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  • 16 octubre, 2023

Palabras de Mármol para Israel y… otras de barro


Edwin Sánchez

I

Se han desatado las pasiones en este primer cuarto de siglo no cumplido, donde la falta de corazón, el exceso de soberbia y las maldiciones a flor de labio parecen vencer.

Menos mal que no vamos a unas elecciones entre la opulenta Irracionalidad pendenciera y el Sentido Común, carente de las potencias financieras de Caronte: la razón perdería el poder de convencer en el firmamento de las ideologías insensatas, pero no la capacidad de discernir entre la justicia y la perversidad.

Muchos, por principios cristianos innegociables, queremos que se pare la matanza de civiles y esa otra forma de infierno prematuro  —en la tierra de los vivientes— que es el terrorismo.

Atacar ciudades y volver vecindarios, escuelas, mezquitas e infraestructuras sanitarias en objetivos militares nos recuerda en Nicaragua a Somoza, cuando bombardeaba indiscriminadamente los cascos urbanos y los barrios.

Lo más grave es que la “respuesta” del actual gobierno de Benjamín Netanyahu coloca a un país legítimo entre la Espada de Hierro que pende sobre Gaza— y el espejo evitable de ser reflejo de la barbarie de una organización que demostró no representar al pueblo árabe ni al Islam, al convertir un Festival de Música electrónica en el desierto del Neguev, y los kibutz, en brutales polígonos de tiro con blancos humanos indefensos.

Hoy, el mundo está conmovido y, peor, dividido.

Días de filias y fobias.

Unos prefieren mirar hacia otro lado, en el confort del No-sabe/No-responde.

Otros, echar más leña al fuego para vender armamentos y disfrutar cómodamente —desde la paz del Complejo Militar Industrial— de la hecatombe, los niños sacrificados y los lamentos lejanos, en muerto y a todo dolor por TV.

Algunos, incluso, toman los trágicos eventos tal como si se disputara una supercopa de fútbol en Oriente Medio, sin tarjetas amarillas ni rojas.

Los destructores cohetazos de Hamas, con masacres de civiles desarmados, secuestros y hasta turistas en medio (que unos “no ven”), y el mortífero ultraderechismo de los Sharon tan inacabables como implacables hasta con los pacientes en cuidados intensivos (que otros tampoco admiten, pero admiran), causan en ciertos fanáticos del fratricidio el furor baladí de los goles: “¡Yo voy con Palestina!” …

No faltan los maniqueístas para quienes la realidad debe tener las virtudes de la plastilina, a fin de amoldarse a sus “planteamientos ideológicos”, pase lo que pase: si de “izquierda”, son “pro-palestinos”; si de derecha, “pro-israelí”.

Y hay quienes aprovechan las circunstancias para sacar el antisemitismo que por años han segregado de a poquito, y ahora es el momento de inocular toda su ponzoña de tinte Nazi.

 

Es, pues, una oportunidad de oro para las palabras que no pasarán de ser tiestos de barro.

Hora de desenvainar el nihilismo…

Hora de las pálidas almas que adelantan epitafios que jamás tendrán lápidas.

Y en este reinado del palabrerío, de lo banal, hueco y envenenado, también es hora de recordar y hablar veracidades; tiempo de la gente de pensamiento inteligente…

Palabras de mármol.

Al periodista Jeffrey Goldberg, de la revista estadounidense The Atlantic, el Comandante Fidel Castro le dijo:

Ellos (los judíos) han sido más injuriados que los musulmanes porque han sido responsabilizados e injuriados por prácticamente todo. Nadie culpa a los musulmanes de nada” … “el gobierno de Irán debe entender que los judíos fueron expulsados de su tierra, perseguidos y maltratados en todo el mundo, con el argumento de que mataron a Dios… durante 2.000 años (los judíos) fueron sujetos a una persecución terrible y a los terribles pogroms. Uno pensaría que hubieran desaparecido. Yo creo que fue su cultura y religión que los mantuvo unidos como una nación”.

Palabras sabias, rotundas, que nos oxigenan ante tanta polución verbal y fatal que no ilumina ni encamina a nada más que al inhumano callejón sin salida de culpar de todo a Israel.

 

Sí, la nación que ha padecido más que cualquier otro pueblo en todas las edades, y que aún está entre nosotros es Israel, a pesar de los que anhelan su extinción completa de la faz de la tierra.

Los antiguos y los modernos imperios han arrasado —a filo de espadas, desde las carabelas hasta los portaviones y drones— pueblos enteros, sometidos a esclavitud, al coloniaje y otras infamias.

Sin embargo, en vez de asumir sus responsabilidades históricas o actuales, sus descendientes y los actores de hoy, organizan las Olimpiadas del Cinismo donde, para variar, son los medallistas de la “libertad”, los “derechos humanos” y la “democracia”.

Y mientras todos estos “sacro-imperios” hicieron y hacen de las suyas, sin pasar por ningún tribunal — porque allí también son sus magistrados—, a las 12 Tribus de Jacob se les achaca todos los días la más horrenda acusación que podría soportar una raza, un país, una comunidad: ser deicidas.

Larguísima es la lista de los tipejos y personajes que han querido borrar del mapa, y del espíritu de los hombres, a Israel, aprovechándose del vil infundio bimilenario de que son “culpables” de haber matado a Dios.

De ahí, los más bárbaros sátrapas y asesinos que en la historia han sido, se han agarrado para perseguir, hostigar, confiscar, encarcelar, deportar, denigrar, abolir su identidad nacional y quitarles a los hebreos hasta el más básico de los derechos: existir.

Llegan al colmo de declarar estado espurio a Israel, o que nació en 1948, un acto jurídico que apenas refrenda a la nación que salió de los lomos del patriarca Abraham.

Hay incrédulos (no todos), saltimbanquis y teólogos que deliran al alimón con ver a una nación antiquísima en el banquillo de la Migra global, para declararlo Estado indocumentado.

Lo bonito del caso es que los tales pertenecen a países que ni soñaban en aparecer en el escenario de la Historia Universal, cuando el salmista, poeta, profeta y prominente antepasado de Jesús, David, ya era el Rey de Israel. Entre sus múltiples credenciales de gloria se anota su conquista de Jerusalén, la disuelta Jebús, entonces en poder de los jebuseos.

Esto no sucedió hace 75 años. Es un acontecimiento de más de ¡tres mil años!, en la tierra prometida.

La sede del reino de David jamás perteneció a los extintos filisteos. Además, como apunta la BBC, “Aunque los nombres se parecen, no existe una conexión entre los antiguos filisteos y los actuales palestinos”.

Se cree que (los filisteos) emigraron al antiguo Israel desde territorios en el occidente, alrededor del siglo 12 AC” (BBC Mundo, 11 julio 2016).

Palabras de barro…

Orígenes (185-253 d.C.), es uno de los Padres de la Iglesia. Ya temprano fue precursor de la veta antisemita que se explotaría durante 19 centurias, que abarca el siglo XXI de los avances científico-tecnológicos, con no pocos especímenes de la Edad de Piedra de la Codicia, el Odio y la Miseria Humana.

Él escribió contra el pueblo judío: “Puesto que han cometido el crimen más impío de todos los crímenes al conspirar contra el Salvador de la humanidad en la ciudad donde ofrecían a Dios los rituales habituales que simbolizaban misterios profundos. Por eso, la ciudad donde Jesús sufrió semejantes vejaciones debía ser completamente destruida. La nación judía debía ser destituida, y la invitación de Dios a la santidad transferida a otros, quiero decir a los cristianos”.

Para que no digan que el antisemitismo es una Marca Registrada de la Iglesia Católica®, el propio líder de la Reforma Protestante, Martin Lutero, arengó, entre otras encendidas diatribas, que en las sinagogas “se congregaban los adoradores del diablo, había que aplastarlos, decomisarles sus libros” y, poco antes de fallecer, demandó la expulsión de los judíos de Alemania.

Hitler no solo se inspiró para el Holocausto en el superhombre de Nietzsche, sino también en el aplasta-judíos de Lutero.

II

Palabras de mármol:

Uno de los Padres de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), tras señalar a los autores, absolvió a Israel de llevar a la cruz al Redentor.

“…entre los judíos había unos mayores y otros menores, ‘los mayores que se decían príncipe suyos’, conocieron como también los demonios que él era Cristo prometido en la ley, porque vieron en él todas las señales que los profetas dijeron que sucederían; pero ignoraban el misterio de su divinidad (…) Sin embargo, debe saberse que su ignorancia no les escusaba del crimen, porque veían los signos evidentes de su divinidad pero los interpretaban mal por odio y por envidia a Cristo y no quisieron creer en sus palabras por las que confesaba que él era el Hijo de Dios”.

Del pueblo, dice: “Pero los menores, esto es, la plebe, que no conocían los misterios de la Escritura, no conocieron plenamente que él mismo era Cristo ni Hijo de Dios; pues aunque algunos creyeron en él, la multitud sin embargo no creyó, y si alguna vez dudaron, si él mismo sería el Cristo a causa de la multitud de los milagros y la eficacia de su doctrina, como se ve (Joan 7), fueron sin embargo engañados después por sus príncipes y no le creyeron ni Cristo ni Hijo de Dios” (Suma Teológica pp. 540-541).

El Concilio Vaticano II, (1962- 1965), actualizó a la Iglesia Católica respecto a Israel: “Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo, no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy” (Declaración Nostra Aetate, CVII).

III

Pese a que algunos por su irracional antisemitismo maldicen a la patria del rey David, se aprovechan de su invaluable asistencia a la raza humana.

Dar al César lo que es del César no niega lo que proviene de Dios.

Antes de que aparecieran dos eminentes científicos con un colosal milagro obtenido en sus laboratorios, la poliomielitis castigaba sin piedad a la niñez del planeta.

A Jonas Edward Salk y Albert B. Sabin se debe el triunfo, en 1962, sobre esta enfermedad que marcaba a los sobrevivientes infantiles para siempre.

Ambos científicos estaban unidos por una misma raíz natal: Israel. Gracias a ellos, en los países donde se aplicó el producto de sus trabajos, se erradicó el flagelo.

¿Cuántos hombres y mujeres les debemos hoy, a estos descendientes de Abraham y Sara, la bendición de no movernos en este mundo con muletas o silla de ruedas?

El Señor, por medio de sus profetas, nos enseña que en la sangre está la vida. Por eso la ley mosaica ordena no consumir el líquido orgánico de los animales, menos derramar la del prójimo. Los árabes son más que prójimos: son hijos del mismo Patriarca.

No es casual, entonces, que haya sido un judío quien, tras muchos estudios, clasificara los grupos sanguíneos. Karl Landsteiner fue Premio Nobel de Medicina en 1930.

Sus hallazgos han salvado de morir, por incompatibilidad durante las transfusiones sanguíneas, a millones de personas.  Merced a su labor científica la gente sabe a qué grupo pertenece, si es O+, O-, AB, A, B. Información vital a la hora de una emergencia.

Tampoco es al albur que un joven judío anónimo, sin recursos, que no estaba en las Grandes Ligas de la Biología, descifrara nada menos que los misterios del ácido desoxirribonucleico, ADN, por donde fluyen las características, la herencia y el diseño de lo que será cada ser vivo.

Marshall Nirenberg mereció el Premio Nobel en 1968.

Agregamos el rayo Láser, descubierto por el ingeniero físico Theodore Harold Maiman, en 1960. Entre la infinidad de funciones se ocupa como lector de DVD y CD, en la cirugía con precisión y corrección de miopía, en los telescopios estelares, en la facturación a través del código de barras.

Sin el Láser fuera imposible la Internet.

La esencial Quimioterapia permite que multitudes se salven del cáncer. Esto debido al esfuerzo de dos ilustres cerebros de la química, con el sello de la Estrella de David: Louis S. Goodman y Alfred Gilman.

Ahora nadie se levanta a cambiar el canal de su televisor o apagarlo. O encender el equipo de aire acondicionado. El control remoto es la invención de un par de descendientes judíos: Eugene Polley y Robert Adler.

Todos los días, sin darnos cuenta, hacemos uso de las inconmensurables bendiciones que el Señor YHVH da mediante la Casa de Israel.

Mas los dones de Dios también provienen de otras nacionalidades: allí están los eminentes afrodescendientes norteamericanos, el genio George Washington Carver o el increíble neurocirujano de los milagros, Ben Carson.

Estas son apenas algunas de las múltiples contribuciones científicas y tecnológicas que han hecho los hijos de Israel.

Y si hablamos español no lo es tanto por España. También debemos agradecer al pueblo judío que contamos la dicha del castellano.

El finado escritor Carlos Fuentes, en la inauguración del III Congreso Internacional de la Lengua Española, ilustró: “Somos lo que somos y hablamos lo que hablamos porque los sabios judíos de la Corte de Alfonso el Sabio impusieron el castellano, lengua del pueblo, en vez del latín, lengua de la clerecía, a la redacción de la historia y las leyes de Castilla (Rosario, Argentina, 2004).

El Eterno dijo al Patriarca de Ur: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.  Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3).

Palabras de mármol cumplidas al pie de los hechos de oro. En Jesucristo somos benditos.

Las autoridades israelíes debieran actuar con la grandeza de sus enormes profetas, y no como si las páginas sagradas que cambiaron al mundo no valieran nada ante el inferior papel profano de los que hoy se consideran los ungidos de la “democracia”, cuando en verdad son mesías del colonialismo.

Y, por supuesto, estar a la altura del pueblo de Israel que se encuentra entre los que tanto han contribuido al bienestar de la Humanidad.

Y hacia Belén, la caravana pasa

 

 

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