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  • 30 mayo, 2022

Trepanar la historia para el compromiso revolucionario


By Francisco Javier Bautista Lara

La Historia no se detiene

Aldo Díaz Lacayo (septiembre 2021).

El único deber que tenemos con la historia es reescribirla

Oscar Wilde.

Por el majestuoso legado imperturbable de quien se suma a los inmortales, sugiero que la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) instaure la cátedra Aldo Díaz Lacayo y que el Estado de Nicaragua publique sus OBRAS COMPLETAS. Nicaragua debe preservar su memoria y merece continuar aprendiendo de este comprometido hijo promotor de ideas y de acción que no fue indiferente a su tiempo y circunstancias, alzó su voz inalterable, desde las evidencias y la razón histórica, por la soberanía, la independencia y la Dignidad de Nuestra América.

Durante varios años, el Dr. Aldo Díaz Lacayo (Managua, 18.10.1936 – 28.05.2022), promovió en la librería Rigoberto López Pérez y otros espacios del Centro Comercial Managua, el Foro de la Controversia. El primer sábado de cada mes, nos dábamos cita un grupo diverso de escritores, historiadores, académicos, políticos de variados orígenes y curiosos ciudadanos, para conversar sobre temas históricos, nacionales, internacionales, sociales y políticos, y en qué debates su anfitrión tuvo siempre capacidad de escuchar las opiniones y argumentos más divergentes con respeto y con humor, para expresar después, desde su acuciosa cualidad de interpretar y sintetizar, un comentario respetuoso, franco e impecable. He allí una de las características más visibles del robusto revolucionario, historiador vocacional, escritor, maestro, librero y diplomático nicaragüense que inició desde su temprana juventud el inquebrantable camino de lucha desde la elaboración erudita de las ideas y el consecuente compromiso por la acción. Estuvo en El Chaparral (junio 1959), preámbulo sin el cual no había existido revolución. Desde Sandino a Ramón Raudales, a Carlos Fonseca…

Supera la visión nublada y caricaturizada del pasado y del futuro que justifica lo irremediable y da continuidad a lo que se resiste a ser vencido preservando el discurso hegemónico, excluyente, dependiente y subalterno. Díaz Lacayo no es un cronista del pasado, es un neurocirujano de la historia nacional e hispanoamericana, capaz de trepanar con minuciosidad para evidenciar lo que el ojo común no ve, extirpar los flujos contaminantes, cercenar las células descompuestas, recomponer los tejidos sanos para devolver la energía vital que conecta las partes y crea nueva capacidad de existencia con la certeza de que un futuro mejor es posible y es nuestro.

Fue un gran ser humano, de íntima e intensa espiritualidad que trascendió los dogmas, sensitivo y solidario, afectuoso y coloquial. Fue, por curiosidad emocional y racional, para superar el ímpetu de la juventud y fortalecer el compromiso de la madurez, un estudioso de los acontecimientos, para ser capaz de ver, en perspectiva dialéctica, desde lo particular a lo general y de lo general a lo particular. Como investigador y analista fue implacable y minucioso, alimentó con solidez los argumentos, desde la convicción y la esperanza. Alentó el debate académico contemporáneo, desde la evidencia que percibe la continuidad histórica, interpretó las relaciones de causalidad, ubicó los eslabones vinculantes y las encrucijadas del pasado, percibió los riesgos, señaló las ventanas que se abren y alumbró con serenidad el camino que pronostica la victoria. Estaba convencido de que “incluso el pasado puede modificarse, los historiadores no paran de demostrarlo”, según Jean Paul Sartre.

Sentado en la mecedora de la librería, cada tarde era ocasión propicia para conversar, sin previa cita, de los más disímiles asuntos, de los más complejos temas, hasta de lo cotidiano como la dieta obligada que llevaba con rigurosa disciplina desde que su hijo Xavier le donó el riñón que le dio una nueva oportunidad para vivir y que cuidó con devoción y fidelidad. Amaba con entusiasmo la vida y la capacidad de pensar, crear, escribir y conversar. Era capaz de saltar con precisión desde distintas realidades actuales y pasadas, desde la temática política a la religiosa, desde la internacional a la folclórica, de un libro a otro, de una anécdota personal al último suceso que afectaba la economía global… Tenía la cualidad de escuchar con atención y sin interrumpir, aunque el interlocutor divagara en lo que no creía, y, después de procesar lo dicho, respondía con elaborada pertinencia para concluir con una sonrisa. Aunque hubiera desmontado los argumentos del otro, después de cualquier encuentro, preservaba intactos los vínculos de respeto, sin dañar ni ofender, pero sin omitir lo que con convicción sustentaba. No evadía el debate ni las contradicciones, no ocultaba su posición, alzaba la voz de la manera pertinente en el momento oportuno.

Lo encontré por última vez en una gasolinera de la carretera a Masaya, bajó para poner combustible al vehículo que conducía solo en la proximidad de sus 90 años. Nos dimos un abrazo, conversamos. Hablamos de su salud, de nuestros proyectos y del propósito de la vida… Después, cuando recibía el doctorado Honoris Causa en su magistral conferencia, la última que dictó, en el auditorio Fernando Gordillo de la UNAN-Managua, disertando sobre su texto: “Sincerar la historia” (septiembre 2021), en el Bicentenario de la Independencia de Centroamérica. Un saludo afectuoso entre la multitud, fue posible. Casi al final, el 18 de mayo, en una video-llamada que facilitó su hijo Xavier –quien anda por allí, tras la luz del espíritu, vencedor de mil batallas-, desde su cama de enfermo, en el hospital Carlos Roberto Huembes, después de recibir con merecido orgullo la Orden Augusto C. Sandino en su máximo grado “Batalla de San Jacinto”, sonrió, en sus ojos tristes, agotados por los años y opacados por la enferma-edad (como diría el poeta José Cuadra Vega) que lo agobiaba, hubo, como siempre luz, esperanza y agradecimiento. Así lo vi al despedirme con profundo aprecio personal, por lo que aprendí de él, por la generosidad de la que estuvo investido, por lo que para Nicaragua representa.

Frente a la monumental figura comprometida de erudición y madurez, que superó el carácter anecdótico, lineal y tradicional y algunas de las omisiones de la historia, ante el legado de contenido crítico para la acción que deja este extraordinario revolucionario, inalterable ante la diferencia y la adversidad, contundente en argumentos, de fidelidad incorruptible, sin contaminarse por mezquindades ni intereses ocultos, con una grandeza que se magnifica por la sencillez de quien no buscó protagonismo ni se refugió en la ignorancia que lleva a la ofensa, Aldo Díaz Lacayo “es de los muertos que nunca mueren”, es “como los santos”. Él creía, como Salvador Allende que “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Finalmente, desde la gratitud y el afecto que inspira su existencia y su partida, comparto dos propuestas: son suficientes las razones por las que sugiero que la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua cree la cátedra Aldo Díaz Lacayo como un foro académico de controversia y aprendizaje, una ventana de conocimientos para reinterpretar la historia como instrumento de compromiso y cambio por la dignidad y la autodeterminación. Además, parece necesario que el Estado de Nicaragua publique las OBRAS COMPLETAS (versión digital e impresa) del ilustre ciudadano que se suma a los héroes de la patria que no deben ser olvidados y de quien podemos aprender siempre. Nicaragua actual y futura merece preservar la memoria del digno hijo de Managua que pasa a contarse entre sus inmortales.

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