Rusia, el dedo señala a Kiev
Por: Fabrizio Casari
El balance del atentado terrorista en Moscú es dramático: 133 muertos y decenas de heridos en el asalto armado contra los espectadores de un espectáculo musical en el Crocus City Hall. El Presidente Putin se dirigió a la nación (y a Occidente) asegurando que Rusia descubrirá y castigará a los responsables sin miramientos. Parece a todos los efectos una respuesta desestabilizadora a la victoria política en las elecciones de la semana pasada, aunque Moscú encuentra solidaridad en todo el mundo por el bárbaro ataque. Una singular e improvisada excepción es la del presidente polaco Tusk, que pide que lo ocurrido no lleve a una nueva escalada del conflicto en Ucrania, como si temiera que Moscú responda con la misma moneda a todos los que pudieran estar implicados en el atentado.
Estados Unidos es el único que, desde el primer momento tras el atentado, dijo estar seguro de que el Isis era el responsable, pero no está muy claro en qué se basaba. Moscú, sin embargo, ya ha informado de que ha practicado 14 detenciones, cuatro de las cuales son autores directos de la acción terrorista. Uno de ellos, de nacionalidad tayika, ya ha comenzado a confesar, admitiendo que fue reclutado con dinero para llevar a cabo la masacre, y han relatado reclutamientos, cantidades recibidas y métodos operativos similares, confirmando cómo se ignoraban mutuamente. Las versiones de los detenidos que está filtrando el Kremlin, y que señalan a mercenarios desconocidos entre ellos como los autores, confirmarían la inconsistencia de la pista del Isis.
Cabe preguntarse por qué Estados Unidos ha señalado con tanta certeza al Isis como autor de la barbarie. Mientras tanto, digamos que esta dinámica por la que EE.UU. precede al propio Isis en sus afirmaciones hace al menos que uno se pregunte sobre su autenticidad. Algo -y quizá más que algo- falla en el relato de la CIA. Isis aparece puntualmente cuando hay que reivindicar lo que nadie puede tener interés en reivindicar. Pero, ¿sigue existiendo Isis? ¿Y cuáles son sus facciones? ¿Y tienen la fuerza militar necesaria para una operación de este tipo? Alguien, evidentemente bien informado, entra en detalles al escribir que los autores serían Isis-Khorasan, activos en el Cáucaso.
Isis viene bien a cada paso en la guerra contra Rusia e Irán. El terrorismo cándido – vástago de unas siglas desaparecidas de facto tras la derrota en Siria, que se ha desarticulado en distintas facciones, cada una de ellas identificable con distintas zonas geográficas, desde el Cáucaso a Afganistán pasando por Pakistán – ya ha llamado la atención del mainstream mundial con el atentado de Kherman en Irán en 2023, tampoco exento de dudas en su reivindicación. En términos operativos, los dos atentados tienen en común la ejecución por parte de un reducido número de asesinos vestidos con uniformes militares que irrumpen y abren fuego contra cualquiera que se ponga a tiro. También en ese caso, Estados Unidos dijo estar seguro de que el Isis era el responsable, a pesar del retraso en la reivindicación y de la forma anómala de la misma, que no fue confirmada por la investigación.
En el caso que nos ocupa, la reivindicación era mínima, sin la ayuda habitual de vídeos y líderes de himnos, mientras que cualquier facción del Califato, por diversas razones, tendría todo el interés en magnificar tal demostración de fuerza en el corazón de sus enemigos. Por eso, aunque no hubieran sido ellos, ante semejante regalo de horror pero con evidente ganancia propagandística, no habrían tenido ningún interés en negarlo por obvias razones políticas y propagandísticas. De hecho, les habrían atribuido eficacia militar, ya que podrían golpear a los dos peores enemigos contra los que luchaban en Siria, es decir, Rusia e Irán.
En realidad, detrás de estas siglas, que, como en el caso del atentado en Irán, presentan métodos de reivindicación muy diferentes y de mucho menor impacto que los del Isis, hay razones para dudar: tanto de su existencia real como de su capacidad para llevar a cabo operaciones terroristas en suelo extranjero y, concretamente, en dos países que no tienen nada que aprender en el control del territorio.
Las sospechas sobre Ucrania
La forma en que escaparon los terroristas detenidos posteriormente no daba ciertamente ningún indicio de martirio suní, sino todo lo contrario. Pero está claro que, sin aviones, recorrer los 841 kilómetros necesarios para llegar a la frontera con Ucrania es una empresa muy difícil, y pasarla ilesos se hace imposible a menos que se abra una ventana que facilite la exfiltración, como denunció Putin.
En su mensaje, Putin, basándose en las primeras reconstrucciones del FSB y tras las detenciones de 11 de los terroristas, advirtió de que se estaban llevando a cabo investigaciones en todas las direcciones e hizo claras alusiones al posible papel directo (financiación de la operación) o indirecto (facilitadores logísticos) de Ucrania, en particular de sus servicios secretos.
Kiev, por supuesto, rechaza cualquier asunción de responsabilidad, ya que las repercusiones tanto de los rusos como de sus propios aliados occidentales serían desastrosas para la supervivencia del régimen ucraniano. Las reacciones rusas serían extremadamente duras y pondrían fin a la fase de la operación militar especial de no golpear objetivos políticos, personas e instalaciones en la capital. Por parte occidental, la ayuda continuada a un gobierno culpable de semejante terror sería insostenible, y las respectivas opiniones públicas europea y estadounidense, ya cansadas del costoso e inútil apoyo a un régimen cleptómano, forzarían una brusca reversión del apoyo político, militar y financiero, al menos públicamente.
Obviamente, EEUU se ha apresurado a reafirmar la extraneidad de Kiev, con la clara intención de proteger lo que queda del gobierno ucraniano y sus intereses, pero a pesar del control que la CIA y el Pentágono ejercen sobre las estructuras militares y paramilitares ucranianas, así como sobre las organizaciones mercenarias de la OTAN y las empresas privadas contratadas por ella, ciertamente no puede garantizar la extraneidad ucraniana más allá de toda duda razonable. Además, si se observan los precedentes, se puede ver fácilmente cómo Kiev nunca ha reivindicado sus acciones terroristas en Rusia, mostrando siempre idéntico desdén por las acusaciones rusas. Es una lástima que luego, tras varios meses, las investigaciones dieran la razón a Moscú.
Empezando por el asesinato del negociador ucraniano Denis Kireyev, que recibió un disparo en la nuca. Kiev dice que fueron los rusos, a finales de 2022 las investigaciones publicadas en la prensa occidental señalan a Kiev como culpable. Después, la explosión del puente Kearch en Crimea en octubre de 2022. Los rusos acusaron directamente al jefe de los servicios de inteligencia ucranianos, Kirill Budanov, de ser el organizador. Kiev dijo que no estaba implicado, pero en los meses siguientes, tras la publicación de algunas filtraciones de inteligencia, quedó clara la responsabilidad de los servicios de inteligencia ucranianos en el atentado. Después, el segundo atentado en el mismo puente, en julio de 2023, el mismo guión, con Kiev negando pero luego viéndose obligado a guardar silencio.
Es el turno del terrorismo en Moscú. El 20 de agosto de 2022, se colocaron explosivos bajo el coche de Daria Duguina, periodista y supuesta hija de Alexander Duguin, ideólogo nacionalista ruso, presuntamente objetivo de los terroristas. Moscú acusa directamente a los servicios ucranianos, pero Kiev lo niega indignado e incluso habla de flecos internos del FSB, salvo que entonces, en octubre del mismo año, el New York Times publica un editorial en el que da cuenta de voces de alto nivel de los servicios estadounidenses que dicen estar seguros de la responsabilidad ucraniana en el atentado, precisando que si hubieran sido consultados de antemano habrían intentado detener la operación. Táctica claras: golpear y negar.
Estados Unidos conoce perfectamente el funcionamiento de los servicios ucranianos. Lo saben porque son ellos quienes los dirigen junto con los británicos y con el apoyo de los canadienses. Es muy dudoso que pueda haber alguna acción sin el consentimiento de Langley o del MI-6. En definitiva, los caminos del ataque conducen a Kiev y la reivindicación póstuma de Isis sirve para no enajenar el consenso de los europeos ahora que la guerra ha entrado en su fase más dura, aquella en la que la partida se juega en dos esquinas: la de la amarga derrota de Ucrania o la de las conversaciones de paz. La que derribará a la camarilla de Kiev pero salvará al país de la destrucción.