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  • 28 abril, 2020

Ramonet, el Comandante Daniel siempre ha estado al mando


Por| Stephen Sefton/ Tortilla con Sal

El reciente artículo “Ante lo desconocido… La pandemia y el sistema mundo” de Ignacio Ramonet es interesante tanto por lo que omite como por lo que Ramonet tiene que decir. La principal omisión es el decidido ataque de clase de parte de las élites gobernantes occidentales y sus representantes políticos que están explotando la pandemia del COVID-19 para crear las condiciones para un represivo reinicio del capitalismo corporativo. Han montado este ataque tanto adentro de sus propios países como a nivel internacional.

Ramonet hace la dudosa afirmación de que “Nadie sabe interpretar y clarificar este extraño momento de tanta opacidad, cuando nuestras sociedades siguen temblando sobre sus bases como sacudidas por un cataclismo cósmico… Cuando todo termine la vida ya no será igual.”. Este lenguaje es sensacionalista y falso, y trae a la mente el comentario del personaje Tancredi en la novela de Lampedusa “Para que todo siga igual, todo debe cambiar”. Algunas cosas pueden cambiar, pero la vida seguirá igual, sea lo que sea lo que Ramonet desee.

El capitalismo corporativo continuará explotando y destruyendo los recursos del planeta. Las élites imperialistas de América del Norte y Europa continuarán haciendo la guerra a la mayoría empobrecida del mundo. Los Estados Unidos continuarán su lento declive en relación con China y Rusia. La mayoría empobrecida de América Latina y el Caribe seguirá exigiendo y luchando por la justicia. Las Naciones Unidas y sus instituciones seguirán siendo corrompidas por la financiación e intromisión corporativa. El Presidente de los Estados Unidos seguirá siendo un belicoso rehén de las luchas internas entre los oligarcas del país. Prácticamente todo seguirá igual, entre lo cuál lo más importante es la lucha implacable de la mayoría del mundo por una vida decente.


De hecho, mucha gente tiene absolutamente claro lo que está pasando. Ven cómo una genuina emergencia sanitaria internacional muy seria, pero de ninguna manera catastrófica, está siendo explotada por las oligarcas occidentales para concentrar todavía más su poder monopólico e intensificar la relación esencialmente fascista entre el Estado y el poder corporativo en Occidente. Para las élites occidentales, la crisis de COVID-19 se produjo en un momento muy oportuno, ofreciendo a las élites financieras corporativas occidentales y a sus gobiernos comprados un pretexto para otra tremenda transferencia de riqueza a esas élites a través de la intervención gubernamental.

Al mismo tiempo la crisis permitió a las élites occidentales intensificar sus ataques contra, por ejemplo, Cuba, Irán, Nicaragua, Palestina, Siria, Venezuela y Yemen y diversificar el alcance de su ofensiva contra China y Rusia. Por ese motivo el pasado 15 de abril el presidente de Nicaragua, el Comandante Daniel Ortega, insistió en el imperativo de la paz, el fin de todo tipo de agresión y en que ha llegado el momento de cambiar las armas nucleares por los hospitales. Los líderes de Cuba, Nicaragua y Venezuela ven muy claramente que la crisis es, en efecto, un momento que exige un cambio profundo y una solidaridad global. Pero también conocen muy bien la cruel perversidad del gobierno de los Estados Unidos y sus aliados.

A pesar de ofrecer un amplio informe de las muchas ramificaciones de los efectos de COVID-19, Ignacio Ramonet en su artículo omite muchas opiniones e informaciones relevantes. Mientras que descarta correctamente la idea de que el virus se haya escapado de un laboratorio en algún lugar, todavía existe incertidumbre sobre el origen del virus tanto en términos de tiempo como de lugar. La fuente identificada más conocida fue Wuhan, en China, a finales de diciembre de 2019, pero los médicos de Italia creen que puede haber estado circulando allí ya en noviembre de 2019. Ramonet también hace hincapié en la agresiva naturaleza mortal del virus aparentemente sin considerar los últimos datos que indican que la letalidad de COVID-19 es, después de todo, a pesar de los diversos síntomas que el virus provoca, similar en general a un variante muy grave de la influenza.

Prestigiosos académicos como el Dr. John Ioannidis de la Universidad de Stanford y médicos muy comprometidos, con décadas de trabajo en el tratamiento de epidemias, sostienen de manera convincente que los últimos datos basados en confiables pruebas representativas apuntan a una baja tasa de mortalidad en relación al número de casos, por ejemplo, el 0.03% en California y el 0.1% aún en Nueva York. Ramonet parece preferir aceptar el alarmismo de los reportajes de los mismos medios corporativos notorios por su desinformación en pasados momentos de crisis, en lugar de la realidad basada en los datos. En cambio, Ramonet sí ofrece una buena explicación de por qué el virus ha tenido un efecto tan devastador en los sistemas de salud pública de América del Norte y Europa. Como señala él, los principales factores han sido una preparación inadecuada, la falta de medidas preventivas a tiempo y la ausencia de una educación oportuna en materia de salud pública.

Por otra parte, un factor clave que Ramonet omite y que ha sido crucial para el éxito de las medidas de contención del virus en los países socialistas ha sido la organización popular masiva. Bajo las administraciones socialistas como las de Vietnam, Kerala en la India, Cuba, Nicaragua y Venezuela, los programas masivos de prevención, educación y monitoreo casa por casa han dado resultados igual que buenos o incluso mejores que el tipo de medidas digitales de vigilancia y control aplicadas en otros lugares. Por ejemplo, Nicaragua ha logrado hacer más de 4 millones de visitas casa por casa. De manera indirecta, Ramonet refiere a este punto cuando señala que las cosas convencionales como el jabón para lavarse las manos, las máquinas de coser para producir máscaras y las medidas tradicionales como el distanciamiento físico han sido fundamentales para superar con éxito los efectos de COVID-19.

Curiosamente, en la revisión del tema por Ignacio Ramonet está ausente la discusión altamente relevante sobre el papel de las cuarentenas. Las medidas actuales de cerrar las sociedades y economías de manera total contradicen siglos de sólida práctica médica por la cual la cuarentena se aplica a las personas que están enfermas, no a las que están sanas. Ahora bien, en muchos países, poblaciones enteras, principalmente sanas, han sido encarceladas durante semanas. Es evidente que las sociedades con características muy diversas aplicarán medidas muy diferentes. Durante mucho tiempo, la falta de pruebas ampliamente disponibles, robustas y fiables para COVID-19 obstaculizó drásticamente una respuesta mundial eficaz y apropiada a COVID-19. Pero Ramonet podría haber señalado que los últimos datos basados en pruebas fiables y representativas sugieren que la diferencia en las tasas de mortalidad es estadísticamente insignificante entre los países que han puesto en cuarentena a su población y los que no lo han hecho.

Así pues, si bien una respuesta de salud pública muy agresiva puede haberse justificado inicialmente, en este momento puede que ya no se justifique. Ya sea así o no, los países que han implementado una cuarentena estricta se enfrentan ahora a un doble dilema. En primer lugar, a medida que las autoridades relajan las restricciones, el virus puede comenzar a reaparecer de nuevo como parece haber sucedido en algunos lugares de China. En segundo lugar, las personas que emergen con sistemas inmunológicos debilitados después de muchas semanas de aislamiento bien podrían contraer otras enfermedades infecciosas, lo que llevaría a una presión repentina sobre los sistemas de salud que todavía sufren los efectos de haber abordado el COVID-19. Ese efecto se verá sin duda agravado también por las personas con diversas afecciones crónicas que sienten desesperadas por obtener la atención que temían buscar durante el aislamiento.

El propio Ramonet parece aceptar a pie de la letra una imagen de “ciencia” hecha a medida para los gobiernos occidentales y depredadores corporativos como Bill Gates. Por ejemplo, la orientación administrativa ha sido errática en relación a cómo se registran los diagnósticos y las muertes. Italia, los Estados Unidos y el Reino Unido han adoptado directrices que tienden a exagerar el número de muertes por COVID-19, mientras que otras jurisdicciones han seguido reconociendo la diferencia entre morir “por” el virus y morir “con” el virus. Estos asuntos son relevantes para las observaciones de Ramonet sobre cómo el virus ha estimulado una avalancha de información falsa en la cual él omite la cuestión básica de la desinformación derivada de datos deficientes.

Saltando estos importantes detalles, Ramonet sugiere que quizás el mundo se encuentra en “un momento de rotunda transformación.” o que puede haber “una suerte de estampida revoltosa de ciudadanos indignados -muy indignados- contra diversos centros de poder acusados de mala gestión de la pandemia”. La experiencia de los últimos 50 años sugiere lo contrario. En todo Occidente, las poblaciones no sólo se han sometido a las medidas restrictivas de amplio alcance que Ramonet analiza en su artículo, sino que en su mayoría las han acogido con agrado. En lo que respecta al apoyo político al cambio, las cuestiones fundamentales de clase y poder son pertinentes tanto a nivel nacional entre los acomodados y los empobrecidos, como a nivel mundial entre el Occidente imperialista y el mundo mayoritario que el imperialismo occidental ha saqueado durante siglos.

Ramonet sí cubre la cuestión de la desventaja de clase en relación al acceso a la atención sanitaria en los Estados Unidos, la difícil situación de los migrantes en todo el mundo y los terribles efectos injustos de la gran desigualdad en las sociedades de los países en desarrollo. En contra de esa deprimente realidad, Ramonet con razón ofrece el inspirador éxito de Venezuela en la contención del virus y los brillantes iniciativas de la solidaridad Cubana sin precedentes a nivel internacional, a pesar del genocida bloqueo e inhumanas sanciones estadounidenses contra ambos países. Sin embargo, otra omisión flagrante en el relato de Ramonet sobre la pandemia es la importante experiencia de Nicaragua. Nicaragua no sólo ha sido el país de la región que más éxito ha tenido hasta ahora en la contención del virus COVID-19, sino que también es uno de los únicos países de la región que ha logrado mantener su economía abierta y evitar el endeudamiento masivo para hacer frente a los efectos económicos de la pandemia.

La experiencia de estos tres países contradice la afirmación de Ramonet de que “El planeta descubre, estupefacto, que no hay comandante a bordo… “. En Nicaragua nuestro Comandante Daniel siempre estuvo al mando, al igual que el Presidente Nicolás Maduro en Venezuela, y el Presidente Díaz Canel y sus compañeros en Cuba. Y siempre más allá de ellos, muy cerca, han estado los ejemplos e inspiración del Comandante Carlos Fonseca, el Comandante Hugo Chávez, el Comandante Fidel y el Che. Junto a Daniel, Nicolás y Miguel, ellos también han estado al frente de esta crisis y siempre lo estarán en el futuro también.

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