Los progresistas occidentales y la Inquisición imperialista
Stephen Sefton, Tortilla con Sal, 25 de octubre de 2019
La mayoría de las personas que se consideran progresistas en los países imperialistas de América del Norte y Europa Occidental siguen creyendo en la versión de la oposición de derecha de los acontecimientos de Nicaragua en 2018. Muchos también aceptan alguna u otra versión del relato de la oposición de derecha sobre la crisis en Venezuela. Una razón obvia por la que lo hacen es porque mantienen una fe indebida en los informes desleales de las ONG occidentales de prestigio inmerecido y en la incesante cobertura falsa de los medios de comunicación liberales y progresistas de sus países.
Quizás más perturbadora es su profunda y no reconocida afinidad de clase con el racista sadismo imperialista inherente en la manera en que asignan papeles a los que ellos creen merecer una defensa y a los que no la merecen. La paradoja de esta perversa racionalidad es cómo la mayoría de los progresistas occidentales justifican sus falsas pretensiones de autoridad moral con autoengañosas afirmaciones de apoyo a los derechos humanos, la libertad y la justicia. Vale la pena repetir que, de hecho, persistentemente lanzan acusaciones manifiestamente injustas, a menudo autoevidentemente falsas, y luego niegan a sus víctimas el derecho a defenderse.
Luego, la vanagloriosa injusticia progresista ratifica las violaciones masivas de los derechos humanos por parte de sus gobiernos imperialistas que se autorizan a infligir sufrimiento extremo a pueblos enteros a través de sanciones a menudo ilegales. Desde Irak hasta Venezuela, pasando por Libia y Siria, los progresistas occidentales han ratificado la guerra económica de sus gobiernos contra poblaciones prácticamente indefensas. Han validado inhumanas sanciones administrativas, comerciales y financieras, todas ellas respaldadas por la amenaza de una agresión militar ilegal.
A nivel de individuos se han infligido procesos similares a personas valientes que resisten los crímenes imperialistas tanto en sus propios países como en el extranjero, siendo últimamente Julian Assange el ejemplo de alto perfil más escandaloso. En el caso de los presos políticos como Julian Assange, Mumia Abu Jamal, Leonard Peltier y muchos, muchos otros, muy pocas personajes occidentales prominentes hablan. El consenso general liberal o socialdemócrata ha sido que estas personas han tenido la defensa que merecen o que no merecen ninguna defensa que valga la pena.
La escritora francesa Elsa Dorlin ha escrito de manera convincente sobre este tema de defensa y autodefensa, vinculándolo con el racismo y el colonialismo en el contexto del más horrible sadismo punitivo. El tema como lo esboza Elsa Dorlin está claramente en juego en los agresivos esfuerzos occidentales por desestabilizar países como Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, que se niegan a obedecer los dictados de las potencias de la OTAN, Canadá, Estados Unidos, la Unión Europea y sus principales estados miembros. El mismo tema también opera a nivel institucional a través de los informes deshonestos de funcionarios esencialmente corruptos como Michelle Bachelet en la ONU y Luis Almagro en la Organización de los Estados Americanos.
Bachelet y Almagro son corruptos porque devuelven descaradamente favores políticos a las autoridades estadounidenses a cambio de haber sido patrocinados por Estados Unidos para sus respectivos cargos. Tienen sus contrapartes en los gerentes de las principales ONG occidentales, quienes generalmente colaboran íntimamente con los intereses corporativos para secuestrar la agenda global de derechos humanos y medio ambiente en contra de los intereses del mundo mayoritario, por ejemplo en los foros de las Naciones Unidas como lo ha expresado el Grupo de los 77. Esas instancias institucionales corruptas funcionan juntas como una estructura coherente de represivo control interno a nivel doméstico y de agresión amenazante en el extranjero, siempre a través de la repetición interminable de falsedades manipuladoras en los medios de comunicación occidentales propagandísticos, tanto corporativos como alternativos.
En el caso de Nicaragua y Venezuela, sus gobiernos y presidentes son considerados indefendibles. Por lo tanto no reciben ninguna defensa. Daniel Ortega y Nicolás Maduro son acusados falsamente de todo tipo de crimen, mientras los hechos más evidentes y básicos en su defensa son falsificados u omitidos por completo. Las contradicciones evidentes en las acusaciones en su contra son silenciadas. El ejemplo obvio es la falsa acusación de la represión violenta de protestas pacíficas, a pesar de que los manifestantes armados innegablemente hirieron y mataron a numerosos oficiales de policía en Nicaragua y Venezuela, sin que se invocaran los poderes de emergencia, como los toques de queda o el estado de sitio.
Por el contrario, hay poca o ninguna condena de la represión militar y policial de las protestas pacíficas en Ecuador y Chile, mientras que Bachelet y Almagro condenaron lo que hubo de la violencia de los manifestantes, lo cual no hicieron en el caso de la violencia al por mayor de la oposición en Nicaragua o Venezuela. Los patrocinadores imperialistas de Bachelet y Almagro aseguran una defensa para los gobiernos de derecha que simpatizan con Estados Unidos y la Unión Europea, pero excluyen cualquier defensa para los gobiernos de inspiración socialista que no hacen lo que los imperialistas quieren. En América Latina, esto se aplica no sólamente en el sentido de que a Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela se les niega una defensa contra acusaciones falsas.
Se les niega también a Cuba y Venezuela una defensa contra la agresión sádica que busca matar de hambre a sus pueblos, privarles de la atención médica y robarles sus riquezas. Es cierto que Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela han obtenido enormes victorias morales en la ONU y en otros foros internacionales. Sin embargo, dado el férreo control occidental de la economía mundial, países como Cuba y Venezuela están prácticamente indefensos ante la sádica agresión económica impuesta a sus pueblos por Estados Unidos y sus aliados. No es casualidad que ahora mismo en América Latina prácticamente todos los gobiernos de derechas estén en crisis y es porque sus pueblos han vuelto a confirmar su rechazo de larga data a la agenda regional de las élites aliadas de Estados Unidos.
Recientemente se han impuesto toques de queda militares o estados de sitio en Guatemala, Ecuador y Chile, con el ejército desplegado para controlar las protestas. Las potencias occidentales dan a los gobiernos de derecha de estos países el beneficio de la duda a pesar de que cada uno es culpable de una despiadada represión de sus poblaciones. Sin embargo, tal como en Cuba y Venezuela, no se permite una defensa a los pueblos mayoritarios de América Latina contra las demandas e imposiciones de los países imperialistas depredadores. Estados Unidos y sus aliados europeos intervienen en los asuntos internos de los países latinoamericanos para defender los privilegios de sus élites aliadas de derecha y negar a las mayorías empobrecidas de esos países una defensa contra la deliberada y sistemática injusticia económica .
Desde la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de América del Norte y de Europa Occidental han aceptado la prosperidad doméstica como recompensa por aceptar que sus países siguen con el saqueo centenario del mundo mayoritario. Quizás la expresión más notoria de este acuerdo tácito fue el apoyo del Partido Comunista Francés en 1956 a los llamados “poderes especiales” que facilitaban las masacres y torturas del ejército francés en Argelia. Al vencerse ese pacto interno en los países imperialistas frente a un nuevo mundo multipolar, la mayoría de los progresistas occidentales, si bien son incapaces de defender a sus propias poblaciones mayoritarias contra la austeridad neloliberal, parecen más dispuestos que nunca a atacar a los gobiernos que sí defienden a sus pueblos, como los de Venezuela y Nicaragua.
El tema de la defensa y la autodefensa analizado por Elsa Dorlin es especialmente evidente en relación con la política sobre el cambio climático. Los progresistas en América del Norte y Europa generalmente aceptan un manejo corporativo de la crisis climática en desarrollo que camufla la guerra de clases de las élites occidentales contra sus propios pueblos y el mundo mayoritario. Para defender sus intereses de clase, los progresistas occidentales generalmente, igual que sus élites corporativas, abogan por la intervención en los países empobrecidos del mundo mayoritario. Así que efectivamente niegan a los pueblos de esos países una legítima defensa soberana contra la pobreza y la desigualdad. El sadismo autojustificante inherente a estos comportamientos es indiscutible. Igualmente inquietante es la siniestra comedia de la pseudo-curiosidad de la mayoría de los progresistas occidentales, que les hace incapaces de ver la democratización revolucionaria en Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela en defensa de sus pueblos contra el capitalismo corporativo occidental.
Los progresistas occidentales podrían aprender mucho de las políticas públicas de sus propios países si prestaran atención a las políticas económicas socialmente inclusivas de, por ejemplo, Nicaragua y Bolivia, o a las políticas de salud y educación de Cuba y Venezuela. Una razón por la que no lo hacen es porque simpatizan instintivamente con la Inquisición profana de las élites imperialistas sádicas de Occidente, en lugar de comprometerse como iguales en las estrategias de defensa de los pueblos mayoritarios del mundo que buscan liberarse de la mano muerta de esa misma Inquisición imperialista.