a la nación económicamente más sólida del mundo, porque es un verdadero poder militar, porque después de fortalecerse internamente junto a Rusia se abre al mundo y ambos están tocando las puertas de América y ambos ya lograron romper el esquema unipolar desde el cual el yanqui se creyó dueño del planeta.

Las armas biológicas son virus, bacterias u otros gérmenes que normalmente se encuentran en la naturaleza, pero que en ocasiones han sido modificados en laboratorios para aumentar su capacidad de dispersión, para hacerlos resistentes a los tratamientos médicos y de igual manera hacerlos más dañinos, más mortales. Los expertos consideran que las armas biológicas son fáciles de desarrollar, que son más letales y más baratas que las químicas y más difíciles de detectar que las nucleares. Además, se pueden dispersar a través del aire, del agua, de la comida o entre personas. Pueden resultar difíciles de detectar, y causar la enfermedad después de tiempos de incubación muy variables.

Estas armas biológicas suelen ser, y lo vemos con el coronavirus, fácilmente diseminables o transmisibles entre personas.

Tienen elevadas dosis de mortalidad y un fuerte impacto en la salud pública. Provocan pánico colectivo y afectan la estabilidad social.

Requieren una respuesta y una preparación especiales por parte de las autoridades sanitarias y eso toma tiempo y presupuesto.

Los que respiran por el imperio del mal pensarán que me tiré las trancas con éste planteamiento, pero es que el planeta está lidiando contra el enemigo de la humanidad, está luchando contra Estados Unidos, el más hipócrita paradigma de la libertad, el que promueve el caos a donde llega, el que te pretende imponer la democracia criminal que practica donde solo los que roban y matan tienen derechos y obligaciones aquellos que son maltratados y despojados.

Los agentes exterminadores o armas biológicas apuntaron siempre a naciones donde nunca se contó al imperio norteamericano como objetivo porque fueron ellos quienes las hicieron y por eso aquí en Nicaragua padecemos porque el imperio liberó a esas bacterias humanas, a los puchos, a las charbascas, a los chingastes, a los indeseables, a los desadaptados, a los resentidos, a los terroristas y a los incapaces que al final fueron fumigados con la actitud soberana de un pueblo que como águila no comió moscas.

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.

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