Testamentos y herederos de Pedrarias Dávila
| Jorge Eduardo Arellano
(Fragmento del capítulo VIII de la obra León de Nicaragua y su vida cotidiana en el siglo XVI. Managua, febrero, 2023, pp. 134-142)
EL PRIMER gobernador de la provincia española de Nicaragua, Pedrarias Dávila había llegado a León de Imabite padeciendo serias dolencias en los órganos uro-genitales. Cada año se hacía enterrar simbólicamente en un ataúd y el viernes 6 de marzo de 1531 murió a causa de vejez é pasiones é enfermedades, en palabras de Francisco de Castañeda, quien lo sustituyó de facto como gobernador. Este había asegurado al Rey el 5 de octubre de 1529 que Pedrarias estaba muy viejo é tullido, casi siempre en la cama, y no puede andar si no es en una silla sentado […] Intelectualmente, no era mejor su condición: tener el cargo de justicia el gobernador Pedrarias es cosa de perdición, porque como es viejo, enfermo y caduco no hace más en gobernación ni en justicia de lo que le dicen é quieren hacer sus allegados é sirvientes.
Castañeda informó de nuevo al Rey el 30 de mayo de 1531: Enterróse en el monasterio de Nuestra Señora de la Merced de esta ciudad de León; y por ser teniente y gobernador de Vuestra Majestad en estas partes, hice hacer su entierro con toda la más honra y autoridad que se pudo. Hice venir, además de los clérigos que aquí se hallaron, a los frailes de los monasterios de San Francisco y Santo Domingo; y yo y el cabildo de esta ciudad le llevamos en los hombros. É hice que llevasen delante de las cruces las banderas todas que trajo cuando vino por teniente de Vuestra Majestad. Y se las hice poner encima, en la capilla mayor, a do se enterró. Por manera que se cumplió con su honra como convenía a su criado y teniente de Vuestra Majestad.
Sin embargo, Castañeda no cumplió con la voluntad de Pedrarias –– seguramente la desconocía–– dictada en su primer testamento, suscrito en el Puerto de San Lucas de Barrameda el 20 de marzo de 1514: que mis honras y enterramiento sea llano y sin pompa alguna, e que no se pongan sino once achas de cera, é que den a doce pobres doce mantos de paño común, y a una mujer pobre que se llame María otro manto de paño mejor, a honor y Reverencia de nuestra señora la Virgen Santa María […].
Segundo y definitivo testamento
El 30 de noviembre de 1530, ante el escribano Francisco Hurtado, Pedrarias testó por segunda vez. Lo más importante de su contenido se refiere al pago de 630 misas por su alma y a las herencias en dinero a 30 criados. Designó como albaceas al provisor de la catedral Pedro Bravo, al cura Gonzalo Hernández, al protector de los indios Diego Álvarez Osorio, al capitán y principal allegado Martín de Estete, como también a su secretario Antonio Picado. Fundó una capellanía —la primera de la provincia— consistente en 22 reses vacunas (machos y hembras), 22 mil 500 maravedís y las viviendas, labranzas y granjerías de un cacicazgo en las afueras de la ciudad para que cada viernes fuera celebrada sobre su sepultura en la iglesia de la Merced una misa rezada, con su vigilia y responso. Donó los encomendados indios de Imabite a los frailes del convento de La Merced y que se diera un hábito de estameña de la tierra a los mercedarios Diego de Alcaraz y Alonso Betanzos. Al mismo tiempo, pidió ser enterrado con otro hábito de estameña de la tierra.
Decidió Pedrarias que dos de sus albaceas —Bravo y Hernández— pagasen a Juan de Quiñones una india y el repartimiento de indios que había dado a Fernando de Cahero, su criado. Que su hijo Diego Arias Dávila, el mayor, cuidara de Cahero; que el mismo Diego y sus demás hijos le dieran cuatro libros: Memorias de Nuestra Redención, Epístolas de San Jerónimo, Reloj de Príncipes y Doctrinas de caballeros. Que el alcaide de la Fortaleza de León de Imabite, Martín de Estete, quede a cargo de recibir, leer y contestar su correspondencia. Que su criado Cristóbal de Burgos quede al cuidado de su casa y hacienda.
Otros beneficiarios del segundo, último y único efectivo testamento de Pedrarias fueron su secretario Antonio Picado con 100 pesos de oro, su barbero Francisco de Meneses con 70 y su criado Benito de Prado con 30. A la mujer de Estete, Ana de Escobar, dejó una taza, un salero de plata, dos jarros y seis platélicos (platitos o bandejitas) también de plata. Además, ordenó a su primogénito ir a misa todos los días, rezar un Ave María al oír el nombre de Cristo o de la Virgen, rezar alguna oración al ver pasar a un franciscano y hacer un acto de caridad todos los días. También encomendó Pedrarias que sus hijos, durante los primeros 15 años, estudiaran gramática, lógica, retórica y buena doctrina (catecismo) y que, pasada esa edad, aprendieran a jugar de armas y a luchar y cabalgar la gineta y a la brida, pero que así mismo leyeran historia, filosofía y teología, y que aprendieran a honrar a los sabios.
Al firmar el testamento definitivo ante el escribano Francisco Hurtado, Pedrarias estaba consciente de su fin y por eso se preocupó por fundar una capellanía. Los mercedarios recibieron los fondos para su creación, mas pronto dejaron de cumplir lo acordado. Uno que no se olvidó de él fue el sacerdote Fernando Luque, maestrescuela y provisor de Panamá, quien en carta a doña Isabel de Bobadilla aseguraba que su marido falleció como Católico Christiano. Luque había invertido 20 mil pesos de oro en la conquista del Perú.
Bienes de Pedrarias
El Gran Justador no murió pobre, como dijo uno de sus criados. Aparte de su salario anual de mil 500 ducados y una ayuda de costa de otros 500, poseía ganado vacuno y caballar en Imabite; era encomendero de Nicoya, Chira, Chinandega y Tezuatega (El Viejo); explotaba una mina de oro en la región de Olancho; participaba en el negocio de esclavos indígenas a Panamá, los que eran transportados en dos barcos de su propiedad que posteriormente Pedro de Alvarado adquiriría, y en otros dos importaba y exportaba mercaderías en la ruta trasatlántica, entre Sevilla (España) y Nombre de Dios (Panamá). A lo anterior, hay que añadir que tenía propiedades en Segovia y Córdoba (España); su hija María de Peñalosa llevó a su matrimonio con Rodrigo de Contreras una dote de 4 mil ducados; su hija Isabel de Bobadilla llevaría al matrimonio con Hernando de Soto 7 mil castellanos; también ha de haber dado una buena dote a sus hijas Beatriz y Catalina, cuando ingresaron a los monasterios de Santa María de las Dueñas de Sevilla y San Antonio el Real de Segovia, respectivamente; se desconoce cuánto invirtió para que su hijo Francisco Bobadilla, fraile dominico, fuese nombrado obispo; y a su hija Elvira su madre le dejó un juro perpetuo por 20 mil maravedís.
Enfermedades
El análisis de los huesos, al descubrirse sus restos bajo el presbiterio de la iglesia conventual de La Merced, revela que Pedrarias padecía de osteoporosis y periostitis. En la actualidad se conservan en una urna metálica, debajo del monumento a la resistencia indígena, esculpido por Federico Matus; anteriormente se habían depositado en el hoy inexistente Memorial de los Fundadores. Otras enfermedades había padecido el Furor Domini: el mal de yjada (dolor debajo de la costilla y encima de la cadera), arterioesclerosis, leishmaniasis (enfermedad parasitaria provocada por la picadura de un jején infectado) y polialtrargias (dolor en cuatro o más articulaciones) que lo dejaban tullido y obligándole a permanecer sentado o en cama la mayor parte del tiempo.
Juicio de Bancroft
Para Bartolomé de las Casas, Pedrarias fue ––metafóricamente hablando–– una llama de fuego que [a] muchas provincias abrasó y consumió. Hubert Howe Bancroft, el librero erudito de California, dijo que durante 16 años actuó como un hombre viejo, cruel y vengativo, desempeñando un papel importante (an irascible old man, cruel and vindictive, plays a prominent part). Su nombre es infame y se lo merece (It´s name is infamous, and so it deserves to me). Bancroft señala que algunas de sus fechorías pueden atribuirse a la maldad inherente, otras a sus enfermedades y mal genio; pero muchas a condiciones peculiares de la conquista de los españoles en el siglo XVI, formados bajo la influencia de una lealtad exagerada a un soberano augusto y distante. Pero no nos corresponde juzgar con criterios modernos la actuación de unos hombres de mentalidad y principios muy distintos a los actuales.
100 mil maravedís para la viuda de Pedrarias y otras mercedes
Por su lado, en el convento de La Merced, María de Peñalosa fazía todos los santos ––los limpiaba y barría el piso de la iglesia–– en memoria de su padre. Luego, por real cédula del 6 de diciembre de 1531, a Isabel de Bobadilla se le hizo merced de 100 mil maravedís al año y de por toda la vida, en remuneración de los servicios de ella y de su marido así en Tierra Firme [Castilla del Oro] como en Nicaragua. Muy pronto, por una merced complementaria ––a través de otra real cédula: la del 11 de julio de 1532–– se le otorgó cincuenta mil maravedís en cada año por toda su vida, además de los cien mil que se mandó por otra.
En enero de 1532 la Bobadilla también fue favorecida por la Reina Juana, quien le compró dos perlas (una grande, de pera pinjante e otra menor, chata en forma de paneçelo) en 900 mil maravedís, para pagarlas en las dichas rentas de la dicha provincia de Nicaragua. Doña Juana, además, le traspasó los indios que Pedrarias tenía encomendados: los del cacique de Nicoya con sus principales, los del cacique de la isla de Chira y los del de Teçuatega, entre otros.
La explotación perlífera
Y es que Pedrarias, durante sus gobernaciones en Castilla del Oro y Nicaragua, había controlado el negocio de la explotación perlífera en el Pacífico Sur de la América Central: Archipiélago de las Perlas e isla de Coiba en Panamá y Golfo de Nicoya, en la Costa Rica actual, perteneciente en el siglo XVI a la provincia de Nicaragua. Las perlas se extraían de una ostra (Pintada mazatlanica) y desempeñaban un papel representativo de las altas jerarquías económicas y de poder en España. En efecto, sus monarcas fueron los primeros beneficiados con esas gemas que los capitanes conquistadores les remitían para ganarse su beneplácito.
Vasco Núñez de Balboa había sido el primer español en recibir, de un cacique local, 22 perlas gruesas. El soldado Gaspar de Morales, primo de Pedrarias, regresó del archipiélago referido con un rico botín perlífero, tras dejar un rastro de violencia contra los nativos. De acuerdo con el tesorero Andrés de Cereceda, en su incursión exploratoria de 1522-23, Gil González Dávila fue obsequiado con 80 perlas. Con posterioridad a la conquista de Hernández de Córdoba, Pedrarias, su esposa y allegados se vieron favorecidos por esta muy lucrativa actividad.
En 1529 el mismo Pedrarias remitió a su hija Isabel, futura esposa de Hernando de Soto, tres marcos y medio de madre perlas. Oviedo, durante su estadía en Nicaragua, comerciaba con perlas; y en su Historia General y Natural de las Indias detalla el peso de la perla comprada a Isabel de Bobadilla por la Reina: 31 quilates. El propio Oviedo se ufanaba de otra perla redonda, que yo tuve de veynte seys quilates, obtenida en Panamá y que más tarde vendió en la ciudad de Santo Domingo, isla La Española, a un comerciante alemán en 450 castellanos.
Otros herederos de Pedrarias habían sido sus hijos: 1) Diego Arias Dávila, su primogénito, quien viajó a Tierra Firme con su padre y madre en 1514 y regresó en marzo de 1520 con la última a España, donde falleció en 1530; 2) Gonzalo Arias (conde de Puñoenrostro, casado con Ana Girón: 1514-1570), para quien su madre solicitó la gobernación de Nicaragua; 3) María de Peñalosa, de generales conocidas en esta historia, esposa de Rodrigo de Contreras; 4) Juan Arias Dávila, fallecido también en 1530, de 21 años; 5) Francisco de Bobadilla, fraile dominico en Santo Domingo de Piedrahita, cuyo padre intentó conseguirle la silla episcopal; 6) Isabel de Bobadilla, homónima de su famosa madre, casada en 1536 con Hernando de Soto; 7) Elvira Elena Arias de Bobadilla, nacida en 1509, matrimoniada con Urbano de Arellano, vecino de Guadalajara y octavo Señor de Clavijo; más dos monjas 8) Catalina Arias, abadesa del monasterio de San Antonio el Real Segovia y 9) Beatriz de Bobadilla, recluida en el monasterio de Santa María de las Dueñas en Sevilla, a quien Pedrarias decía querer más que a sus otros hijos. Además, doña Mencia de Ayala ––madre y tutora de los hijos de Diego–– figuraba en dicho testamento.
La Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias y matrimoniada con Hernando de Soto, gobernó Cuba en ausencia de su marido y poseía tres esclavas blancas, buenas cristianas (antes de cumplir doce años) é mujeres de buena vida y fama, a quienes trataba con respeto. Una de ellas, llamada también Isabel, casó con el marinero Alberto Díaz. Un pleito legal con Hernán Ponce de León, compañero y socio de Hernando de Soto ––a quien robara el dinero que le correspondía––, agobió la vejez de esta segunda Isabel de Bobadilla, considerada una de las más relevantes mujeres españolas de la conquista.
Subasta de sus muebles, esclavos y casa
A finales de 1531 el licenciado Castañeda subastó en la plaza mayor de León de Imabite muebles de Pedrarias, siendo rematados en 300 pesos de oro, dos esclavos negros y un tercero (Antón) en 350 pesos de oro, más un caballo rematado (en mucho menos de lo que valía) por Francisco de Villacastín, criado de Castañeda. También se remató la casa de Pedrarias en 100 pesos de oro (que valía más de quinientos y muchos otros bienes, ynterviniendo en ello dolo y cautelas). Diego Núñez de Mercado había sido tenedor de los bienes del difunto Pedrarias y apoderado de su viuda.