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  • 23 mayo, 2022

OTAN, una historia imperial


Por: Fabrizio Casari

La guerra en Ucrania ha vuelto a poner en el candelero a la OTAN, que al proporcionar los sistemas de armas, entrenar a los militares y paramilitares, mercenarios, suministros logísticos y dirigir al ejército ucraniano desde la retaguardia, es a todos los efectos una organización beligerante. Pero a pesar de los anormales esfuerzos por derrotar a Rusia en el terreno, el panorama militar prefigura una nueva derrota occidental tras la sufrida en Siria y Afganistán, incluso ruinosa e indigna en su conclusión, que hizo decir al presidente francés, Macron, que “la OTAN está muerta de cerebro”.

Este intento de revivir a costa de Rusia y Europa no ha tenido los efectos deseados y la entrada de Suecia y Finlandia parece dibujar la historia de la montaña que parió un ratón, entre otras cosas porque esto no dará lugar a nuevas bases cerca de Rusia y por tanto sólo asistiremos a la fijación en derecho de lo que ya existía de hecho. En cambio, lo que queda sobre el terreno es una demostración más de la impotencia de una organización que no resuelve ninguno de los problemas de la gobernanza mundial, sino que los crea.

La OTAN nació después de la Segunda Guerra Mundial, su tratado fundacional se firmó en Washington el 4 de abril de 1949, oficialmente para oponerse a la Unión Soviética, que también salía destrozada del altísimo coste pagado para liberarla a ella y a toda Europa del nazifascismo. No había características “defensivas”: la OTAN se fundó cuando la URSS aún no tenía la bomba atómica, que se anunciaría en 1950. Así que Moscú, desde el punto de vista militar, ciertamente no representaba ninguna amenaza y cuando la OTAN tomó forma, Estados Unidos era la única potencia atómica del mundo.

Aparentemente, cuando se lee a la OTAN como una organización militar “defensiva”, puede parecer que su papel histórico fue concebido primero y dedicado después enteramente a poner en jaque a la Unión Soviética, pero incluso la llamada “amenaza soviética” era pura propaganda estadounidense. Moscú no amenazaba a nadie y se proponía reconstruir su país, destruido por una invasión nazi-fascista de cuatro años (Operación Barbarroja).

Además, para demostrar que la OTAN no fue creada y concebida para defenderse de la supuesta agresión soviética, hay dos fechas clave. Su nacimiento precedió -y no siguió- al del Pacto de Varsovia, que en cambio se fundó precisamente para limitar el expansionismo de la organización atlántica en Europa. Y la disolución de la URSS y del Pacto de Varsovia no llevó a la OTAN a disolverse, sino a reforzarse aún más.

Su supuesta función defensiva es sólo una de las versiones paradójicas de la narrativa occidental. La creciente oposición al sistema socialista internacional fue un paso inevitable para lograr estos fines, ya que la influencia de la ideología socialista creció en cuatro de los cinco continentes. La verdad es que la OTAN nació principalmente para ampliar el control hegemónico de Estados Unidos sobre el planeta y, de hecho, nunca ha desempeñado un papel en la pacificación internacional desde su creación. Lejos de ser una organización nacida para defender a un Occidente que nunca estuvo amenazado, fue y es, en cambio, una organización político-militar bajo el mando de Estados Unidos, al servicio del control político, económico y militar de este país sobre el mundo.

La realización de la nueva tarea

Una vez despejado el campo de las narrativas tanto románticas como falsas sobre la defensa de la libertad, hay que decir que desde 1949, la intención principal de la OTAN fue sentar las bases militares para la construcción del imperio estadounidense en Europa y fue en función de ello que se comprometió a oponerse a la expansión del campo socialista de todas las maneras y por todos los medios, llegando incluso a planificar golpes de Estado, como el de Grecia en los años 60 y el de Turquía en los 80.

El principal objetivo de la OTAN era y es establecer el mando de Estados Unidos sobre el mundo, la dirección de los ciclos económicos, los procesos políticos y la fuerza militar de cada país, para que éstos se correspondan con el diseño imperial de Washington. El modelo capitalista que, primero con el fordismo, luego con el toyotismo y después con el monetarismo, impuso la dominación estadounidense sobre el mundo, lejos de representar una vía positiva de emancipación colectiva, decretó sus límites estructurales, propios de un sistema que nació y prospera construyendo riqueza para unos pocos a través de la exclusión social hasta la pobreza absoluta de muchos.

En resumen, se podría decir que su papel político era el principal y su papel militar el subordinado. De hecho, si se intenta leer la evolución de su papel, la Organización del Tratado del Atlántico Norte adquiere un rostro que no puede circunscribirse a un mero papel militar, sino que hay que captar la finalidad política a la que debe adscribirse su papel militar.

Como confirmación adicional, basta ver cómo la OTAN ha sido y es la columna vertebral no sólo de los ejércitos sino también de las fuerzas irregulares presentes en cada uno de los países miembros de la Alianza, y ha constituido centros de gestión político-militar en cada uno de sus países miembros. Uno de los otros activos a los que siempre se ha dedicado la organización, la contención de los procesos revolucionarios, también encaja en este contexto. La certificación de la ausencia de soberanía e independencia nacional de sus países miembros es la existencia del mecanismo de “doble obediencia” al que todos los países están alineados y que es parte decisiva de la injerencia estadounidense en cada uno de ellos. A través de la OTAN se ejerce la cesión de soberanía de los respectivos miembros al mando político de Washington.

El proyecto actual prevé la desintegración gradual del modelo de Estado soberano mediante la cesión continua de la soberanía nacional. Un proceso transitivo que asigna a EEUU el papel de gestor del sistema político, militar, policial y de los aparatos de inteligencia de los 32 países miembros. La DEA, que utiliza el narcotráfico para imponer la presencia y la libertad de acción de sus funcionarios; la CIA, que de hecho dirige la inteligencia de todo el mundo occidental; la lucha tan instrumental como hipócrita contra la corrupción, gracias a la cual se crean organismos ajenos al control de los países en los que están instalados, pero obedientes al de Estados Unidos, son sólo algunos de los tentáculos del sistema de control que Washington ejerce sobre sus aliados.

El cambio de paso

Desde 1989, con la caída del campo socialista, la Organización Atlántica se ha embarcado en un proceso de modificación de sus activos, creyendo que su expansión hacia el Este podría contener definitivamente la influencia histórica, política y cultural de Rusia en Euro Asia. Se ha convertido en el elemento central de la nueva estrategia estadounidense que pretende desempeñar el papel de policía del planeta. Desde 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, la OTAN, a través de una interpretación conceptualmente amplia del artículo 5 del Tratado, pero decididamente centrada en los intereses geopolíticos, se ha atribuido a sí misma un papel de intervención en zonas de crisis en todo el mundo.

Una mutación parcial en su proceso interno de toma de decisiones tuvo lugar al mismo tiempo que el inicio de la crisis de un sistema como el estadounidense, concebido como opuesto al soviético y huérfano de un “enemigo” contra el que luchar, en torno al cual aglutinar a los países amigos y contra el que llenar y vaciar los arsenales de todos los miembros de la organización, proporcionando así un extraordinario factor de crecimiento para la economía estadounidense.

El mantenimiento de una inmensa estructura militar y de inteligencia, con sus igualmente gigantescas industrias industriales y de servicios, hizo necesario inventar nuevos enemigos, desde el terrorismo hasta los derechos humanos, todas las máscaras que se superponen a la verdadera cuestión: los enemigos son todos aquellos que no entregan los recursos económicos, la soberanía política y la estructura militar en manos de los Estados Unidos.

Buscando constantemente países cuyos recursos puedan financiar la anormal deuda occidental, se preocupa sobre todo de que la brecha entre el acceso del Norte a las riquezas de la tierra y el del Sur permanezca inalterada, es más, posiblemente aumente, para salvaguardar los intereses estadounidenses y occidentales que, de vez en cuando, eligen los países en los que entrar. Ganan dos veces: primero con su destrucción y luego con generosos contratos para la reconstrucción. Invaden países no para defenderse de amenazas improbables, sino para dominarlos política, militar y económicamente, asegurándose recursos, fuentes de energía y el control de las rutas marítimas y los corredores aéreos. El modelo aplicado de la globalización.

La nueva doctrina militar prevé guerras asimétricas, también conocidas como guerras híbridas. Se trata de intervenciones militares con fuerzas especiales, fuerzas regulares, unidades paramilitares y ciberataques a infraestructuras enemigas. Que siguen o flanquean levantamientos populares o insurgentes debidamente orquestados, y se apoyan en campañas de desinformación global para distraer y dividir a la opinión pública internacional y debilitar a los gobiernos legítimos desde dentro.

A nivel interno, la OTAN también ha perdido – suponiendo que alguna vez lo haya tenido – equilibrio y garantía mutua de sus miembros, llegando incluso a situarse en contra de los intereses generales de los 32 en beneficio del predominio, sobre todo, de los de Estados Unidos. Por ello, la Organización Atlántica puede definirse hoy como una extensión de la fuerza militar estadounidense y no como una coalición internacional. Por eso, cada derrota de la misma es una derrota de Estados Unidos, de un modelo de doctrina de seguridad nacional que en realidad significa la conquista de territorios y recursos ajenos.

Pero el mundo no es el de 1949, ni el de 40 años después, 1989. La diversificación de las fuentes económicas, la ampliación de las capacidades tecnológicas y la posesión de los conocimientos técnicos, dibujan un mundo decididamente etrogénico que no se somete a la voluntad de los poderosos.

Ya no hay una configuración bipolar y América Latina enseña cómo muchos países buscan un camino para su emancipación. Como en Nicaragua y Venezuela o Bolivia, lo encuentran fuera de cualquier paraguas protector, con un ideal y un diseño político autóctono y no heterodirigido. Por tanto, cada día que pasa aumenta el número de países que no están dispuestos a arrodillarse y entregarse, porque encuentran espacio para una idea de intercambio entre iguales en el comercio internacional y consideran que el modelo sociopolítico estadounidense, a menudo impuesto desde 5000 metros de altura, es un modelo fracasado que sólo puede seguir viviendo a costa del resto del mundo. Un modelo que más que tener un futuro brillante parece tener fecha de caducidad. Como un yogur.

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