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  • 2 diciembre, 2019

Recordando al Comandante Borge


Optimistas incurables: un mensaje de Tomás Borge

Con ocasión de los 10 años del triunfo de la revolución en Nicaragua, el Comandante Tomás Borge tuvo la oportunidad de hablar a diversos grupos cristianos de la República Federal Alemana, por quienes fue invitado para “dar razón” de las esperanzas del pueblo nicaragüense.

Tomás Borge

Un revolucionario del Tercer Mundo se dirige, con imágenes bíblicas, a quienes en el Primer Mundo buscan una brújula para sus esperanzas. Esto fue a comienzos de junio. Casi a finales de julio, Tomás Borge tenía de nuevo la ocasión de hablar a un representativo grupo de cristianos latinoamericanos y europeos que celebraron en Managua la VIII Conferencia de la Coordinadora de Solidaridad con América Latina “Monseñor Oscar Arnulfo Romero”. Ya en Nicaragua, parcela muy especial del Tercer Mundo, el tema fue el mismo: el amor, la esperanza, el sentido más último de la revolución sandinista. Este texto lo compuso Envío con fragmentos de ambos discursos, que siguen el hilo de una misma lógica y brotan de una misma fuente.

“Las revoluciones verdaderas abren llagas en los costados”

“Hay quienes creen sólo en los cinco sentidos. Son los que carecen de fe. Hay quienes creen en el sentido del amor. Son los que tienen fe.

Hay quienes piensan que la sociedad es un territorio inmóvil, tal vez un pantano, quizás una vitrina iluminada. Son los que no creen, los que dudan de la posibilidad de los cambios sociales. La clave de esta contradicción es el amor. El amor a Dios o el amor al hombre. A veces el amor a Dios es el amor al hombre. A veces el amor al hombre es el amor a Dios. NO hay nada que se parezca tanto a ese amor como una revolución verdadera. Las revoluciones verdaderas producen llagas en los costados -y el que no lo quiera creer, que no lo crea-, hilillos ardientes y rojos cayendo desde la corona de espinas -y el que no lo quiera creer, que no lo crea-.

Yo sí lo creo, porque he tocado las llagas y he visto la corona de espinas. Yo sí lo creo, porque he comprobado que las revoluciones resucitan a los pueblos.

A nadie debe extrañar, por tanto, que una revolución auténtica, primogénita del fuego, origine hostilidad, calumnias, agresiones, martirios. Esas son las llagas en que algunos no creen. Como Judas, que para ser traidor tuvo que abandonar la fe; como Tomás, que para creer introdujo las manos en el misterio.

Aquí están, hermanos, nuestras llagas abiertas. Son ochenta mil muertos, decenas de miles de lisiados, decenas de miles de huérfanos, decenas de miles de madres que en la confrontación perdieron el fruto de sus entrañas. Aquí está nuestra hambre, esa otra llaga.

Aquí está también nuestra alegría. Nosotros, los hijos de la lava derretida, creemos en la resurrección, porque hemos renacido después de cada muerte. Aquí está nuestra resurrección, recuperen la fe los que la han perdido.”


“Esta revolución ha sobrevivido por la fe”

“¿Por qué sobrevive esta revolución? Las reglas de la lógica formal indican que estábamos destinados al abismo, es decir, a la derrota. Pero ¿por qué en lugar de desaparecer, la revolución se ha multiplicado como los panes y los peces del evangelio?

Yo creo que la revolución ha sobrevivido por la fe. Una fe con raíces en las leyes de la historia, una fe que va más allá de las fronteras del hambre, la desinformación y la sangre. Una fe rasgada como las cuerdas de una guitarra.

El pueblo de Nicaragua -y ahí está el milagro- tiene fe en la obra de sus manos. El pueblo de Nicaragua es verdad que tiene fe en Dios, y esa fe en Dios también ha contribuido a mantener otra fe, la fe prodigiosa y singular que el pueblo tiene en sí mismo, la inquebrantable confianza en su ser y en su fuerza.

Lo demás es verdad: la solidaridad internacional, la solidaridad de los pueblos. Es cierto que el mundo ya no es tan ancho ni tan ajeno, que ha disminuido el número de los arrodillados, de los tristes y sórdidos tugurios morales, que abundaban en el mundo entero y que siguen persistiendo en todos los continentes. Es verdad que este pueblo está armado hasta los dientes de guitarras y de fusiles, pero la tabla de salvación -además infalible- es la fe del pueblo en el fruto de su vientre, en su ruda terquedad de existir y la certeza de que es inmortal.

Durante estos diez años han pasado torrentes de sinsabores, ríos de rosas y sangre fresca; tumultuosos se han repetido los estribillos, las calumnias, las verdades a medias; las mentiras hediondas han recorrido este pedazo de la historia nicaragüense. Ahora hay escasez de productos, inflación, pobreza. Sobre los hombres de los trabajadores empiezan a desteñirse las costuras e las camisas, se han congelado los programas de salud, y Fernando Cardenal bien sabe las enormes dificultades que tienen los espléndidos logros de la alfabetización y la reducción sustantiva de la mortalidad infantil.

La patria está poblada de cruces, por las avenidas de Managua y de todas las ciudades de Nicaragua marchan las sillas de ruedas, los estómagos vacíos y una que otra golondrina desilusionada. Pareciera ser que aquí están dadas todas las condiciones de Caracas, de Santo Domingo, de Buenos Aires y de Rosario, mas el pueblo en lugar de marchar al asalto de los supermercados, marcha con júbilo hacia la plaza de la revolución, marcha indetenible hacia la tierra prometida.

Nos arrebataron el pan, incendiaron la raíz de nuestras cosechas, nos crucificaron, pero estos siniestros, impúdicos y criminales propietarios del imperio se olvidaron del tercer día, nunca lograron entender que dentro de cada muerto había una resurrección”.


“De dónde viene la esperanza en el Tercer Mundo”

“Nicaragua pertenece al Tercer Mundo. Tercer Mundo que es el último en el orden en que suelen mencionarse los mundos, siendo el primero en la pobreza, en el atraso, en el crepúsculo.

Sin embargo, en el Tercer Mundo hay confianza en las perspectivas, en los horizontes desde donde se divisan las primeras señales del sol.

¿De dónde provienen las esperanzas del Tercer Mundo? Pregunta difícil, porque las expectativas de las naciones pobres parecieran ser propicias sólo a la desesperanza.

¿De dónde provienen, a pesar de todo, para los pobres de nuestras tierras, las esperanzas? ¿Cómo es posible que las mantengamos ante la sinrazón de los ricos que nos amenazan -como se amenazan a sí mismos- con el fuego y las tinieblas, con el desconcierto absoluto, con los dientes definitivos de cincuenta mil ojivas nucleares?

¿Cómo comprender nuestro optimismo, si fuimos sacrificados por la inflación, si estamos cada vez más endeudados, si nos han herido con el intercambio desigual, si tenemos hambre, si nos empecinamos en repartir la fragancia de las flores silvestres?

Los habitantes del Tercer Mundo tenemos esperanzas a pesar de ue no logramos entender por qué no se nos entiende. Pues muchos aún no entienden que somos víctimas de la insolencia, del despojo y la feroz imposición; como no entienden que algunos hayan determinado constituirse, no se sabe por qué, en tribunal de nuestras conciencias y en amos de nuestras decisiones.

Esperanzas, sí señor, tenemos. Esperanzas pese a que no logramos entender por qué gran parte de los hombres, en especial los que viven en los países ricos, no entienden nada de nosotros.

Los hombres de las tiendas abarrotadas no entienden aún que somos violados y no violadores, agredidos y no agresores calumniados y no calumniadores. No entienden aún que seamos dueños de nuestros actos como lo somos de nuestra pobreza, que seamos dueños de nuestra soberanía como lo somos de nuestra piel.

Los hombres del acero y del colesterol no entienden que tenemos un rostro, una voz, unos pies firmes para caminar, para marcar huellas en dirección al norte o al enjambre de abejas, al este o al oeste, al trópico de cáncer o a la tierra prometida.

¿De dónde vienen las esperanzas del Tercer Mundo? Los soñadores, los que pretendemos cambiar la vida -no con la súplica de Rimbaud en su lúcida agonía, sino con la convicción de Marx, para quien la realidad era como harina que se transformaría en pan-, tenemos la respuesta:

Las esperanzas no vienen de las ganas de vivir, de la convicción de que las máquinas y el canto de los ruiseñores están al servicio del hombre.

¿De dónde vienen las esperanzas del Tercer Mundo? De nuestro amor a la libertad, de nuestro olfato para salir del laberinto y arribar, algún día, a la tierra de las auroras sensatas.

¿De dónde vienen las esperanzas del Tercer Mundo? De la herencia bolivariana, de las frutas que corren en los ríos amargos que surcan nuestra historia, de nuestra fe en que somos capaces de entender las leyes del desarrollo y esta clave: Sólo es posible la dicha con la institucionalidad, de la memoria colectiva.

¿De dónde provienen las esperanzas del Tercer Mundo? De la solidaridad internacional, a la que los nicaragüenses hemos llamado la ternura de los pueblos y que reaviva nuestras fuerzas; de la certidumbre de que existe el olor de los animales en celo, el sollozo de los violines, la sabiduría del hombre.

Somos optimistas, herederos de estirpes dulces. Somos pobres y los seguiremos siendo por mucho tiempo. Algún día, gracias a dios, dejaremos de ser pobres, aunque, gracias a Dios, nunca seremos ricos. Y si lo somos, será en sabiduría, en virtudes.

El género humano no debe ser sentenciado al infierno del maniqueísmo: ser ricos o ser pobres. Podemos dejar de ser pobres, podemos dejar de ser ricos, para entonces ser iguales.

Nosotros, los habitantes del volcán y el olvido, de los cafetales y las grandes metáforas, los desnutridos pero rebeldes habitantes del Tercer Mundo, somos optimistas incurables, mantenemos vivas nuestras esperanzas.

Tenemos esperanzas de construir el puente que conduzca a una sociedad donde abunden los toros fornicando en llanos iluminados por la yerba y los tractores, los más increíbles laboratorios, los ríos tumultosos de retruécanos y peces domesticados.”


“Esta revolución se hizo para América Latina”

“Hemos recibido la solidaridad de millones de hombres y mujeres, de aquí y de sus alrededores, de allá y de más allá. Los cazadores de brujas y de logaritmos, no pudieron aislarnos. No estamos solos. Nos acompaña el calor del género humano, sus puños encendidos.

Aunque termináramos solos, seguiríamos siendo revolucionarios. Con mucha más razón, lo seguiremos siendo al saber que nos acompaña la solidaridad mundial.

La presencia de ustedes en este país es fundamental para que continúe viviendo la Revolución Sandinista y nosotros seguiremos viviendo para ustedes, seguiremos viviendo para los pueblos de América Latina. Hagamos lo que hagamos, dejemos de hacer lo que tengamos que hacer, no sólo será para responder a nuestras propias necesidades sino también para responder a las expectativas de los pueblos, porque esta revolución no se hizo sólo para los nicaragüenses, esta revolución se hizo para América Latina.

Quiero decirles algo más: en este mundo el norte no está en el norte, el norte está en el centro de América.

Ojalá pudiésemos preguntarle a Monseñor Oscar Arnulfo Romero. ¿Qué diría él, que no tuvo duda alguna de entregar su sangre, no por la liberación de su pequeño país, sino por la liberación de nuestras conciencias?

Oscar Arnulfo Romero, crucificado por los ricos en el desierto de ARENA de El Salvador, diría que en Centroamérica hay una resurrección de nuestra historia.

Oscar Arnulfo Romero daría de nuevo su sangre por nosotros, no nos cabe la menor duda. Daría su sangre por todos los pueblos de América Latina, por todos los pobres de la tierra. No me cabe duda que él nos acompañaría en esta hora gloriosa y trágica”.


“Debemos creer en la paz y renunciar a la arrogancia”

“Con todo y lo insensato de almacenar cincuenta mil ojivas nucleares, como botellas de vino para la embriaguez de la soberanía, renacerá la comunión.

En algún mes de algún año, cuando haya desaparecido el rictus de la explotación del hombre por el hombre, la nueva carta de las Naciones Unidas se llamará: “Amaos los unos a los otros”.

El que tenga fe que lo crea. Nosotros, entre nubarrones rojos y con el estómago vacío, lo creemos.

Tendrán que pasar estos años y muchos más, para que el hombre adquiera la sabiduría de resucitar entre los vivos y envíe para siempre al olvido las máscaras de ceniza.

Pero para creer en la paz hay que renunciar a la arrogancia. La cólera del Dios de Moisés consumirá a los arrogantes.

Renunciaremos, hermanos -en particular, los que son ricos y se creen dueños de la verdad-, a la perversión internacional. Esa renuncia conducirá a la libertad propia y a la ajena.

Para empezar, no recomendamos libertad a otro, sobre todo si tenemos la paja en el ojo izquierdo o en el derecho. En la medida en que seamos libres, tendremos autoridad moral para que el ruego de la alegría, el júbilo y el derecho al consejo, nos sean concedidos.

La modestia, eso que los cristianos suelen llamar humildad, es la más bella y útil de las virtudes humanas, en esencia, es una cualidad revolucioanria. Y no sólo la modestia del individuo, sino también la modestia nacional.

Que no quepa la menor duda: algún día brillará, como el rostro de la luna llena durante un domingo de gloria, nuestra entrega a la causa de los pobres, nuestra vocación de manos extendidas. Algún día”.


“Queremos que los pobres dejen de ser pobres”

“La justicia más elemental exige que esta buena tierra deje de ser valle de lágrimas, para convertirse en ribera de la bienaventuranza.

Es injusto que a los pobres se les niegue el acceso a la tierra. Ella deberá ser transformada en el reino de la resurrección para que los pobres dejen de ser pobres y los ricos dejen de ser ricos. Para que el espíritu estrene vestiduras de oro.

El Dios que Moisés presentó en Moab no hace excepciones y por ello da e al incrédulo, pan y ropa al huérfano, compañero a la viuda.

El se ha comprometido a multiplicar los panes de nuestro desierto, es decir, a continuar la obra de nuestras manos. Podemos también decir: ¿hasta cuándo, Señor; hasta cuándo, señores, seremos sometidos? ¿Hasta cuándo habrá compasión? ¿Cuándo nuestra vida será alegría y júbilo?

Ya es hora de que se nos otorgue la felicidad por los días siniestros, por la aflicción y la sangre. ya es hora de que se nos perdone nuestra alegría. ¡Hágase visible la acción! ¡Hágase presente la gloria de los estandartes!

Hermanos, amamos a los hombres y hemos pagado un alto precio por la libertad. Y todavía se nos calumnia, todavía se nos insulta, todavía se nos amenaza. Se nos calumnia porque somos pobres. Se nos insulta porque somos pobres y débiles. Se nos amenaza porque somos pobres y fuertes.

Hemos sufrido y, sin perder la fe, crece en nuestras manos, como la yerba buena, la plenitud de vivir. Ya es hora, Señor; ya es hora, señores, de que prospere la obra de nuestras manos”.

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