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  • 10 julio, 2023

Vilnius, la escena del crimen


Por: Fabrizio Casari

Cuotas de PIB para cada país miembro, reacondicionamiento de los arsenales vaciados en favor de Kiev, entrada de Suecia y apertura a una posible llegada de Ucrania, reposicionamiento táctico y nuevos roles. La agenda de la próxima cumbre de la OTAN en Vilna parece estar repleta de temas, pero sin sorpresas en cuanto a las decisiones que de ella se deriven. La cumbre tendrá a Ucrania como telón de fondo útil para las exigencias de Washington al resto de los miembros. Tres años después de la reunión de Madrid, que sancionó el abandono definitivo de toda ambigüedad política e incluso léxica sobre el concepto de defensa, la OTAN se reúne tanto para abordar las cuestiones relacionadas con su papel de gendarme mundial como para tratar de fundamentar ciertos pasos y cambios en sus acuerdos.

La elección de Vilnius como sede de la cumbre parece apropiada: la idea de Estados Unidos es desplazar gradualmente el centro de operaciones de la OTAN y su mando político hacia el Este, reduciendo la influencia de capitales díscolas como Berlín y París y asignando a los países bálticos sedientos de revanchismo ruso el papel de principal atacante.

LOS FONDOS. La cuestión del porcentaje del PIB que cada país miembro debe aportar a las arcas de la Alianza es concreta y paradigmática al mismo tiempo. El compromiso de llegar al 2% del PIB que los 30 participantes deben destinar a la OTAN podría ser incluso sólo un paso para llegar más adelante al 4%. Desde Vilnius, de hecho, tal y como anticipó el Secretario General saliente, Jan Stoltenberg, saldrá el compromiso de elevar el gasto militar de cada uno de los países miembros al 2% del PIB “ya no como un techo a alcanzar sino como una base mínima a invertir en nuestra defensa”. Palabras que hablan por sí solas de la idea básica de una coalición que parece querer prepararse para una guerra global.

Estados Unidos será el gozador último del ajuste contable, ya que el 70% del material militar de la OTAN es estadounidense. Lo cual, como es fácil comprender, para un país que tiene en el complejo militar-industrial el principal motor de su ciclo económico, tiene un valor estratégico. Lo paradigmático, sin embargo, radica en el aumento desproporcionado del gasto militar incluso por parte de países que atraviesan una crisis económica más que coyuntural y que ven cómo se reducen más y fuertemente los gastos sociales de sus respectivas naciones en favor del fortalecimiento de la economía y el poder militar de Estados Unidos. Una transferencia neta de los recursos de todos a EEUU.

En este marco de aumento del gasto militar, además, se supone un gasto accesorio a la parte prevista del PIB para llenar los arsenales vaciados con nuevos pedidos militares para suministrar a Kiev más de 200.000 millones de dólares en armamento en el año 2022-23. Al menos esta es la justificación de los nuevos pedidos. Pero, en realidad, es una pista falsa para la opinión pública, porque los ucranianos han sido abastecidos en gran medida con material de guerra antiguo, con los almacenes de la OTAN llenos de armas que no están a la altura de los estándares tecnológicos actuales.

Así, la modernización de los sistemas de armamento ha sido un motor decisivo en la generosidad manifiesta de Occidente hacia Kiev, que por su parte pone cadáveres y palabrería propagandística, porque para eso está. Y es en el agotamiento de los suministros occidentales y no en las condiciones sobre el terreno donde deben leerse tiempos y modales del camino hacia un alto el fuego por parte ucraniana.

SUECIA. La entrada de Estocolmo en la Alianza tiene un valor más simbólico que concreto, dada la intensa asociación político-militar que siempre ha existido entre los países del norte de Europa y la OTAN. La contribución sueca al control del Océano Ártico siempre ha constituido un interés estratégico clave para la OTAN. Después de todo, Suecia tiene dentro de sus fronteras la isla de Gotland, que, como dijo en 2017 un general de cuatro estrellas del ejército estadounidense, es una especie de “portaaviones insumergible en medio del Báltico”, un activo muy útil en caso de confrontación militar. Además, Suecia cuenta con un ejército muy profesional, cazas de última generación, fuerzas especiales y submarinos de excelente calidad, aunque en términos de peso y tamaño no supone ninguna seria amenaza para Moscú.

Para los europeos, esto no es necesariamente una buena noticia: la entrada de Suecia y Finlandia no representa un refuerzo del nivel de seguridad continental, sino más bien un aumento del riesgo de conflicto, y el ajuste de misiles balísticos de Rusia aumentará la fragilidad militar de Europa.

Formalmente, la entrada de los suecos debe ser aprobada por todos los miembros de la Alianza, pero se sabe que hay oposición turca a ello. La razón es que Suecia ha concedido asilo y protección política a los kurdos del PKK. Pero en realidad las cosas son diferentes. Erdogan negocia en todo con Turquía como protagonista o incluso coprotagonista. Los equilibrios tácticos turcos, siempre a medio camino entre la lealtad atlántica por un lado y las buenas relaciones con Rusia e Irán por otro, son el péndulo oscilante de las opciones tácticas de Erdogan, representando la ambición de Ankara de desempeñar un papel como potencia regional.

Cuando el segundo ejército de la OTAN compra sistemas de misiles rusos, pretende demostrar que lealtad no significa fidelidad y que considerar a Turquía como un peón a la entera disposición de Washington es una apuesta peligrosa. Para Ankara, que pacta con Moscú sobre Siria e interviene directa en Libia, negocia con Bruselas sobre los migrantes y lleva a cabo operaciones diplomáticas y militares en su exclusivo interés, es una oportunidad de demostrar que es la OTAN la que necesita a Turquía y no al revés.

UCRANIA. El Presidente ucraniano Zelensky será el invitado de honor entre los líderes occidentales. Biden catalizará la atención, a pesar de que la decisión de enviar bombas de racimo a las tropas de Kiev está dividiendo el frente aliado. Se trata de armas prohibidas por la inmensa mayoría de la comunidad internacional debido a la desproporcionada cantidad de civiles inocentes en comparación con los llamados “daños colaterales” causados por otros artefactos convencionales.

El hecho de que los países de la OTAN no estén de acuerdo públicamente con el uso de bombas de racimo no significa, sin embargo, que en reuniones a puerta cerrada confirmen su oposición, e incluso cuando lo hacen, no afecta en absoluto a la viabilidad de la operación. En un giro hipócrita, EE.UU. suministrará a Kiev bombas de racimo tomadas de los almacenes del ejército estadounidense y no como reservas de la OTAN y toda la corriente dominante fingirá que esto supone una diferencia.

Sobre la adhesión de Ucrania no todos los miembros están de acuerdo, porque la idea de que esto haría retroceder a Rusia corre el riesgo de producir justo lo contrario, lo que realmente pondría a la OTAN en la obligación de intervenir en virtud del artículo 5 de su carta, iniciando así la tercera y última guerra mundial. Por mucho que interese doblegar a Moscú, destruir el planeta para salvar a la camarilla nazi de Kiev no parece una solución viable para todos. No es casualidad que el canciller alemán Olaf Scholz dijera que la cumbre de Vilna, en lugar de abrir un proceso para la adhesión de Kiev a la alianza transatlántica, debería centrarse en “reforzar el poder militar de Ucrania y de la propia OTAN”. Todos fingirán de irse con Berlín para evitar seguir el camino que lleva a Hiroshima.

El hecho es que la situación sobre el terreno, militarmente hablando, es mucho peor para los ucranianos de la que cuenta su gobierno, auténtica fábrica de mentiras y propaganda sin freno. La contraofensiva ucraniana sólo existe en los medios de comunicación, y ni siquiera la entrega de todo tipo de armamento posible y la ayuda militar directa, así como los mercenarios contratados, consiguen cambiar lo más mínimo el panorama. El personal de la OTAN está convencido de que las ofensivas ucranianas del verano en Zaporizhie y Bakhmut no consiguieron hacer mella en las defensas rusas, causando en cambio un horrendo nivel de mortalidad entre la “mano de obra” ucraniana y la destrucción del equipo suministrado por Occidente. Todos los analistas militares tienen claro que Rusia aún no ha tomado Kiev sólo por su propia decisión política, que desea la caída de un régimen y no la aniquilación de un país.

Desde Vilnius llega un mensaje claro: la representación de 700 millones de personas decide enfrentarse incluso militarmente a los más de 5.000 millones de habitantes restantes de la Tierra para no compartir la gobernanza del planeta. La cumbre no será, sin embargo, un momento triunfal. Tras Siria y Afganistán, nos enfrentamos a otra operación fallida de la Alianza Atlántica. La apuesta por el colapso de Rusia y la crisis económica china resultaron ser predicciones de sesión de espiritismo. Rusia, por el contrario, sigue teniendo el signo “más” en su economía y CHINA también, los dos países que conducen el planeta hacia una nueva era histórica más equilibrada.

El hecho de que la OTAN sea el instrumento de relaciones políticas y militares por el que ha optado el Occidente colectivo, habida cuenta de la despotenciación del G7 y de la pérdida progresiva del papel de los organismos financieros internacionales que se le atribuyen, así como de haber reducido la ONU a una pasarela de vetos y de retórica impotente, no invierte los destinos sellados de un unipolarismo que cada día parece menos aceptable para la inmensa mayoría de la comunidad internacional. La idea de un mundo multipolar, de gobernanza compartida y de reglas establecidas sobre la base del derecho internacional, avanza a paso firme en términos de reputación entre la “Mayoría Global”. La cola de gobiernos que desean adherirse a los BRICS y a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) es cada vez más larga, y la progresiva desdolarización del comercio mundial sitúa el dominio estadounidense en una crisis posiblemente imparable.

La alianza estratégica entre Rusia y China está en el centro de esta ideología creciente e intelectualmente segura del multipolarismo que está atrayendo la atención de gobiernos de todo el mundo. Puede que en Vilna se escenifique un espectáculo con letra y música triunfantes y marciales, pero los subtítulos, como es fácil predecir, expresarán mucha más preocupación que satisfacción.

El mundo nacido en 1989 está a punto de ser sustituido por un mundo nuevo. El tiempo y las lágrimas que tendrán que correr para que este escenario pase de tendencia a realidad dependen precisamente de la toma de conciencia de una abdicación que ya no puede aplazarse si se quiere conservar de algún modo un papel importante en el tablero mundial. Sin embargo, ya no como rey o reina. Ese tiempo ha terminado, sepultado bajo los escombros que se extienden de Damasco a Kabul y toman lentamente el camino de Kiev.

 

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