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  • 30 octubre, 2023

Potencias, hora de prender la luz sin llegar al final del túnel


La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos.

                                                                                                 Proverbios 18:21

Edwin Sánchez

I

En esta época que los historiadores llamarán borrascosa o esplendorosa, según el comportamiento de los poderosos, urgen los mensajeros de la paz.

Mensajeros que marquen un camino mejor que el propuesto por los devotos de las “estrategias” de exterminio masivo.

Son tiempos de desafío.

Sí, máxime cuando las mentiras sustituyen la realidad, las opiniones suplantan los hechos, las diatribas reemplazan los análisis y las falacias se visten de sermones.

Ni qué decir del imperio de la desinformación que “corrige” la verdad (porque no es rentable) para no “saturar” las portadas, ni mucho menos los telenoticieros que —como parte de la industria del entretenimiento— deben mantener los cerebros de la teleaudiencia en modo avión, con tal de no bajar el rating.

Dos potencias indispensables en este mundo, China y Rusia, han demandado un “inmediato, integral y duradero” cese al fuego a Israel y Palestina.

Hablan alto y claro.

No le doran la píldora a nadie. Si algo excluyen es la retórica sibilina.

Y echan abajo la posverdad que tanto circula de uno y otro lado, respecto a las hostilidades en las históricas tierras.

Es que cuando ya los raudales de sangre son un nuevo tributario del Mar Mediterráneo, no caben las ambigüedades ni la narrativa de los cíclopes.

Unicef divulga que más de 400 niños palestinos son asesinados o heridos cada día por los bombardeos israelíes.

Y Hamas lanza incesantes andanadas de cohetes contra Israel, constatan agencias de prensa.

Vemos que ni China ni Rusia atizan la contienda.

Tampoco han coqueteado con el terrorismo, porque ningún ideal de justicia provoca muertes sin sentido, secuestros y masacres de ciudadanos, destrucción de apartamentos, casas, hospitales e instalaciones civiles.

Cuando se eleva a “causa” un acto terrorista, termina dinamitándose la ética para que reine la sangrienta intransigencia que conduce, inevitablemente, a “la solución final” que obsesionó a Adolfo Hitler. Lamentablemente, sus émulos en la actualidad alcanzan el Nirvana con cada ramillete de rockets “obsequiado” a Israel.

La posición equilibrada de ambos colosos es un serio exhorto al fin del conflicto a través del diálogo, no de los arsenales, las mortandades y los agrios discursos de uno y otro lado.

Ya no caben las “soluciones” del unilateralismo.

Ya no es posible el Pensamiento Único Global.

Si de la democracia se es abanderado, los arreglos deben ser consensuados, democráticos. Inclusivos.

No dictados.

Un acuerdo impuesto es un “entendimiento” sin sentimiento ni consentimiento, vale decir, un inaceptable sometimiento.

En este siglo, creer que los países nacieron para ser subalternos de algún absolutismo, per saécula saeculórum, es un anacronismo.

Esto significa que el hegemonismo constituye, hoy por hoy, una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad mundial, porque —aparte de prolongar innecesariamente la pugna entre las partes contendientes con armas convencionales— puede mandar a la civilización completa al callejón sin salida de la tragedia nuclear.

Ver, por eso, el problema de forma integral y sin apasionamientos geo ideológicos, vale decir, sin anteojos de cuero (esos de los caballos cocheros de Granada y Masaya), es lo más responsable. Y mientras más enorme es el poder, mayor debe ser la responsabilidad para ejercerlo en beneficio de la humanidad.

El tuerto respaldo a uno o a otro, solo por identificación política, como hacen las “lumbreras” del fanatismo, sin mirar la barbarie al alimón Hamas-Netanyahu —haciendo caso omiso al secuestro y asesinato de gente que nada tiene que ver con el conflicto árabe-israelí, el diluvio de bombas sobre edificios en Gaza, que no son cuarteles— en nada abona a menguar las tensiones en Medio Oriente.

II

Lo que hace falta en este tramo del primer cuarto de siglo es una diplomacia más diáfana, sin intereses creados, en la que pese más el dolor —el drama, los niños heridos, mutilados, muertos o huérfanos, y las viudas que deja la conflagración— que la levedad de las sinrazones políticas, los cálculos de las metrópolis y las agendas escondidas.

Ya no cabe echar más misiles a las llamas, mientras los que pueden detener la guerra están en el balcón.

“Se debe alcanzar un cese al fuego sin demora. Este es el llamado del secretario general (Antonio) Guterres y este es el llamado de la comunidad internacional”, dijo Zhang Jun, representante permanente de China ante Naciones Unidas.

El lunes, China admitió, en referencia a Israel: “Todos los países tienen derecho a la autodefensa, pero deben respetar el derecho internacional humanitario y proteger a los civiles”. Así se lo comunicó, vía telefónica, Wang Yi a su homólogo israelí, Eli Cohen.

“China condena cualquier acción que dañe a civiles y se opone a las violaciones del derecho internacional”, reiteró Yi.

Por lo que se advierte, el involucramiento de China ante la grave situación no es por “intereses egoístas”, mientras respalda los esfuerzos encaminados a una paz estable y “la reconciliación entre Palestina e Israel”.

En la ONU, el embajador del gigante asiático subrayó: “Es necesario señalar que permitir que los combates en Gaza se prolonguen o se intensifiquen con la justificación que sea, no tendrá como resultado una victoria militar completa para ninguno de los dos bandos, sino que muy probablemente tendrá como resultado una catástrofe que envuelva a la región entera, arruine por completo las perspectivas de una solución de dos Estados, y hunda a los pueblos palestino e israelí en un perpetuo círculo vicioso de odio y confrontación”.

El diplomático Jun ha dado en la clave de los que atizan la matancina desde la protección que brinda y blinda la distancia: “Los países deben defender la conciencia moral en lugar de aferrarse a los cálculos geopolíticos, por no hablar del doble rasero. El Consejo (ONU) debe hacer todo lo que esté en su poder en favor de la paz, en lugar de recurrir a un lenguaje complicado o de dar luz verde para que la situación se agrave y para que más civiles enfrenten la amenaza de la muerte”.

 

III

No es hora del maniqueísmo soberbio, de ver un enfrentamiento entre “ángeles” y “diablos”. ¡Qué demonio puede ser un niñito muerto por la decisión demencial de agotar todo el inventario armamentístico!

Al final, son vidas humanas las sacrificadas por la obcecación de unos envalentonados por el apoyo extrarregional y el fundamentalismo de otros que quieren borrar del mapa al Estado de Israel, al cual le endilgan toda clase de epítetos antisemíticos para justificar su abominable pretensión.

Gracias a Dios, no solo hay prepotencias; hay potencias con liderazgos sensatos.

Estados Unidos debe sumarse a prender la luz, sin necesidad de llegar hasta el final del tenebroso túnel.

Reportes de prensa indican que la Federación Rusa introdujo en la ONU un proyecto de resolución en el que reprueba “firmemente todo tipo de violencia y hostilidades contra los civiles”, además de solicitar el retiro del ultimátum israelí para el éxodo de civiles en la franja de Gaza.

La nación más grande del planeta, en una muestra de cordura y ecuanimidad, condenó también la agresión de Hamas contra Israel, el 7 de octubre, y, por supuesto, los bombardeos indiscriminados autorizados por el primer ministro Benjamín Netanyahu contra Gaza.

Silenciar los cañones, detener las tóxicas emisiones de odio, más letales que el CO2 —al disparar el calentamiento militar global—, y darle vuelta a la página de este ensayo sinsentido del Apocalipsis, a partir de los presupuestos enunciados, digamos, ecuménicos, es la prioridad.

El concurso de estas naciones podría también generar un positivo cambio climático que mande al carajo el insalubre efecto invernadero de la unipolaridad, y se instale un justo y salubérrimo nuevo orden internacional.

A estas alturas, no se puede seguir viendo que la fuerza es sinónimo de razón y que para hacerse oír, es imprescindible que el plomo —y no la pluma de la sabiduría— rubrique la supremacía de la monomanía de unos cuantos sobre el Derecho Internacional, las soberanías nacionales y la Paz de todos.

De lo contrario, la destrucción bárbara que se aprecia hoy, puede ser la real metáfora del futuro: los proyectos, soluciones, mandatos y más resoluciones de papel, solo demostrarían que los escombros del Medio Oriente también son las ruinas de un inútil organismo que en el pasado se llamó “Naciones Unidas”.

 

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